Al pie del Tabernáculo

9 – TIEMPOS SAGRADOS

Mallorca. Cinco años después.
Mansión Suárez. Verano.
-¡Clarisa!... ¡Clarisa, hija, ¿dónde estás?! – preguntó Encarnación.
-¡Aquí, mamá! ¡En el invernadero!
-¡Ya vamos a comer!
-¡Está bien!
-¡Date prisa, Fray Fernando y el señor Obispo llegarán en cualquier momento!
-¡Voy a lavarme las manos!
-¡De acuerdo! – Clarisa corrió al cuarto de baño de la casa de sus abuelos. Ha cumplido nueve años y pronto hará su Primera Comunión, sacramento para el cual está más que preparada. Reza todos los días, y cada domingo por la mañana, su chofer personal la lleva a la Catedral a la Misa Dominical, junto con su gran amiga Pamela. Las dos son inseparables. Se tratan como hermanas. Una no permite que bajo ninguna circunstancia, se discrimine a la otra. Las monjas del colegio, continuamente las ponen como ejemplo de compañerismo... Mal que les pese a los soberbios padres de Clarisa, que siempre tienen algún pero, respecto a esa tierna amistad.
-Mamá, ¿puedo invitar a Pam a tomar el té? Ella ya lo hizo dos veces...
-No.
-¿Por qué?
-Vamos a salir los tres, esta tarde.
-¿Adónde vamos?
-Pues... – la madre piensa rápidamente en el lugar más aburrido para la niña – Volaremos a Oviedo, para visitar el museo y la Catedral.
-Está bien. – la pequeña no protesta, aunque no ve a su amiga desde que salió del internado por las vacaciones de verano. Planea la forma de no perder ese vínculo con la pequeña y dulce morena. Y su idea, no es para nada imposible. Pero aún no es el momento oportuno. Hay tiempo. Mientras tanto, Clarisa continúa preparándose para recibir los Sacramentos de Iniciación que le faltan. Para eso, no dejará en paz en la mesa al Obispo, ni a Fray Fernando... hasta conseguir que su padre la castigue...
-¡Clarisa, ¡ni una palabra más!! ¡Vete a tu cuarto!
-¡Pero, papá!...
-¡¡A tu cuarto!! ¡¡Y no sales de allí, hasta que se te llame!!
-¡Yo sólo quería saber!
-¡¡Obedece, o no hay nuevo ordenador para ti!! – con los ojos llenos de lágrimas, la niña se levanta de la mesa, cruza el comedor, atraviesa el patio, y corre hacia el edificio contiguo, en donde aborda el elevador hacia el pent-house.
-(“¡¿Por qué me hace esto?!... ¡Yo sólo quiero aprender!”) – piensa, dejándose caer sobre la cama.

-Rodrigo, Clarisa sólo quiere aprender, ¡no debió ser tan duro con ella! Apenas tiene nueve años... – la defiende Fray Fernando.
-Precisamente por eso soy así con ella, padre. Se toma atribuciones que no son para su edad, ¡olvida el respeto hacia sus mayores, por completo! ¡Jorge ha tenido que dejar enfriar la comida, a causa de sus impertinencias!... Jorge... ¡Jorge! ¿Te sientes bien, amigo? No has probado bocado... – observa Rodrigo.
El Obispo se ha quedado con la vista fija en la puerta por la que la niña acaba de salir. Está asombrado.
-Tienes una hija maravillosa... te envidio... – murmura el prelado.
-¡Hhhh!... ¡Es cierto!
-Me sentiría honrado en tenerla como alumna algún día.
-Lamento desilusionarte, querido amigo, pero mi hija irá al extranjero en cuanto acabe sus estudios, la esperan la Universidad y un matrimonio ventajoso. ¡No volverá al convento!
-Nunca digas, «de esta agua no he de beber», Rodrigo. Clarisa es una niña asombrosamente inteligente y piadosa, dos cualidades complementarias, que yo en tu lugar, no descuidaría...
-¡Por supuesto que las he tenido en cuenta! La he llenado de actividades, ¡sólo para que no destroce ni mi casa, ni mi paciencia!
-¡Ah, ¿sí?! – comenta Fray Fernando, con sumo interés.
