Al pie del Tabernáculo

Santa Clara (tercera parte)

Esa misma noche, en el rincón en el que se habían realizado los sacrificios de los esclavos satánicos, la misma figura que había inmolado a una novicia apareció «muerta» sobre el altar, con una estaca clavada en el corazón. El arma, tallada en madera de roble, tenía la bella y delicada forma de un capullo de rosa recién abierto...

Mansión Suárez.
09:00 hs.
-Será un auténtico placer recibirte para almorzar, viejo amigo.
-Me alegra que me consideres como tal... ¿estará tu hija presente?
-Imagino que sí, ¿por qué lo preguntas?
-Es que tengo algo que proponerle a toda la familia, además de invitarlos formal y personalmente a mi Ordenación Episcopal.
-¡No lo dudes! ¡Aquí estará!
¬-Bien, será hasta luego entonces.
-Adiós...
-¡Hola, papi! ¿Con quién hablabas?
-¡Hola, cariño, por fin llegas!
-Me detuve a llevarle un regalo al abuelo...
-¿Qué regalo?
-Un cirio de cera de abejas, que le hizo Fray Alberto.
-¡Qué bonito!
-¿Con quién hablabas?
-¡Adivina!
-¡Hmmm!... ¡Ya sé! ¡Con Monseñor Pujol!
-¡Así es!
-¡Qué bueno!
-Ve a cambiarte de ropa y baja a la casa de tu abuelo, almorzaremos todos juntos allí... ¡Jorge estará con nosotros!
-¡Viva! – la niña corrió a su cuarto, a quitarse el uniforme del internado. Abrió las ventanas de su habitación y dejó entrar el aire fresco cargado de perfume a rosas. Mirándose al espejo, se soltó el cabello y esperó a que Rosario subiera para peinarla. El ama de llaves, llegó con un enorme jarrón entre sus manos.
-¡Bienvenida, mi niña Clarisa!
-¡Hola, Rosario!
-¿Lista para el peinado?
-¡Lista!
-¿Vestido azul?
-¡Y camisa de rosas!
-¡Por supuesto! – en media hora, la niña estuvo lista para bajar.

-¿Nervios, Jorge?
-¡De punta!
-No tienes nada de qué preocuparte, sé que serás un excelente Obispo; siempre fuiste el mejor de la clase...
-A veces, eso no tiene nada que ver...
-¡Oh, no lo creo! Toma asiento... Encarnación y Clarisa bajarán de un momento a otro.
-De acuerdo.
-¿Jerez?
-¡Imposible negarse!
-Aquí tienes...
-Tu suegro tiene una casa muy hermosa... ¿siempre está tan llena de aroma a rosas de Castilla?
-Sólo cuando mi hija está en ella... mira, ahí llega. – y efectivamente, Clarisa se asomaba por el fondo del largo corredor. El sol del mediodía entraba por las ventanas. Y los capullos multicolores de todas las flores de la casa, se abrían al paso de la niña. Monseñor Pujol la miró asombrado. Por un breve instante, enmudeció. Ante sus ojos estaba la Cazadora... la mujer, en lugar de la niña... un anticipo de lo que vería catorce años después. Parpadeó, y no pudo evitar dejar caer su copa.
-¿Estás bien? – preguntó Rodrigo.
-Sí... ¡oh, lo lamento!... ¡qué torpe soy con las cosas delicadas!
-¡Descuida!
-¡Monseñor, ¿se ha lastimado?! – exclamó Clarisa, corriendo a verlo.
-Gracias a Dios, no, pequeña.
-¡Menos mal!
-Señor Rodrigo, la mesa está servida. – informó Rosario. Los comensales tomaron asiento.
Clarisa, fascinada por la presencia del Obispo, casi no probó bocado, lo que no dejó de enfadar a su madre.
-¡Hija, por Dios, come algo!
-¡Ya mamá!... Hmmm... ¿Va a venir otra vez, Monseñor?
-Me temo que no muy seguido, linda. La tarea de un Obispo es muy ardua.
-¿Cómo le ayudo?
-¡Clarisa, no seas impertinente! – bramó su padre.
-Tranquilo, Rodrigo... es evidente que el corazón de tu hija, es muy grande... ten... es la invitación formal a la ceremonia.
-Será un honor asistir.
-Una cosa más... como ya sabes, no tengo familia aquí en España, ni en ninguna otra parte... – los ojos del Obispo se llenaron de lágrimas – tú eres mi única familia... por esa razón quería pedirles a ti, a tu esposa y a tu hija, que presentéis las ofrendas en la Misa.
-¡¡Dalo por hecho, amigo mío!! – Rodrigo, igualmente conmovido y en el fondo de su alma, asustado como niño pequeño, respondió al pedido, con un apretado abrazo. Le era imposible negarse, pero tenía la sensación de saber a qué se debía realmente ese pedido. El momento que tanto temía, nuevamente estaba a la vuelta de la esquina.

Fray Fernando revisa una vez más los escritos, intentando establecer todavía más coincidencias con las Sagradas Escrituras. Una misteriosa sombra aparece tras él. Suelta la pluma. Cierra los ojos. Lentamente se pone de pie. Decidido, se lleva una mano al crucifijo y gira sobre sus talones.
-Quienquiera que seas, no tienes autoridad en este lugar, ya ha sido purificado.
-No cantes victoria, anciano... el Amo no te teme, esta misma noche, su séquito se apoderará de la Cazadora para siempre, y no podrás impedirlo... la han dejado desprotegida y al alcance de nuestra mano.
-La Cazadora nunca está sola ni desprotegida, hoy mismo lo comprobarás... aléjate de este suelo consagrado, ¡en el Nombre del Todopoderoso! – las palabras del fraile hicieron huir a la sombra maligna de uno de los Centinelas.

(continuará)

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