Al pie del Tabernáculo
Tiempós Sagrados (tercera parte)
-Sí, Rodrigo, eso dijo... – comenta Encarnación, hablando a su marido por el teléfono celular.
-Pero, ¡¿cómo es posible?! (“Así comenzó todo siempre... tengo que evitar que la historia se repita...”)
-Al parecer, reúne ya las condiciones necesarias...
-Bueno, siempre ha sido una niña muy precoz, hay que reconocerlo.
-Pero aún no te he contado lo mejor.
-¡Y, ¿qué es «lo mejor»?!
-Que la ceremonia es el próximo sábado, con los niños de la Catequesis Parroquial...
-¡¿El próximo sábado?! ¡¿Con la cantidad de preparativos que hay que hacer?! (“La situación debe ser ya muy grave, hay demasiada prisa en todo esto... definitivamente, no me gusta...”)
-¡Cálmate! ¡De eso puedo encargarme yo misma! Lo que quiero decirte, es que lo más interesante está en el grupo de compañeros de Clarisa, son casi todos varones, ¡y de excelente familia!
-¡¿Varones?! ¡¿De buena familia?! ¿Qué tan buena?
-Candidatos a academias militares...
-Hmmm...
-¿Qué te parece?
-Averigua un poco más... Busca nombres... ¿qué edad tienen?
-Entre doce y catorce años.
-Ideal... trataré de llegar lo más temprano posible, para ver si puedo contactarme con las familias... ¡Adoro tu visón de futuro, cariño!
-Lo sé.
-Nos vemos luego.
-Adiós. – la señora cierra la comunicación.
-¡Fray Fernando!... ¿Cómo va todo?
-Increíblemente bien, Monseñor.
-¿La niña?
-En mi Capilla secreta, en descanso espiritual.
-¡¿Descanso Espiritual?!
-Lo que oye. El Custodio se encuentra en éstos momentos atendiéndola.
-¡Gracias a Dios!
-Con todo esto, ¿aún cree necesario ese examen?
-Como una mera formalidad... y para adjuntarlo al legajo que se enviará a la Casa Pontificia. A su Santidad le interesará mucho conocer a esta niña. La someteremos a cuanta prueba psicológica esté a nuestro alcance para que el Conclave se asegure que no se trata de un fraude; eso facilitará la concesión de una audiencia. Posiblemente el encuentro se produzca, antes que su misión camine de manera oficial.
-¡Sería magnífico!
-¡Sería magnífico!
-¡Ya lo creo, Encarna! Acabo de saber que entre los muchachos que harán la Primera Comunión con nuestra hija, se encuentra el heredero de los Sotomayor.
-¡¿De los Sotomayor?! ¡Tienen la segunda fortuna más importante, después de la nuestra!
-Deberíamos al menos, intentar negocios con sus empresas...
-Tu hermano Zacarías, podría hacernos ese favor...
-Los astilleros...
-Barcos... es muy aficionado a las competencias de Vela y motonáutica.
-Parte de nuestras sucursales de Estados Unidos pueden sernos útiles. Sería un buen comienzo.
-Y cuando nuestros hijos crezcan...
-Orquestaremos un matrimonio muy conveniente... encárgate de que la niña sepa quién será su marido...
-¿Desde ahora?
-No vaya a ser cosa de que se le escape... o se le ocurra enamorarse de algún don nadie...
-En eso tienes razón.
Los sótanos. Un olor penetrante a humedad. Abandono. Descuido. Miedo. Se han tejido demasiadas historias de terror y deshonra a cerca de ese lugar. Es el momento de acabar con ellas. El eco de los pasos resuena nítidamente. No hacen ningún comentario. Rezan. Los tres han tomado caminos diferentes y se encontraron en un punto en común del complicado laberinto. Ahora caminan, cada uno desgranando su rosario. A la izquierda, alto, moreno, y con barba bipartita, negro el hábito, con reluciente cruz de plata en su pecho, el jesuita: valiente, pero silencioso, manso, pero inteligente, sabio, pero con un profundo sentido de la espiritualidad, un héroe de perfil bajo. En el centro, agobiado y canoso, cubierta la cabeza por la capucha, el franciscano: nacido para la función que cumple, no olvida su primer fracaso. Siendo apenas un novicio de menos de dieciocho años no supo cuidar la virginidad de la Elegida, y ha tenido que esperar dos generaciones, esta vez, su deber es el éxito. A la derecha, brillantes los ojos y aún dorado el cabello, semioculto por el purpúreo solideo que identifica la plenitud de su sacerdocio, el Obispo: la ayuda que ninguna de las anteriores Cazadoras había tenido y a la vez miembro más vulnerable del equipo... y el de mayor fe.
