Al pie del Tabernáculo
Santa Clara (segunda parte)
Convento de San Francisco.
Despacho del Superior.
-Bienvenido, Fray Fernando. Es un auténtico placer volver a tenerlo con nosotros.
-Mío también, Juan Manuel, realmente he echado muchísimo de menos este lugar... ¡No hay como la paz de mi viejo jardín de rosales!
-¡Ya lo creo! Le digo más, yo mismo me he ocupado de sus cuidados.
-Se lo agradezco.
-Tome asiento... Veamos el informe del Provincial... Hmmm... Bien... esta tarde asumirá como director espiritual en el vecino Colegio de Señoritas Santa Clara de Asís...
-Me han informado al respecto.
-Lo supuse... La Orden, gracias a Dios, ha crecido mucho durante su ausencia, para la próxima fiesta de Santa Clara, se esperan nuevos ingresos... ¡Y Ordenaciones Sacerdotales! Catorce Diáconos y siete Presbíteros.
-¡Maravilloso!
-Contamos con su presencia desde ya, claro está.
-¡Ni lo mencione!... ¡¿Qué sucede?! – preguntó Fray Fernando, al oír una bastante acalorada discusión en los pasillos cercanos al despacho del Superior.
-Lo ignoro, pero parece que lo buscan a usted, Fray Fernando... – en ese momento, alguien golpea la puerta de la oficina - ¡Adelante!
-Disculpe, Hermano Juan Manuel... la Madre Superiora del Colegio Santa Clara de Asís, y una de sus alumnas, desean hablar ambas a solas con Fray Fernando... les dije que estaba ocupado en una reunión con usted, pero ellas insisten...
-(“Solamente una alumna puede querer hablar conmigo con tanta prisa... La Cazadora... pero no entiendo por qué se suma Sor Delia...”) No se preocupe, las atenderé de todos modos.
-Por aquí, Fray Ridruejo.
-Gracias, conozco el camino. – el fraile salió al encuentro de la monja. Se veía muy disgustada... y traía a Clarisa de la mano. La pequeña no paraba de llorar.
-¡Ahora sí, vamos a ver jovencita, si lo que está diciendo, es la verdad!... ¡Aquí viene el famoso Fray Fernando Ridruejo!
-¡¡Fray Fernando!! – la niña corrió directamente a los brazos del fraile.
-¡¡Clarisa!!... ¡Pequeña, ¿Qué sucede?! ¡¿Por qué lloras?! ¡Ya estoy aquí, no tienes nada que temer! (“Algo me dice, que su grave problema es decir siempre la verdad... y que absolutamente nadie en este lugar le crea...”)
-¡Ella me quitó mi medalla, y no me la quiere regresar!
-¿Medalla?
-¡La que me regalaste!
-¡¿La de San Benito?!
-Sí... – esta vez, Fray Fernando sí miró fijamente a la obesa y soberbia figura, que palidecía frente a él.
-¿Es cierto eso? – preguntó él con preocupación.
-Le he dicho muchas veces, que las niñas del internado no deben ostentar de ese modo su opulencia económica, Fray Fernando.
-Éste no es el caso, y usted debería saberlo...
-Pero se trata de una joya demasiado valiosa para que la lleve una niña de su edad.
-Devuélvasela.
-¡Pero!...
-Sin peros, hermana, devuélvale su medalla a la niña, ¡ahora! Por favor... (“Deberé extender un poco la cantidad de personas que estén autorizadas a conocer el secreto de Clarisa, para evitar que la pongan en peligro... y quizás como medida de prevención para ellas mismas...”) – la monja, ruborizada desde el cuello hasta la cofia, extrajo la hermosa cadena de su bolsillo y nuevamente, la colgó en el cuello de Clarisa – Pequeña, lávate la cara y espérame en mi jardín, ¿sabes cómo llegar?
-Le preguntaré a Joel.
-De acuerdo.
-Te veré en unos minutos, cuando termine de hablar con la Madre Superiora.
-Está bien. – la pequeña salió corriendo hacia el lugar de la cita.
-Exijo una inmediata explicación, hermana Delia.
-Se la daré, Padre... Esta mañana, cubría a la hermana María Sol en su recorrida por los dormitorios, cuando pasé por la habitación de esta niña y le vi semejante alhaja en las manos. Obviamente, me sorprendí y le pregunté cómo es que nadie al ingresar le había advertido, que esas cosas no tienen lugar aquí. Así fue que le pedí que me la entregara, para devolvérsela a sus padres de inmediato. Las otras niñas no debían ver esa cadena, claro... Pero la pequeña se negó terminante e insolentemente a obedecer...
