Al pie del Tabernáculo
Tiempos Sagrados (segunda parte)
Convento de San Francisco. Esa misma noche.
La biblioteca permanece en silencio. Desierta. En los pasillos aledaños, nadie a la vista. La soberbia figura avanza con paso firme. Sin encender las luces, abre las puertas, ingresa al recinto y allí se encierra solitario. De niño nunca le tuvo miedo a la oscuridad, su abuela decía que tenía ojos de gato. Sigilosamente, toma una linterna, la enciende y se dirige al archivo. Nunca antes ha estado allí, pero se maneja como si esa fuera su casa. Extrae de su bolsillo una vieja y ennegrecida llave de hierro. Sus ojos, cargados de temprana sabiduría, recorren el antiguo y pesado mueble, buscando el único anaquel no identificado, y a su vez, el más abandonado. Ese que el bibliotecario nunca limpia, y hasta se diría que le tiene miedo. Lo abre con dificultad. De allí, extrae una llave mucho más grande, tallada por completo en oro Rosado.
-(“¡Ésta es! Los códices la describen con exactitud... de metal noble... con la forma de una cruz, ornamentada con rosas sin espinas... con un rubí en el centro, trabajado con el Corazón coronado de espinas... ha esperado aquí durante siglos… la limpiaré... ¡es bellísima!... algo me dice que el falso obispo no ignoraba su existencia, por alguna razón este sitio está tan descuidado... debo lustrarla entonces, con Agua Exorcizada... ¡Fantástico!... ¡reluce de manera increíble! La leyenda dice, que ella me guiará hacia el pasadizo secreto que conduce al patio de entrenamiento de las Cazadoras... Parece que es por aquí... el rubí ha comenzado a titilar... debe ser uno de esos libros antiquísimos, el que abra el acceso... este no... Éste tampoco... ¡Eureka!”) – una pared completa giró sobre su centro, dejando ver un tenebroso pasillo, plagado de ratas, arañas y murciélagos – (“¡Hmmm!... ¡Ahora veo por qué los viejos códices exhortan al intercesor a no separarse de los óleos, ni del ritual de exorcismos! Es a las claras más que obvio, que el lugar está maldito... Bueno... Al menos, los nuevos centinelas no lo han descubierto... pero de todos modos, necesita una bendición...”) – reflexiona el sacerdote, gran amigo de Fray Fernando. Con calma, recorre todo el recinto dejando que las señales sobrenaturales atraviesen su cuerpo, sin perturbar su mente, ni su corazón. Ha leído a cerca del sitio en el que se encuentra en ese momento, en un vetusto manuscrito, cuya restauración se le había encargado como primer trabajo en la Compañía de Jesús. Tiene conciencia del peligro, pero no siente miedo. Es Jesuita, Licenciado en Teología y Doctor en Demonología. Exorcista consumado, desde poco después de su Ordenación. Un hombre de fe, por sobre todos sus títulos, no tiene nada que temer. Por el contrario, este tipo de misiones, rechazadas por casi todos sus compañeros, son su gran pasión. Ahí está, frente a una más que probable infestación maligna. Así se lo indica un fuerte dolor de cabeza y una serie de profundas palpitaciones. No tiene que pensarlo demasiado. Su propio maestro, ni más ni menos que el Papa, habría procedido del mismo modo. Coloca su maletín en el suelo y a su lado, la linterna. Lo abre y de él toma un pequeño recipiente con tapa de marfil, del que saca un envase plateado, en el cual guarda la mezcla de agua, sal y aceite exorcizados. Levemente se humedece los dedos en la sacramental sustancia. Pequeñas llamas doradas rodean su cuerpo. Automáticamente, las antorchas se encienden. La suciedad desaparece, por debajo de las paredes. Los murciélagos huyen, con la clara luz de la presencia de Dios.
Paralelamente, en la oficina privada del Obispo.