Sobre el final del camino, lo que ellos suponen. Maldad en estado puro. Están metiéndose en la boca del lobo. No tienen miedo. Han vencido todos los prejuicios de sus compañeros y hasta de sus superiores. Nada va a detenerlos. Niebla. Podredumbre. Violencia interna. Se miran a los ojos. Monseñor Pujol cambia lugares con Fray Fernando. La oración no se ha interrumpido. Las manos se entrelazan. Los latidos toman velocidad. Las voces, inspiradas por el Espíritu Santo, se elevan con imperativa autoridad.
-«CRUX SANCTA SIT MIHI LUX NON DRACO SIT MIHI DUX VADE RETRO SATANAS NUNQUAM SUADEA MIHI VANA SUNT MALA QUAE LIBAS IPSE VENENA BIBAS» - el exorcismo de San Benito resuena melodiosamente en la oscuridad. Nuevo silencio Más oración. Profunda y en una lengua desconocida. Infalible. Ninguna fuerza es capaz de interrumpirla. Una paloma blanca sobrevuela las cabezas y disipa la niebla que intenta envolverlos. Por detrás, un delicioso perfume de rosas de Castilla termina de aliviar a los hombres de Dios, y anuncia que la Cazadora, una vez más, está a salvo y lista para pasar a la siguiente etapa en su desarrollo espiritual. Pared y podredumbre se esfuman. La maldición ha sido rota. Otro punto a favor de los intercesores.
Monseñor Pujol avanza con seguridad. Fray Fernando enciende las antorchas. El hermano David abre el Ritual. El Obispo, sin dejar de lado su asombro, procede a consagrar ese Templo secreto, émulo de las primitivas catacumbas. La luz vuelve. Esta vez, las llamas doradas cubren a los tres intercesores. Ninguno de ellos había vivido antes esa experiencia, sólo oyeron testimonios aproximados, pero nada parecido a esto. Sin prisa, buscan los implementos del Altar. Corporal. Purificador. Manutergio. Irónicamente, bordados por las otrora hábiles manos de la hermana María Sol. Cirios. Patena y Cáliz. Vinajeras. Fuente. Misal. Todo listo. Pequeñas y familiares chispas plateadas, doradas y multicolores invaden el lugar. Juegan entre los tres hombres, como queriendo hacerles cosquillas. Finalmente, provocan sonrisas. Y eso está muy bien. Concelebran. El Pan y el Vino se elevan entre el Cielo y la Tierra.
Clarisa abre los ojos. Está sorprendida. No puede levantarse. Su cuerpo está frío. Se siente débil. Tiembla. Su pulso es lento. Su paz, infinita. Joel, atento, la toma en brazos, y la abriga con sus blancas alas. Están ambos en el único lugar en el que el Custodio no puede ser descubierto por los enemigos. Si algo sale mal, deberá permanecer allí para siempre.
-¿Dónde está Fray Fernando?
-Concelebrando Misa.
-¿Podemos ir?
-Aún estás algo extenuada.
-Me siento mareada... todo me da vueltas...
-Lo sé.
-¿Qué sucedió?
-Nada que deba preocuparte. Has experimentado un gran cambio. Interior. Vertiginoso. Un importante crecimiento espiritual.
-No le sucede a todos los niños, ¿verdad?
-Estás en lo cierto, pequeña. Tú eres especial. Pero aún faltan años para que comprendas cuánto.
-¿Es por eso que adelantan mi Primera Comunión?