-(“Clarisa no es desobediente, conoce bien la Jerarquía de la Iglesia, no se quitó la cadena, porque el Obispo le permitió usarla... sabe quién tiene más autoridad...”) Sor Delia, la niña debió haberle contado la historia de esa medalla, ¿por qué no le creyó usted a Clarisa?
-Porque nadie le creería semejante mentira a una niña de escasos cinco años.
-¿Cuál mentira?
-La que inventó a cerca de su padre y Monseñor Pujol... y de que esa joya fue un obsequio que usted le hizo a la niña Suárez...
-¿Acaso, no llegó ayer al comedor de la mano del señor Obispo?
-No me encontraba presente en ese momento, Padre, de modo que no me consta ese hecho.
-Pero todas las alumnas los vieron, incluyendo también a las novicias voluntarias que servían la comida... Pero eso no viene al caso. Como seguramente usted ya se habrá enterado, esa joya, que acaba de regresarle a la niña Suárez Ripoll, efectivamente ha sido un obsequio de mi parte, es más, me tomé el trabajo de hacerla diseñar por los Benedictinos, y pedirles que la confeccionen a mano y en Estado de Gracia; eso además de ocuparme de pedir una audiencia privada con Su Santidad, para que él mismo le impartiera su bendición. Creo que lo de «mundana joya», está de más.
-¡Oh, lo lamento! ¡No tenía idea!
-Y no dejó hablar a la niña, ella se lo habría dicho, Clarisa no miente... Otra cosa... por nada del mundo debe separarse de esa medalla, hasta que haya hecho su Primera Comunión.
-¿Algún motivo en especial?
-Tiene usted mi bendición para acceder a los archivos privados de la Casa Pontificia, en donde esperamos que la niña sea educada, por orden del Cónclave Cardenalicio Romano.
-¡Dios mío!
-Eso es todo hermana, puede retirarse...
-Gracias, Padre.
-Gracias, Padre... digo, Monseñor... ¡me encantan las rosas!
-Me han contado que en tu casa hay muy bellos rosales.
-Es cierto. Pero en la casa de mi abuelo. Yo vivo en el otro edificio...
-¡Y, ¿esa medalla tan linda?!
-Me la regaló Fray Fernando.
-¿Puedo verla?
-Claro...
-Hmmm... De oro puro... (“Tal como la describen los Manuscritos del Mar Muerto... y los antiguos códices dedicados a las instrucciones que deben seguir los Tutores de Cazadoras de Vampiros...”) Parece hecha a mano... Fray Fernando debe quererte mucho... Esta clase de obsequios son muy difíciles de conseguir, ¿sabías?
-No...
-Hay muy pocos artesanos que manejan estos metales con tanto detalle... quien haya tallado esta medalla, debe ser muy talentoso... hasta la cadena tiene detalles de rosas... tuvo que llevarle semanas de trabajo... (“Cumple al pie de la letra las profecías apócrifas... luego del triunfo sobre el falso Obispo, Fray Fernando debió llevar consigo el cáliz y la patena que utilizaba esta Bestia, y entregarla a los orfebres de la Abadía de San Benito, y ellos, seguramente se encargaron de confeccionar la medalla, sin dejar de repetir en voz alta el exorcismo del Santo Patrono... eso la protegerá, mientras no sepa leer ni pueda completar su Iniciación... para una niña tan pequeña, cualquier medida de precaución es poca... veré qué otra cosa puedo hacer en cuanto reciba el Orden... creo que ya sé cómo aumentar sus defensas...”)
-Aquí viene Fray Fernando...
-Monseñor... – el fraile, devotamente, iba a besarle las manos, pero Monseñor Pujol, se lo impidió con un cálido abrazo.
-Fray Fernando, su pequeña discípula es realmente encantadora... ¡y muy devota del Santísimo Sacramento!...
-¿Es cierto eso, Clarisa?
-Sí, Fray Fernando. Vengo aquí cuando no me ven las monjas... Y me quedo en la Capilla Privada.
-¡Maravilloso!... ¿Nos acompañas en el rezo del Rosario?
-¡Claro!- los tres pasaron al Templo. El lugar estaba oscuro, fresco y calmo. El sol casi no entraba por los coloridos vitrales, a esa hora de la mañana, eso recién sucedería llegando a mediodía. Un hermano lego estaba exponiendo el Santísimo, justo en el instante en que se abría la puerta y el peculiar trío avanzaba por la nave central.
-¿Quién es él? – preguntó Clarisa.
-Es Fray Alberto. Un hermano lego. – contestó Fray Fernando.