-Lo que usted oye, Padre. Le he comprado un ordenador, que desde que aprendió a leer y escribir, ¡maneja mejor que el más especializado de mis expertos! Y en estos días, le he buscado un instructor de Artes Marciales y un maestro de piano.
-¿Y las vacaciones? ¿Cuándo las disfruta?
-Los fines de semana, claro...
-Tiene muy poco descanso...
-¡No se cansa nunca! Gasta energías en forma continua.
-¿Tiene amigas en el colegio? – pregunta Fray Fernando.
-Que yo sepa, muy pocas...
-¿Qué hay de Pamela Torres?
-Ah, ella... – desliza Encarnación, despectivamente.
-¿Algún problema?
-No nos gusta que nuestra hija se relacione con cierta clase de gente...
-Concretamente, ¿qué clase de gente? – pregunta el obispo.
-Inmigrantes... negros... ¡¡no son de nuestra clase! Y dudo seriamente que contribuyan a la correcta educación de mi hija.
-Con el debido respeto, señora Suárez, permítame decirle a usted que a la niña Torres se le imparte el mismo contenido de los planes de estudio que a su hija, no existe la mínima diferencia en ese respecto. – interviene Fray Fernando.
-Lo sé, pero su entorno familiar...
-Está muy agradecido con nuestra institución, por cierto. Son gente muy devota. El padre de la niña ha comenzado a trabajar como jardinero en el orfanato, este mismo año. Su situación económica, mejora día a día, gracias a Dios. Especialmente desde que los dos hermanos mayores de la niña se independizaron. Uno de ellos, ya se ha casado y tiene su propia familia. – esta última respuesta deja completamente fuera de lugar los comentarios de Encarnación, por lo que prefiere optar por emprender una retirada elegante.
-¿Me disculpan? Voy a la cocina a ordenar el postre... – la dama se levanta de la mesa.

El ventanal está abierto. No hay nadie cerca. Todo parece en perfecto orden. Sin embargo, Clarisa se siente incómoda, más allá de su angustia por el injusto castigo paterno. Algo. No recuerda esa sensación. Es ajena. Externa. Un raro impulso la hace salir de la habitación, para ir directamente a la biblioteca de su abuelo.
-(“¡Ahí están!... papá siempre los guarda allí, cuando regresa con el abuelo de sus temporadas de caza... tengo que alcanzarlos como sea... la escalera... ¡Hmmm!... ¡es muy pesada!... deberían engrasarle las ruedas de vez en cuando... eso es... sólo un poco más... ¡cuando sea grande, quiero ser muy alta!... casi los toco con la punta de los dedos... ¡Sí!... ¡Los tengo!... Ahora debo regresar a mi habitación...”) – con los binoculares de cacería de su padre colgados del cuello, sube nuevamente a su cuarto, y se asoma al balcón. Otra vez esa extraña sensación... como de desorden… mira a través de los lentes. Nada fuera de lo normal en la ciudad, excepto por un breve y discreto cortejo fúnebre, que dobla por la esquina del cementerio parque. De pronto, se da cuenta, de que sí hay algo familiar en eso.
-¡Conozco a esa gente!... – exclama ajustando más el aumento de los binoculares – (“No los veo bien desde aquí... ¡el mirador!... No me dejan subir... pero, ¡qué más da, no hay nadie en el edificio, todos están en casa de los abuelos!... si me doy prisa, los veré llegar al cementerio...”) – a toda velocidad, llega a la terraza y sube al mirador. Se sienta al telescopio y lo dirige hacia el cortejo fúnebre – (“¡No puede ser!... son Clarisas... Necesito un acercamiento... ¡Oh, por Dios!... ¡No!... ¡La hermana María Sol!... ¡Ha muerto la hermana María Sol!... ¡Pero, ¿cómo?!”)
-No te agradará saberlo, Clarisa, te lo aseguro.
-¡Joel! – llora en brazos de su Custodio.
-¿Estás lista para enfrentar lo que sigue?
-Creo que sí.
-Vamos a tu cuarto... Fueron los no vivientes...
-Pero... ¡¿Por qué a ella?!
-Porque están buscándome a mí... Pero no tienen idea de lo que están intentando hacer.
-¿Hay que bendecir la bóveda?
-Antes de que anochezca y María Sol despierte y propague esta lacra.
-¿Cómo lo hacemos? No tengo permiso para salir, papá me castigó...