-Sí. Pero debes continuar con tu preparación. Desde el momento en que recibas el Sacramento, ya no seré imprescindible para ti.
-¿Te marcharás?
-No del todo. Simplemente, habrá llegado la hora de que «Mi Jefe», se ocupe de ti...
-Te echaré de menos.
-No lo creo. Te vigilaré siempre. Cuando corras algún peligro, estaré obligado a asistirte, como todos los ángeles Custodios.
-No será lo mismo. No volverás a jugar conmigo...
-Me temo que quizás demasiado pronto, dejarás los juegos infantiles a un lado. Tu crecimiento interior implica muchas cosas nuevas, que inicialmente no comprenderás. Llegará el momento de probar tu fe, sin la intervención de los no vivientes. Uno de los cambios más notorios, vendrá por parte de tus padres, a los que no debes dejar de obedecer, a menos que Las Sagradas Escrituras, grabadas en tu corazón y la inspiración del Espíritu Santo digan lo contrario. Las cosas no serán iguales. Todo dependerá de ti.
-¿Para qué?
-Para mayor Gloria de Dios.
-Es una respuesta muy amplia. Se puede glorificar a Dios de muchas formas.
-La elección es tuya.
-Me desorientas.
-Eso es porque estás acostumbrada a que se te diga todo lo que debes hacer. Desde ahora tendrás libertad. Pero sin duda, con esta libertad, vendrá asociada una gran responsabilidad. La de demostrar que eres digna de la gran misión para la que fuiste engendrada.
-Pero, ¿por qué no me dicen cuál es esa famosa misión?
-No me corresponde esa tarea. Ser un cristiano perfecto, es algo sumamente difícil de conseguir, por el momento, es todo lo que yo puedo revelarte, cumple al pie de la letra todo lo que la Sabiduría humana y divina te enseñen. Aún debes conocer con profundidad todas las trampas del enemigo. No conviene que te obsesiones con la misión, si no estás capacitada para soportar las pruebas que preceden a tu verdadero objetivo.
-Comprendo. – Clarisa se pone de pie. Instintivamente, se acerca al Tabernáculo. Una repentina y desconocida ansiedad se apodera de ella, cuando la paloma remonta vuelo hacia la luz que entra por la ventana. Acaricia el Copón. Se detiene. Siente que no puede esperar, que esos siete días se le harán siglos. Finalmente, cierra la portezuela, y le echa llave. Suspira – esto me asusta.
-Conserva la calma. Sólo soy tu Custodio, no tus manos, ni tus pies. Recuérdalo bien.
-Cierto. ¿Debo esperar a Fray Fernando?
-Tus padres están en el convento. Te buscan. Regresa con ellos para que no se alarmen, en el camino, te encontrarás con Fray Fernando y el Obispo.
-Está bien. – la niña, utilizando la puerta secreta, se adentra en el laberinto, al que nota mucho más iluminado de lo que lo vio al llegar. Inevitablemente, se deleita contemplando los antiquísimos mosaicos de los muros, ahora sí puede verlos en todo su esplendor. Gracias a la intervención divina ocurrida luego del exorcismo, las imágenes parecen recién elaboradas. Tan absorta está, que no ve a Fray Fernando.
-¡Clarisa!... ¡Clarisa!... ¿Estás bien?
-¡Fray Fernando!
-¿Cómo te sientes?
-Extraña...
-¿Extraña?
-No creí que algo semejante, pudiera sucederle a alguien.
-Es que por lo general, no sucede.
-¿Soy diferente?
-Tienes un propósito diferente. Eres una niña muy normal en apariencia, pero tu espíritu está dotado para grandes cosas.
-Eso mismo me dijo Joel, pero con otras palabras... Y también me dijo que se marchará, pero no me dijo por qué... ¿hice algo mal?
-No debes preocuparte. Estarás aún mejor protegida. Ahora, será mejor que vayas a comer con tus padres. Luego iré por ti, para que hagas el examen.
-De acuerdo.
-Una cosa más...
-¿Sí?
-No hables de estas cosas con nadie, excepto conmigo o con Monseñor Pujol.
-Entendido. ¡Nos vemos! ¡Me muero de hambre!