-¿Qué es un hermano lego?
-Un monje que hace votos, pero no estudia Teología... quedan muy pocos como él...
-¿Es muy pobre?
-Todos lo somos.
-Pero, mi papá puede ayudarle si quiere estudiar...
-Muy generoso de tu parte, linda. Te lo explicaré mejor: fray Alberto es como un niño grande, siempre lo será. Cuando crezcas, lo comprenderás mejor...
-¿Quieres encender los cirios, pequeña? – preguntó Fray Alberto, con una amplia sonrisa.
-Bueno. – el hermano lego se acercó a ella, la tomó en sus brazos y la arrodilló directamente sobre el Altar.
-Primero se prende esta candela pequeñita... y luego con ella, se da lumbre a los demás cirios... ¿quieres intentarlo?
-Sí...
-Ten... – la pequeña tomó la vela encendida y la diminuta llama iluminó el hermoso rostro ornamentado por dos largas trenzas negras. Los tres clérigos se deleitaban con la conmovedora escena. Y algo extraordinario sucedió. Clarisa encendió el primer cirio... Y a su alrededor, la totalidad de las candelas ardió al mismo tiempo. Toda la Catedral quedó completamente iluminada. En un rincón alejado, sentado sobre la cúspide de un confesionario, Joel sonreía satisfecho. El joven Obispo no salía de su asombro. Y esa noche no durmió pensando en Clarisa.
-(“Están pasando cosas, que no figuran hasta el momento, en ninguna profecía, ni códice antiguo... quizás porque aún no se descubren... pero, ¿cómo sabremos entonces, el futuro de esta niña?... Evidentemente, tiene dones muy poco comunes... es muy inteligente, precoz, y con una fe muy poco frecuente para su corta edad... asimila misterios que escasamente los adultos llegamos a comprender... ¡pero lo de esta mañana, sencillamente, me supera!... apenas está bautizada, y ya se ven en ella tan grandes frutos del Espíritu Santo... El Papa, por cierto, tendría que saber de todo esto cuanto antes... eso aseguraría su posterior educación en Roma, lejos de toda esta zona infectada de nidos de vampiros en potencia, es una pena que sólo sea eso todo lo que podamos hacer en este tiempo... aunque mi idea puede resultar...”) – pensaba Monseñor Pujol, sin poder pegar los ojos.
(Continuará)
Convento de San Francisco.
Despacho del Superior.
-Bienvenido, Fray Fernando. Es un auténtico placer volver a tenerlo con nosotros.
-Mío también, Juan Manuel, realmente he echado muchísimo de menos este lugar... ¡No hay como la paz de mi viejo jardín de rosales!
-¡Ya lo creo! Le digo más, yo mismo me he ocupado de sus cuidados.
-Se lo agradezco.
-Tome asiento... Veamos el informe del Provincial... Hmmm... Bien... esta tarde asumirá como director espiritual en el vecino Colegio de Señoritas Santa Clara de Asís...
-Me han informado al respecto.
-Lo supuse... La Orden, gracias a Dios, ha crecido mucho durante su ausencia, para la próxima fiesta de Santa Clara, se esperan nuevos ingresos... ¡Y Ordenaciones Sacerdotales! Catorce Diáconos y siete Presbíteros.
-¡Maravilloso!
-Contamos con su presencia desde ya, claro está.
-¡Ni lo mencione!... ¡¿Qué sucede?! – preguntó Fray Fernando, al oír una bastante acalorada discusión en los pasillos cercanos al despacho del Superior.
-Lo ignoro, pero parece que lo buscan a usted, Fray Fernando... – en ese momento, alguien golpea la puerta de la oficina - ¡Adelante!
-Disculpe, Hermano Juan Manuel... la Madre Superiora del Colegio Santa Clara de Asís, y una de sus alumnas, desean hablar ambas a solas con Fray Fernando... les dije que estaba ocupado en una reunión con usted, pero ellas insisten...
-(“Solamente una alumna puede querer hablar conmigo con tanta prisa... La Cazadora... pero no entiendo por qué se suma Sor Delia...”) No se preocupe, las atenderé de todos modos.
-Por aquí, Fray Ridruejo.
-Gracias, conozco el camino. – el fraile salió al encuentro de la monja. Se veía muy disgustada... y traía a Clarisa de la mano. La pequeña no paraba de llorar.
-¡Ahora sí, vamos a ver jovencita, si lo que está diciendo, es la verdad!... ¡Aquí viene el famoso Fray Fernando Ridruejo!
-¡¡Fray Fernando!! – la niña corrió directamente a los brazos del fraile.