-Recuéstate en tu cama... eso es... despeja tu mente... y piensa en Dios... bien... cuando cuente tres, estaremos en el interior de la cripta... uno... dos... tres...
-¡Hmmm! ¡Está oscuro!
-Lo sé... démonos prisa... ya está en condiciones de levantarse y tú aún no estás lista para enfrentarla...
-Encenderé el farol... Aquí está el Agua Bendita... Parece que tiene una familia numerosa... y rica como la mía...
-Cierto... Vierte el agua por esta abertura... bien... Ya podemos irnos.
-¡Hmjmm! – el regreso tomaría mucho tiempo real.

-¡Hmjmm! ¿Celebramos misa, Fray Fernando? – pregunta el Obispo.
-Casi es hora, Monseñor, las hermanas van a preocuparse.
-Cierto... Rodrigo, ¡ha sido un placer compartir esta tarde contigo!
-¡Espero que se repita, entonces!
-¡Ya lo creo!... Encarnación... ¿la veré en la reunión de preparación para la Reconciliación?
-¡Por supuesto!
-Bien... Quisiera despedirme de la pequeña Clarisa.
-Debe estar jugando en el ordenador... La llamaré. – Rodrigo toma el teléfono, y marca el interno del dormitorio de su hija, aguarda unos instantes - ¡Qué extraño! No responde. Tal vez duerme... ¡O quizás la muy desobediente, aprovechó mi ausencia y subió sin autorización al mirador! En ese caso, lo mejor es ir por ella...
-Lo acompaño, Rodrigo. – concluye Fray Fernando, con los cinco sentidos alerta – (“Tengo un mal presentimiento... espero que Joel, haya estado a su lado hasta estas horas... el Supremo aún hiberna... no he tenido noticias de nuevos centinelas en años...”) – inquieto, el fraile se tantea la cruz bajo el hábito y se asegura de llevar el aspersor en el bolsillo. Preventivamente, ha traído su maletín de campaña. Algo le decía que lo iba a necesitar. En ese mismo instante, un sudor frío en la columna vertebral le hace saber que no estaba equivocado. Un breve pero inconfundible resplandor ilumina la alfombra por debajo de la puerta de la suite de Clarisa. Él y el Obispo se miran significativamente. Ambos saben lo que es y silenciosamente se ponen en oración, antes de ingresar al dormitorio, en el que la niña ha estado levitando por espacio de más de dos horas.
Un tenebroso silencio reina en la habitación. El ventanal continúa abierto, lo cual hace temblar a Fray Fernando, pero se contiene. Rodrigo enciende la luz. La pequeña yace en su lecho, abrazando un oso de peluche blanco y tiene entre sus dedos el rosario de pétalos de rosa. El Obispo y Fray Fernando respiran aliviados. Nada malo ha sucedido. Pero Clarisa está extenuada. Eso es lo incomprensible. Duerme profundamente. Monseñor Pujol siente pena de despertarla.
-Clarisa... pequeña, despierta...
-Hmmm... Monseñor... – la niña, repentinamente lo abraza, para llorar desconsolada.
-¡Linda, ¿qué sucede?!
-La... la hermana... Ma... María Sol... ¡ha muerto!
-¡¿Qué dices?!
-¡Es cierto!... – Clarisa sigue llorando.
Fray Fernando le toma una mano.
-¡Está helada!
-Tal vez sólo tuvo una pesadilla... – comenta Rodrigo.
-¡Hmmm! Me preocupa su aspecto... No parece tener fiebre... – Fray Fernando, con delicadeza, la toma en brazos - ¿en dónde está su medalla de San Benito? ¿Por qué no la trae puesta?
-La dejó en su escritorio, como esta semana estuvo nadando en la playa privada, temió perderla en el mar. – recuerda la madre.
-Tráigala, por favor.
-Enseguida.
-Monseñor, yo puedo hacerme cargo de aquí en más, vaya por favor a celebrar Misa.
-Llámeme en cuanto la pequeña esté bien.
-Lo haré. – el Obispo, con el semblante pálido, se retira.