-(“Monseñor Pujol dijo que las traducciones y los fragmentos de los manuscritos estaban a salvo en su caja fuerte... y que podría consultarlos cuando fuese necesario... Ahora es necesario... Clarisa es aún una niña, ¡no debe quedarse sin defensas en este momento!... El hermano David, en este mismo instante debe estar rehabilitando el patio secreto de entrenamiento... ése que sólo usó la Primera Generación de Cazadoras de Vampiros... el que quedó maldito, por la dureza de corazón y mente del cónclave cardenalicio de su época... Si como espero, consigo la autorización Episcopal para adelantar la Primera Comunión de Clarisa, el tiempo libre que le quede por sus clases de catecismo, lo ocuparemos en los esbozos de un entrenamiento espiritual en el Refugio... Vamos a ver... ¡Aquí los tengo!... con cuidado... encenderé la lámpara... bien... es mucho material y muy complicado... y desde luego, también terminantemente prohibido... tiene que haber algo... estoy seguro de eso... Hmmm... este dibujo... es realmente muy extraño... parece inconcluso... la figura angélica es lo único claro... un momento... el pergamino está roto... le falta una parte... la buscaré entre los otros fragmentos... ¡Ajá!... otro dibujo... veré si coincide con la primera pieza... Hmmm... sigue faltando material... lo cual me lleva a pensar en que la imagen... debió ser dividida intencionalmente... luego los escribas, desarrollaron sus textos en la cara opuesta... necesito más espacio físico, para que el puzzle no se siga estropeando... en el suelo... no... si alguien entra, podría pisarlo... ¡la sala de embalsamados!... la mesa de disección es lo bastante amplia... si no recuerdo mal, esta habitación tiene un pasadizo secreto que lleva a los laboratorios... cerraré bien la caja fuerte... así... ahora... tengo que recordar en qué lugar de este despacho estaba... no... tras ese mueble... hay una puerta hacia la Capilla del Santísimo... en el vestidor... un corredor hacia el patio interno en medio del cual aún permanece ese objeto maldito, que ningún exorcista ha podido encontrar... bajo el escritorio... veamos... un golpe seco... ¡sí, suena hueco! ¡ése debe ser!... correré la silla... la mesa de roble forma parte del piso... Humm... debe haber una palanca en alguna parte... ¡aquí está!”) – con sumo cuidado, manipula una anilla de bronce oxidada, y tal como lo imaginara, una amplia escotilla se abre ante sus ojos, con ruido de goznes enmohecidos... Inmediatamente debajo de la abertura, se puede ver una escalerilla que desciende a uno de los sótanos del edificio, está hecha de pequeños bloques de piedra blanca cubiertos ahora de telaraña. Fray Fernando recoge sus escritos en un maletín, y lentamente desciende por los peldaños. Está oscuro, cuando finalmente echa pie a tierra. Junto al final de la escalera encuentra otra anilla de bronce y cerca de esta, una antorcha que enciende antes de cerrar la entrada. El camino se le hace lentamente familiar. Tiene la sensación de haberlo recorrido antes, al menos una vez. Le sorprende no perderse en ese enorme laberinto, que une el convento de San Francisco, el Colegio Santa Clara, la Catedral y el palacio Episcopal, supone que es porque tiene la misma estructura edilicia que las construcciones anteriores.
En pocos minutos, llega a una nueva escalera, esta vez de mármol en forma de caracol, al final de la cual se halla la salida de servicio del laboratorio del Convento de San Francisco. Conoce la sala a la perfección. En la vida real, y en sus pesadillas. Allí había nacido su verdadera misión. Los maestros fallecidos le habían enseñado casi todo lo que ahora sabía. No le correspondía la tarea directa del combate cuerpo a cuerpo, por una cuestión de natural debilidad. De memoria conocía las leyendas a cerca de las seductoras hembras, que se llevaban a los jóvenes a lugares fantásticos y desconocidos, con el fin de perderlos... aprendió que las más indicadas a lo largo de la Historia, para la cacería de no vivientes, siempre fueron las mujeres. Pasó toda su juventud, y parte de su vejez, buscando una Cazadora que cumpliera con todos los requisitos que los antiguos libros prohibidos exigían: joven, fuerte, hábil, de fe probada, y virgen. Recién ahora, está completamente seguro de haberla encontrado, pero aún no está lista, es demasiado joven y vulnerable, su deber es protegerla del Supremo a toda costa... y su avanzada edad juega en su contra. Sólo lamenta no estar aún autorizado para revelar a la pequeña Clarisa, tan importante secreto. Enciende las luces. Rápida y cuidadosamente, extiende los pergaminos sobre la enorme mesa de acero inoxidable. Poco a poco, el misterioso rompecabezas va tomando forma y asombrando al fraile en la misma medida.
-(“Esto tiene que verlo el hermano David... es la misma criatura angélica en todos los cuadros... en una, emerge del pecho de la doncella, en otra... de una pintura en una pared... en otra de la llama de un cirio... y finalmente de una pira bautismal... no se le ven cambios físicos... tiene que ser... ¡Joel!...”) – el fraile enciende las lámparas quirúrgicas, para observarlo mejor – (“Ya no hay lugar para ningún tipo de dudas... es él... ¡estoy seguro!... ¡Aquí está la solución al problema!... Pero, ¿cómo llego a ella?... tal vez exista en los escritos, una invocación específica para liberar esos poderes del Custodio... tal vez... invirtiendo los papiros... y ordenándolos como es debido... ¡sí!... latín antiguo y griego... dos lenguas con las que no tengo dificultades... tomaré nota...”) – de inmediato, Fray Fernando se da a la tarea de la traducción, la que le llevará el resto de la noche.