(continuará)
-Sí, Rodrigo, eso dijo... – comenta Encarnación, hablando a su marido por el teléfono celular.
-Pero, ¡¿cómo es posible?! (“Así comenzó todo siempre... tengo que evitar que la historia se repita...”)
-Al parecer, reúne ya las condiciones necesarias...
-Bueno, siempre ha sido una niña muy precoz, hay que reconocerlo.
-Pero aún no te he contado lo mejor.
-¡Y, ¿qué es «lo mejor»?!
-Que la ceremonia es el próximo sábado, con los niños de la Catequesis Parroquial...
-¡¿El próximo sábado?! ¡¿Con la cantidad de preparativos que hay que hacer?! (“La situación debe ser ya muy grave, hay demasiada prisa en todo esto... definitivamente, no me gusta...”)
-¡Cálmate! ¡De eso puedo encargarme yo misma! Lo que quiero decirte, es que lo más interesante está en el grupo de compañeros de Clarisa, son casi todos varones, ¡y de excelente familia!
-¡¿Varones?! ¡¿De buena familia?! ¿Qué tan buena?
-Candidatos a academias militares...
-Hmmm...
-¿Qué te parece?
-Averigua un poco más... Busca nombres... ¿qué edad tienen?
-Entre doce y catorce años.
-Ideal... trataré de llegar lo más temprano posible, para ver si puedo contactarme con las familias... ¡Adoro tu visón de futuro, cariño!
-Lo sé.
-Nos vemos luego.
-Adiós. – la señora cierra la comunicación.
-¡Fray Fernando!... ¿Cómo va todo?
-Increíblemente bien, Monseñor.
-¿La niña?
-En mi Capilla secreta, en descanso espiritual.
-¡¿Descanso Espiritual?!
-Lo que oye. El Custodio se encuentra en éstos momentos atendiéndola.
-¡Gracias a Dios!
-Con todo esto, ¿aún cree necesario ese examen?
-Como una mera formalidad... y para adjuntarlo al legajo que se enviará a la Casa Pontificia. A su Santidad le interesará mucho conocer a esta niña. La someteremos a cuanta prueba psicológica esté a nuestro alcance para que el Conclave se asegure que no se trata de un fraude; eso facilitará la concesión de una audiencia. Posiblemente el encuentro se produzca, antes que su misión camine de manera oficial.
-¡Sería magnífico!
-¡Sería magnífico!
-¡Ya lo creo, Encarna! Acabo de saber que entre los muchachos que harán la Primera Comunión con nuestra hija, se encuentra el heredero de los Sotomayor.
-¡¿De los Sotomayor?! ¡Tienen la segunda fortuna más importante, después de la nuestra!
-Deberíamos al menos, intentar negocios con sus empresas...
-Tu hermano Zacarías, podría hacernos ese favor...
-Los astilleros...
-Barcos... es muy aficionado a las competencias de Vela y motonáutica.
-Parte de nuestras sucursales de Estados Unidos pueden sernos útiles. Sería un buen comienzo.
-Y cuando nuestros hijos crezcan...
-Orquestaremos un matrimonio muy conveniente... encárgate de que la niña sepa quién será su marido...
-¿Desde ahora?
-No vaya a ser cosa de que se le escape... o se le ocurra enamorarse de algún don nadie...
-En eso tienes razón.
Los sótanos. Un olor penetrante a humedad. Abandono. Descuido. Miedo. Se han tejido demasiadas historias de terror y deshonra a cerca de ese lugar. Es el momento de acabar con ellas. El eco de los pasos resuena nítidamente. No hacen ningún comentario. Rezan. Los tres han tomado caminos diferentes y se encontraron en un punto en común del complicado laberinto. Ahora caminan, cada uno desgranando su rosario. A la izquierda, alto, moreno, y con barba bipartita, negro el hábito, con reluciente cruz de plata en su pecho, el jesuita: valiente, pero silencioso, manso, pero inteligente, sabio, pero con un profundo sentido de la espiritualidad, un héroe de perfil bajo. En el centro, agobiado y canoso, cubierta la cabeza por la capucha, el franciscano: nacido para la función que cumple, no olvida su primer fracaso. Siendo apenas un novicio de menos de dieciocho años no supo cuidar la virginidad de la Elegida, y ha tenido que esperar dos generaciones, esta vez, su deber es el éxito. A la derecha, brillantes los ojos y aún dorado el cabello, semioculto por el purpúreo solideo que identifica la plenitud de su sacerdocio, el Obispo: la ayuda que ninguna de las anteriores Cazadoras había tenido y a la vez miembro más vulnerable del equipo... y el de mayor fe.