-¡¡Clarisa!!... ¡Pequeña, ¿Qué sucede?! ¡¿Por qué lloras?! ¡Ya estoy aquí, no tienes nada que temer! (“Algo me dice, que su grave problema es decir siempre la verdad... y que absolutamente nadie en este lugar le crea...”)
-¡Ella me quitó mi medalla, y no me la quiere regresar!
-¿Medalla?
-¡La que me regalaste!
-¡¿La de San Benito?!
-Sí... – esta vez, Fray Fernando sí miró fijamente a la obesa y soberbia figura, que palidecía frente a él.
-¿Es cierto eso? – preguntó él con preocupación.
-Le he dicho muchas veces, que las niñas del internado no deben ostentar de ese modo su opulencia económica, Fray Fernando.
-Éste no es el caso, y usted debería saberlo...
-Pero se trata de una joya demasiado valiosa para que la lleve una niña de su edad.
-Devuélvasela.
-¡Pero!...
-Sin peros, hermana, devuélvale su medalla a la niña, ¡ahora! Por favor... (“Deberé extender un poco la cantidad de personas que estén autorizadas a conocer el secreto de Clarisa, para evitar que la pongan en peligro... y quizás como medida de prevención para ellas mismas...”) – la monja, ruborizada desde el cuello hasta la cofia, extrajo la hermosa cadena de su bolsillo y nuevamente, la colgó en el cuello de Clarisa – Pequeña, lávate la cara y espérame en mi jardín, ¿sabes cómo llegar?
-Le preguntaré a Joel.
-De acuerdo.
-Te veré en unos minutos, cuando termine de hablar con la Madre Superiora.
-Está bien. – la pequeña salió corriendo hacia el lugar de la cita.
-Exijo una inmediata explicación, hermana Delia.
-Se la daré, Padre... Esta mañana, cubría a la hermana María Sol en su recorrida por los dormitorios, cuando pasé por la habitación de esta niña y le vi semejante alhaja en las manos. Obviamente, me sorprendí y le pregunté cómo es que nadie al ingresar le había advertido, que esas cosas no tienen lugar aquí. Así fue que le pedí que me la entregara, para devolvérsela a sus padres de inmediato. Las otras niñas no debían ver esa cadena, claro... Pero la pequeña se negó terminante e insolentemente a obedecer...
-(“Clarisa no es desobediente, conoce bien la Jerarquía de la Iglesia, no se quitó la cadena, porque el Obispo le permitió usarla... sabe quién tiene más autoridad...”) Sor Delia, la niña debió haberle contado la historia de esa medalla, ¿por qué no le creyó usted a Clarisa?
-Porque nadie le creería semejante mentira a una niña de escasos cinco años.
-¿Cuál mentira?
-La que inventó a cerca de su padre y Monseñor Pujol... y de que esa joya fue un obsequio que usted le hizo a la niña Suárez...
-¿Acaso, no llegó ayer al comedor de la mano del señor Obispo?
-No me encontraba presente en ese momento, Padre, de modo que no me consta ese hecho.
-Pero todas las alumnas los vieron, incluyendo también a las novicias voluntarias que servían la comida... Pero eso no viene al caso. Como seguramente usted ya se habrá enterado, esa joya, que acaba de regresarle a la niña Suárez Ripoll, efectivamente ha sido un obsequio de mi parte, es más, me tomé el trabajo de hacerla diseñar por los Benedictinos, y pedirles que la confeccionen a mano y en Estado de Gracia; eso además de ocuparme de pedir una audiencia privada con Su Santidad, para que él mismo le impartiera su bendición. Creo que lo de «mundana joya», está de más.
-¡Oh, lo lamento! ¡No tenía idea!
-Y no dejó hablar a la niña, ella se lo habría dicho, Clarisa no miente... Otra cosa... por nada del mundo debe separarse de esa medalla, hasta que haya hecho su Primera Comunión.
-¿Algún motivo en especial?
-Tiene usted mi bendición para acceder a los archivos privados de la Casa Pontificia, en donde esperamos que la niña sea educada, por orden del Cónclave Cardenalicio Romano.
-¡Dios mío!
-Eso es todo hermana, puede retirarse...
-Gracias, Padre.
-Gracias, Padre... digo, Monseñor... ¡me encantan las rosas!
-Me han contado que en tu casa hay muy bellos rosales.
-Es cierto. Pero en la casa de mi abuelo. Yo vivo en el otro edificio...
-¡Y, ¿esa medalla tan linda?!
-Me la regaló Fray Fernando.
-¿Puedo verla?
-Claro...
