Al pie del Tabernáculo
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1 – El Rosal
Palma de Mallorca.
Agosto 12 de 1983.
El día es gris y monótono. El ambiente luce tranquilo y rutinario. Nada parece indicar grandes cambios. Sin embargo, algo está sucediendo y muy pocas personas lo perciben. Ocurre algo más allá de la razón humana.
Sentado en un viejo banco de piedra del convento, Fray Fernando Ridruejo contempla tristemente su rosal favorito. Hace semanas que no ve en él más que pequeños brotes rojizos y eso, además de impacientarlo, lo preocupa. Sabe que no es normal. Cualquiera se daría cuenta de eso, sin darle demasiada importancia. Debió florecer al iniciarse la primavera. Algo está mal. Demasiado mal. Y supera los límites de la naturaleza.
Los retoños le recuerdan a las vocaciones sacerdotales que debe resguardar y a sus peores pesadillas. Resulta irónico, pero son menos abundantes sus aspirantes, que los capullos del rosal, y éstos, así mismo, representan una cantidad mínima en comparación a sus malos sueños.
El monje sabe de qué se trata el verdadero problema, pero prefiere no pensar en eso, para no perder la paz de su corazón, aunque en realidad es una manera de huir de lo que se avecina, es tarde para lamentarse. Sólo reza. A veces, hasta llora. Pero no porque sufra ningún tipo de depresión. Hace varios días que amanece al pie del Santísimo. Según sus compañeros, se levanta dormido y va a acostarse a , justo frente al Tabernáculo, sólo allí concilia el sueño. El Superior del Convento ha llamado varias veces a psiquiatras y otros profesionales, para que se ocupen de la salud del fraile, pero parece que nadie da en la tecla. Ya ni siquiera puede poner sus ojos en el Breviario durante más de dos minutos. El rosal lo obsesiona. Con horror, sus propios estudiantes piensan que el pobre anciano está perdiendo la razón… pero como la gran mayoría ajena a su mundo, están muy lejos de conocer la verdad. De repente, su viejo corazón comienza a palpitar con inesperada fuerza, tal como sucediera aquella mañana en la que recibió el Sacramento del Orden. Su aliento se entrecorta y su cuerpo se cubre de un sudor ardiente; sus ojos azules resplandecen.
-¡Gracias, Dios mío, por escuchar mis plegarias! ¡Finalmente ha sucedido! ¡Sí!... ¡¡Es ella!!... ¡¡Es mi pequeña y hermosa rosa!! ¡¡Finalmente tendré una oportunidad!! ¡¡No han sido en vano tantos años de entrenamiento y espera!!
(continuará...)
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