Mansión Suárez. Domingo. 8:30 de la mañana.
-¡Mamá!.. ¡¿Mamá?!...¡¿estás despierta?!
-¡Clarisa, hija! ¡¿Cómo te sientes?!
-Bien. ¡Y con prisa!... ¡Levántate o llegaremos tarde a la Iglesia!
-¡Ya voy! – la pequeña, ya vestida, corre al ascensor y baja inmediatamente, para quedarse en la limousine, aguardando a su madre. Ese día es muy especial. Padres y alumnas del Colegio Santa Clara de Asís se congregan para una jornada completa de espiritualidad, como preparación de las niñas para la recepción del Sacramento de la Reconciliación. Clarisa permanece silenciosa durante el trayecto hacia la Catedral. De pronto, una descomunal encina llama su atención.
-Mamá, ¡mira el tamaño de ese árbol!
-Sí, es enorme.
-¿Crees que pueda caber una casa en él?
-No lo sé... tal vez quitándole algunas ramas…
-Quisiera tener una casa en un árbol así de grande...
-Las casas sobre los árboles son para muchachos…
-¿Tu crees?
-Por lo general, es así.
-Pues yo quiero una casa en un árbol. Pero una casa de verdad.
-¿No como la de los muchachos?
-De verdad, con cocina baño y esas cosas.
-¿Con tele?
-También.
-¿Para jugar?
-Bueno, no siempre.
-¿Qué mas puedes hacer?
-La tarea.
-¿Tan lejos de casa?
-Sin miedo.
-¿No te gusta la ciudad?
-Sí, claro que me gusta la ciudad... solo quiero algo diferente...
-Hmmm... lo pensaré... a tu papá puede gustarle la idea... y quizás la puedas tener para tu Primera Comunión.
-¡Pero tendré que esperar casi un año! Eso no es justo, ¡yo la quiero ahora!
-Uno en la vida, no puede tener todo lo que quiere y en donde quiere...
-¡Oh!
-Ya llegamos. – madre e hija descienden del vehículo y cruzan la plaza hacia la Catedral.
Capilla del Santísimo.
El imponente sonido del órgano tubular llena el Templo. La puerta lateral se abre silenciosa. Monseñor Pujol se sienta en el primer banco a orar. Está tranquilo. La llegada providencial del hermano David ha sido un gran alivio para sus gastados nervios. En verdad, se siente muy solo guardando este secreto, muy a pesar de la compañía y confianza de Fray Fernando. Le parece que la dura realidad lo supera por una buena distancia. Por momentos, se resiste a creer. Los hechos sobrenaturales, empero, abundantes en los últimos días, le dan suficientes razones para continuar.
Dos esbeltas figuras, pasan cerca suyo y toman asiento una a cada lado del clérigo.
-¿Alguna novedad?
-El centro de entrenamiento está limpio y listo para ser consagrado en forma preventiva. – informa el hermano David.
-Al término de la Misa de Mediodía, estaré allí.
-Le esperaremos en oración.
-Bien... ¿Fray Fernando?
-Trabajo en la respuesta a un enigma gráfico, aparentemente, se trata de una ceremonia sacramental, para pedir la intercesión permanente del Custodio sobre la Cazadora.
-¿Dificultades idiomáticas?
-Algunas.
-Hermano David, ¿puede aportar algún dato?
-Literatura profana, pero útil.
-La examinaremos los tres, junto con los manuscritos... ¿Y ese perfume?
-Rosas.
-Clarisa está aquí, es su «tarjeta de presentación».
-Es bueno saberlo.
-También es signo de buena salud.
-¿Concelebra con nosotros, hermano David?
-Lo siento, debo regresar a mi retiro espiritual. Estaré aquí a Mediodía.
-Vaya con Dios.
-¡Vaya con Dios! – se enoja Clarisa, al ingresar por la puerta principal.
-¿Qué sucede? – pregunta Encarnación.
-No hay coro...
-¡Oh!
-Habrá que soportar una misa aburrida.
-Creí que te aburrían todas las misas.
-¡¿A mí?! ¡No, por supuesto! El problema es la gente que no viene nunca.
-No entiendo.
-Es algo muy molesto.
-¿Molesto?
-Sí. Es que se ponen a hablar de cualquier cosa o a saludarse en mitad de la ceremonia, a veces creo que hacen menos ruido, cuando van al cine.