Sobre el final del camino, lo que ellos suponen. Maldad en estado puro. Están metiéndose en la boca del lobo. No tienen miedo. Han vencido todos los prejuicios de sus compañeros y hasta de sus superiores. Nada va a detenerlos. Niebla. Podredumbre. Violencia interna. Se miran a los ojos. Monseñor Pujol cambia lugares con Fray Fernando. La oración no se ha interrumpido. Las manos se entrelazan. Los latidos toman velocidad. Las voces, inspiradas por el Espíritu Santo, se elevan con imperativa autoridad.
-«CRUX SANCTA SIT MIHI LUX NON DRACO SIT MIHI DUX VADE RETRO SATANAS NUNQUAM SUADEA MIHI VANA SUNT MALA QUAE LIBAS IPSE VENENA BIBAS» - el exorcismo de San Benito resuena melodiosamente en la oscuridad. Nuevo silencio Más oración. Profunda y en una lengua desconocida. Infalible. Ninguna fuerza es capaz de interrumpirla. Una paloma blanca sobrevuela las cabezas y disipa la niebla que intenta envolverlos. Por detrás, un delicioso perfume de rosas de Castilla termina de aliviar a los hombres de Dios, y anuncia que la Cazadora, una vez más, está a salvo y lista para pasar a la siguiente etapa en su desarrollo espiritual. Pared y podredumbre se esfuman. La maldición ha sido rota. Otro punto a favor de los intercesores.
Monseñor Pujol avanza con seguridad. Fray Fernando enciende las antorchas. El hermano David abre el Ritual. El Obispo, sin dejar de lado su asombro, procede a consagrar ese Templo secreto, émulo de las primitivas catacumbas. La luz vuelve. Esta vez, las llamas doradas cubren a los tres intercesores. Ninguno de ellos había vivido antes esa experiencia, sólo oyeron testimonios aproximados, pero nada parecido a esto. Sin prisa, buscan los implementos del Altar. Corporal. Purificador. Manutergio. Irónicamente, bordados por las otrora hábiles manos de la hermana María Sol. Cirios. Patena y Cáliz. Vinajeras. Fuente. Misal. Todo listo. Pequeñas y familiares chispas plateadas, doradas y multicolores invaden el lugar. Juegan entre los tres hombres, como queriendo hacerles cosquillas. Finalmente, provocan sonrisas. Y eso está muy bien. Concelebran. El Pan y el Vino se elevan entre el Cielo y la Tierra.
Clarisa abre los ojos. Está sorprendida. No puede levantarse. Su cuerpo está frío. Se siente débil. Tiembla. Su pulso es lento. Su paz, infinita. Joel, atento, la toma en brazos, y la abriga con sus blancas alas. Están ambos en el único lugar en el que el Custodio no puede ser descubierto por los enemigos. Si algo sale mal, deberá permanecer allí para siempre.
-¿Dónde está Fray Fernando?
-Concelebrando Misa.
-¿Podemos ir?
-Aún estás algo extenuada.
-Me siento mareada... todo me da vueltas...
-Lo sé.
-¿Qué sucedió?
-Nada que deba preocuparte. Has experimentado un gran cambio. Interior. Vertiginoso. Un importante crecimiento espiritual.
-No le sucede a todos los niños, ¿verdad?
-Estás en lo cierto, pequeña. Tú eres especial. Pero aún faltan años para que comprendas cuánto.
-¿Es por eso que adelantan mi Primera Comunión?
-Sí. Pero debes continuar con tu preparación. Desde el momento en que recibas el Sacramento, ya no seré imprescindible para ti.