-(“Debí imaginar que algo se avecinaba... La hermana María Sol... su celadora, si no me falla la memoria... el peligro nuevamente se cierra sobre la pequeña y precoz Cazadora... Pero aún no es tiempo de revelarle del todo el serio secreto de su misión... no ha sido correctamente iniciada... pero es que el tiempo apremia... hay que apresurar un poco las cosas... sus calificaciones son realmente meritorias... podría hacer un examen en la curia y recibir al menos la Primera Comunión...”) – piensa en eso, cuando una luz enceguecedora llena la habitación, y hace que los padres de Clarisa se desmayen.
-Debe hacerse tal como usted lo piensa, Fray Fernando.
-¡Joel!
-Es imperativo para ella...
-¿Tu misión termina?
-No del todo...
-¿Sucede algo?
-Los enemigos están buscándome, por eso han intentado por todos los medios, vulnerar las defensas emocionales y físicas de la niña.
-¡Pero no puedes irte ahora! ¡Aún tienes que cuidarla al menos otros dos años!
-Lo sé...
-Debe existir alguna forma de que permanezcas en la Tierra un tiempo más...
-Es necesario que pronto abandone mi forma humana, de lo contrario, mi presencia alertará a otros maestros y el supremo despertará en forma prematura...
-Entiendo.
-Me tienen demasiado miedo, tal vez más que a la propia Cazadora, y eso se debe a que me desconocen por completo... por eso mismo tratan de descubrir mi verdadera identidad, eliminando a todas las personas que se encargan de instruir a la niña. Han comenzado por la joven hermana María Sol. Sus otros maestros corren un peligro inminente, Fray Fernando. Debe usted ponerlos sobre aviso.
-Por eso ella lo sabía...
-En efecto.
-Aún no puede cazar vampiros...
-Pero sí neutralizarlos, antes de que despierten.
-Eso me da una idea aproximada, de cómo serán sus poderes en el futuro.
-Efectivamente. Hace años que se adelanta a lo que es su vocación. Lleva ya cinco neutralizando nidos de centinelas y anulando pactos de sangre satánicos.
-¡Increíble!
-Acaba de evitar un desastre de grandes proporciones, haciéndose cargo de María Sol en su propia cripta.
-Pero, ¿qué es lo que se proponen estos monstruos?
-Planean tomar por completo la isla a largo plazo... y al paso que van, a Clarisa no le alcanzará su prematuro don de bilocación, para continuar luchando. Está muy sola...
-¡Si pudiéramos descubrir una forma de desarrollar y controlar sus poderes!...
-La hay.
-¡¿Cuál es?!
-Antes que nada, debe recibir la Eucaristía...
-Dalo por hecho.
-Una vez que eso ocurra, habrá que hacer un seguimiento estricto de sus ejercicios espirituales.
-En el colegio, eso puede arreglarse.
-Los Manuscritos del Mar Muerto le darán las repuestas que necesita.
-Comenzaré a traducirlos esta misma noche, no dormiré si es necesario.
-Bien. La niña se habrá recuperado, con la salida del sol.
-¡Es bueno saberlo!
-Me quedaré cerca. Rondaré la casa en forma invisible. Espero una pronta venganza por parte del enemigo
-¡Santo Dios!
-Me haré cargo de esa oración, ya mismo. – una agradable luz se desprende de los labios del fraile. Se asemeja a un brillante del tamaño de un puño cerrado. Joel la toma con ambas manos, y vuela al cielo.
Los padres de la niña despiertan, como si nada hubiera ocurrido. De hecho, el tiempo se había detenido cuando Joel apareció.
-¡Fray Fernando! – exclama Rodrigo - ¡¿cómo está mi hija?!
-Su temperatura es normal, sólo duerme.
-¿Y eso de que Sor María Sol está muerta?
-Lo confirmaré en el convento. Tal vez no haya sido una simple pesadilla...
-¿Qué quiere usted decir? – pregunta Encarnación.
-Su hija tiene sueños premonitorios, con el tiempo se irán o tal vez no...
-¿Qué significa eso?
-Que ve el futuro cuando sueña.
-¡Oh, por Dios!
-Temo que lo más conveniente, será adelantar la recepción de su Primera Comunión.
-¡Haga lo que sea! ¡Quiero que mi hija esté bien!
-Lo estará, no se preocupe, don Rodrigo.
-Confiamos en usted, Fray Fernando.
-Y yo confío en Dios. – el fraile se pone de pie, besa a la niña dormida y camina hacia la puerta.
-Lo acompaño, Fray Fernando.
-Gracias.
(continuará)

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