-No lo había notado.
-Porque eres como ellos... – la respuesta de la hija avergüenza a la madre. La niña de nueve años tiene toda la razón del mundo.
-Allí viene Fray Fernando a recibirnos.
-¡Clarisa!
-¡Fray Fernando! – la pequeña corre hacia el fraile y lo abraza... parándose sobre la alcancía de las limosnas...
-¡Hija, guarda la forma! – la reprende Encarnación.
-¡Lo siento! ¡Es que ya estoy muy pesada para que me sostenga en brazos, mamá!
-Descuide, Encarnación. Clarisa no se comporta así cuando tiene clases.
-¡Qué alivio!
-Necesito hablar en privado con ambas. ¿Me siguen a mi despacho, por favor?
-Sí, claro.
-¿Por qué no ha venido don Rodrigo?
-Está trabajando.
-¿Hoy domingo?
-Hasta Mediodía. Vendrá luego del almuerzo. Lo prometió.
-Me alegra saberlo. ¿Te sientes mejor, Clarisa?
-Mucho.
-Tenías razón, linda. En cuanto Monseñor Pujol llegó a su despacho anoche, fue informado del lamentable fallecimiento de la hermana María Sol.
-¡Oh, Dios mío! ¡Qué pena! Pero, ¿por qué no hubo velatorio, ni misa de cuerpo presente? Ni siquiera se oyó el toque de agonía.
-Lo ignoro y me extraña realmente.
-¿Quién va a reemplazarla?-pregunta Clarisa
-Todavía no lo han decidido. Pasen
-Gracias
-¡Monseñor Pujol!
-¡Clarisa! ¡Me tenias preocupado!
-Ya estoy bien.
-¡Me alegro! ¡Encarnación!
-Buenos días, Monseñor
-Tomen asiento...-el Obispo, con calma, se ubica detrás de escritorio.
-Pequeña...- comienza a decir Fray Fernando - tenemos una maravillosa noticia para ti...
-¡¿De qué se trata?!
-Algo muy importante, linda - responde Monseñor Pujol.
-Todos hemos estado de acuerdo en eso... vamos a adelantar tu Primera Comunión.
-¡¡Fantástico!!
-Pero, ¡faltan más de nueve meses! ¿Están ustedes seguros?
-Por completo, doña Encarnación - responde Fray Fernando, sonriente viendo saltar de alegría a la pequeña Clarisa.
-(“No debe quedarle a la familia la más mínima sombra de dudas, así como tampoco podemos permitir que sospechen nada comprometedor... habrá que ser sumamente prudentes...”)
-Casi desde que se inició el ciclo lectivo, hemos visto los notorios progresos de su hija en todas las asignaturas. Debo reconocer que es sumamente aplicada. Pero especialmente se ha destacado en materia de religión y prematuramente para su edad, en espiritualidad. La hermana Delia incluso, nos ha hablado muy bien de la conducta de Clarisa, en particular durante los primeros viernes de cada mes, cuando en la Capilla Privada se expone el Santísimo. Todos estamos muy satisfechos. Y hemos pensado en que la niña no necesita esperar un día más.- afirma el Obispo - La semana próxima treinta y tres niños de la Catequesis Parroquial van a recibir el Sacramento. Son un poco mayores que tú, Clarisa, pero estamos seguros de que te sentirás cómoda con ellos.
-¿Qué edad tienen?
-Entre doce y catorce años...
-¿Qué clase de gente es?
-Mayormente varones, lo cual resulta extraño. Todos de muy buena familia, candidatos a las academias militares. - responde el Obispo, viendo por la periferia de su ojo derecho, el espontáneo gesto de fastidio de Fray Fernando, comprensible para los adultos, pero que deja a Clarisa bastante intrigada, aún no comprende ese repentino interés de su madre.
-Si no les incomoda el poco tiempo para preparar al resto de la familia, el próximo sábado sería...
-¡No, no! ¡No creo que haya ningún problema! Pero, ante todo me gustaría que a la niña se le tome examen, antes de la ceremonia. Quisiera estar segura de que mi hija está lista para recibir el Sacramento.
-¡Desde luego! Hemos pensado en todo y si algo le sobra a estos dos inútiles siervos de Dios es tiempo; esta misma tarde la examinaremos al terminar lo ejercicios espirituales...
-¡Pero no estudié nada!
-No te preocupes, linda, sé que sabes lo necesario para responder a todas las preguntas que te haga.
-Ven conmigo, Clarisa, yo me encargaré de prepararte. – Fray Fernando toma a Clarisa de la mano y con ella baja las escaleras exteriores del convento, atraviesa el jardín, los pasillos de los dormitorios y llega a un aparente callejón sin salida. El sitio no es desconocido para ella, en absoluto.