-Hmmm... De oro puro... (“Tal como la describen los Manuscritos del Mar Muerto... y los antiguos códices dedicados a las instrucciones que deben seguir los Tutores de Cazadoras de Vampiros...”) Parece hecha a mano... Fray Fernando debe quererte mucho... Esta clase de obsequios son muy difíciles de conseguir, ¿sabías?
-No...
-Hay muy pocos artesanos que manejan estos metales con tanto detalle... quien haya tallado esta medalla, debe ser muy talentoso... hasta la cadena tiene detalles de rosas... tuvo que llevarle semanas de trabajo... (“Cumple al pie de la letra las profecías apócrifas... luego del triunfo sobre el falso Obispo, Fray Fernando debió llevar consigo el cáliz y la patena que utilizaba esta Bestia, y entregarla a los orfebres de la Abadía de San Benito, y ellos, seguramente se encargaron de confeccionar la medalla, sin dejar de repetir en voz alta el exorcismo del Santo Patrono... eso la protegerá, mientras no sepa leer ni pueda completar su Iniciación... para una niña tan pequeña, cualquier medida de precaución es poca... veré qué otra cosa puedo hacer en cuanto reciba el Orden... creo que ya sé cómo aumentar sus defensas...”)
-Aquí viene Fray Fernando...
-Monseñor... – el fraile, devotamente, iba a besarle las manos, pero Monseñor Pujol, se lo impidió con un cálido abrazo.
-Fray Fernando, su pequeña discípula es realmente encantadora... ¡y muy devota del Santísimo Sacramento!...
-¿Es cierto eso, Clarisa?
-Sí, Fray Fernando. Vengo aquí cuando no me ven las monjas... Y me quedo en la Capilla Privada.
-¡Maravilloso!... ¿Nos acompañas en el rezo del Rosario?
-¡Claro!- los tres pasaron al Templo. El lugar estaba oscuro, fresco y calmo. El sol casi no entraba por los coloridos vitrales, a esa hora de la mañana, eso recién sucedería llegando a mediodía. Un hermano lego estaba exponiendo el Santísimo, justo en el instante en que se abría la puerta y el peculiar trío avanzaba por la nave central.
-¿Quién es él? – preguntó Clarisa.
-Es Fray Alberto. Un hermano lego. – contestó Fray Fernando.
-¿Qué es un hermano lego?
-Un monje que hace votos, pero no estudia Teología... quedan muy pocos como él...
-¿Es muy pobre?
-Todos lo somos.
-Pero, mi papá puede ayudarle si quiere estudiar...
-Muy generoso de tu parte, linda. Te lo explicaré mejor: fray Alberto es como un niño grande, siempre lo será. Cuando crezcas, lo comprenderás mejor...
-¿Quieres encender los cirios, pequeña? – preguntó Fray Alberto, con una amplia sonrisa.
-Bueno. – el hermano lego se acercó a ella, la tomó en sus brazos y la arrodilló directamente sobre el Altar.
-Primero se prende esta candela pequeñita... y luego con ella, se da lumbre a los demás cirios... ¿quieres intentarlo?
-Sí...
-Ten... – la pequeña tomó la vela encendida y la diminuta llama iluminó el hermoso rostro ornamentado por dos largas trenzas negras. Los tres clérigos se deleitaban con la conmovedora escena. Y algo extraordinario sucedió. Clarisa encendió el primer cirio... Y a su alrededor, la totalidad de las candelas ardió al mismo tiempo. Toda la Catedral quedó completamente iluminada. En un rincón alejado, sentado sobre la cúspide de un confesionario, Joel sonreía satisfecho. El joven Obispo no salía de su asombro. Y esa noche no durmió pensando en Clarisa.
-(“Están pasando cosas, que no figuran hasta el momento, en ninguna profecía, ni códice antiguo... quizás porque aún no se descubren... pero, ¿cómo sabremos entonces, el futuro de esta niña?... Evidentemente, tiene dones muy poco comunes... es muy inteligente, precoz, y con una fe muy poco frecuente para su corta edad... asimila misterios que escasamente los adultos llegamos a comprender... ¡pero lo de esta mañana, sencillamente, me supera!... apenas está bautizada, y ya se ven en ella tan grandes frutos del Espíritu Santo... El Papa, por cierto, tendría que saber de todo esto cuanto antes... eso aseguraría su posterior educación en Roma, lejos de toda esta zona infectada de nidos de vampiros en potencia, es una pena que sólo sea eso todo lo que podamos hacer en este tiempo... aunque mi idea puede resultar...”) – pensaba Monseñor Pujol, sin poder pegar los ojos.
(Continuará)
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