-¿Te marcharás?
-No del todo. Simplemente, habrá llegado la hora de que «Mi Jefe», se ocupe de ti...
-Te echaré de menos.
-No lo creo. Te vigilaré siempre. Cuando corras algún peligro, estaré obligado a asistirte, como todos los ángeles Custodios.
-No será lo mismo. No volverás a jugar conmigo...
-Me temo que quizás demasiado pronto, dejarás los juegos infantiles a un lado. Tu crecimiento interior implica muchas cosas nuevas, que inicialmente no comprenderás. Llegará el momento de probar tu fe, sin la intervención de los no vivientes. Uno de los cambios más notorios, vendrá por parte de tus padres, a los que no debes dejar de obedecer, a menos que Las Sagradas Escrituras, grabadas en tu corazón y la inspiración del Espíritu Santo digan lo contrario. Las cosas no serán iguales. Todo dependerá de ti.
-¿Para qué?
-Para mayor Gloria de Dios.
-Es una respuesta muy amplia. Se puede glorificar a Dios de muchas formas.
-La elección es tuya.
-Me desorientas.
-Eso es porque estás acostumbrada a que se te diga todo lo que debes hacer. Desde ahora tendrás libertad. Pero sin duda, con esta libertad, vendrá asociada una gran responsabilidad. La de demostrar que eres digna de la gran misión para la que fuiste engendrada.
-Pero, ¿por qué no me dicen cuál es esa famosa misión?
-No me corresponde esa tarea. Ser un cristiano perfecto, es algo sumamente difícil de conseguir, por el momento, es todo lo que yo puedo revelarte, cumple al pie de la letra todo lo que la Sabiduría humana y divina te enseñen. Aún debes conocer con profundidad todas las trampas del enemigo. No conviene que te obsesiones con la misión, si no estás capacitada para soportar las pruebas que preceden a tu verdadero objetivo.
-Comprendo. – Clarisa se pone de pie. Instintivamente, se acerca al Tabernáculo. Una repentina y desconocida ansiedad se apodera de ella, cuando la paloma remonta vuelo hacia la luz que entra por la ventana. Acaricia el Copón. Se detiene. Siente que no puede esperar, que esos siete días se le harán siglos. Finalmente, cierra la portezuela, y le echa llave. Suspira – esto me asusta.
-Conserva la calma. Sólo soy tu Custodio, no tus manos, ni tus pies. Recuérdalo bien.
-Cierto. ¿Debo esperar a Fray Fernando?
-Tus padres están en el convento. Te buscan. Regresa con ellos para que no se alarmen, en el camino, te encontrarás con Fray Fernando y el Obispo.
-Está bien. – la niña, utilizando la puerta secreta, se adentra en el laberinto, al que nota mucho más iluminado de lo que lo vio al llegar. Inevitablemente, se deleita contemplando los antiquísimos mosaicos de los muros, ahora sí puede verlos en todo su esplendor. Gracias a la intervención divina ocurrida luego del exorcismo, las imágenes parecen recién elaboradas. Tan absorta está, que no ve a Fray Fernando.
-¡Clarisa!... ¡Clarisa!... ¿Estás bien?
-¡Fray Fernando!
-¿Cómo te sientes?
-Extraña...
-¿Extraña?
-No creí que algo semejante, pudiera sucederle a alguien.
-Es que por lo general, no sucede.
-¿Soy diferente?
-Tienes un propósito diferente. Eres una niña muy normal en apariencia, pero tu espíritu está dotado para grandes cosas.
-Eso mismo me dijo Joel, pero con otras palabras... Y también me dijo que se marchará, pero no me dijo por qué... ¿hice algo mal?
-No debes preocuparte. Estarás aún mejor protegida. Ahora, será mejor que vayas a comer con tus padres. Luego iré por ti, para que hagas el examen.
-De acuerdo.
-Una cosa más...
-¿Sí?
-No hables de estas cosas con nadie, excepto conmigo o con Monseñor Pujol.
-Entendido. ¡Nos vemos! ¡Me muero de hambre!
(continuará)
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