-Hacía mucho tiempo que no usábamos «la puerta invisible», Fray Fernando.
-Tienes razón.
-¿Vamos a ordenar tu taller?
-No precisamente... siéntate aquí... ¿Recuerdas esto?
-Sí, es el Sagrario más escondido de toda la Orden.
-Aquí se guardan las reservas de Hostias consagradas. Últimamente, hay más de la cuenta.
-Las hermanas del colegio, antes de que terminaran las clases, se habían quedado sin Hostias... habían enviado a Sor María Sol, en busca de más... seguramente, nunca volvió... tuvo que atravesar el cementerio... era muy tarde... – el fraile, ante esa inequívoca alusión a los vampiros, palidece antes de preguntar.
-¿A qué te refieres?
-A los no vivientes.
-¿Qué sabes de ellos?
-Que matan gente durante la noche.
-¿Has visto cómo lo hacen?
-No. Nunca vi a ninguno de ellos.
-Eres muy pequeña, para saber ya estas cosas.
-Joel ha estado conmigo siempre.
-Lo sé.
-¿Te lo dijo?
-Por supuesto.
-¿Qué me va a preguntar el Obispo? Creí que me había contado ya todo lo que sabía...
-Cosas muy importantes.
-¿Difíciles?
-Para tus compañeras de curso sí, pero no para ti. Debes responder con el corazón.
-¿Cómo así?
-Serán preguntas, cuyas respuestas no están el los libros.
-¿Cómo voy a saber lo que los libros no enseñan?
-Tienes que mirar hacia tu interior. Busca el Amor de Dios en tu corazón y por sobre todas las cosas, invoca la Presencia del Espíritu Santo.
-¿El de la Señal de la Cruz?
-El mismo. Te dictará las palabras necesarias, si sabes escucharlo.
-¿Hay alguna oración para eso?
-No necesariamente. Sólo habla con Dios.
-¿Vas a estar conmigo?
-Sólo unos minutos, luego te dejaré sola.
-¿En dónde vas a estar?
-Con un sacerdote amigo, en un lugar secreto, aguardando al Obispo.
-¿Me lo mostrarás luego?
-¡Por supuesto!
-Bien.
-No perdamos más tiempo... Arrodíllate sobre el reclinatorio... eso es... – Fray Fernando toma la pequeña llave dorada que cuelga de la cúspide del Sagrario en su parte trasera, y abre la puertecita del Tabernáculo – Contempla a Jesús... piensa en que sólo siete días te separan de Él... Deja que le hable a tu corazón... nada de lo que aquí ocurra esta tarde debe darte miedo... aunque no puedas explicártelo... – se aleja unos pasos de la niña, y se tiende boca abajo, sobre el suelo desnudo. El silencio se hace cargo de la escena. Clarisa está inmóvil frente al Sagrario. Siempre comprendió el significado de lo que veían sus ojos, sólo que hoy, no era primer viernes del mes. El fraile no está demasiado seguro de los resultados de este primer ejercicio espiritual, dada la corta edad y escasa experiencia de la niña. Sin embargo, las dos condiciones a las que le teme resultan ser dos ventajas... Los ojos negros de la hermosa Cazadora, sin entender demasiado por qué, se llenan de lágrimas. Su corazón palpita con fuerza. Una luz, parece salir del interior del Copón abierto. Cálida y suave. Como una caricia.
Por un diminuto ventanal, llega una paloma blanca, resplandeciente. Se posa en el Sagrario, a la derecha del Copón. Mira a Clarisa a los ojos. La pequeña Cazadora llora silenciosamente. Su corazón sigue latiendo con furia. Su respiración se acelera al máximo. Fray Fernando, asombrado, se pone de pie, atento a la llegada de Joel, que es inmediata, y debida a la atracción ineludible del profundo estado de oración de la niña. Ninguno interrumpe el maravilloso silencio. Por encima de las cabezas de todos, se forma una pequeña nube, de la que manan unos rayos dorados, que caen sobre Clarisa, exactamente en su pecho. La Cazadora, por unos instantes levita en el centro del lugar a dos metros del piso. Finalmente, con suavidad, desciende sobre los fuertes brazos de Joel, que la tiende sobre la alfombra roja, con la cabeza sobre el almohadón del reclinatorio. Sin decir una sola palabra, el Custodio dirige su mirada hacia Fray Fernando. El fraile comprendió el mudo mensaje y casi corriendo, va a encontrarse con Monseñor Pujol, para concelebrar la misa de Mediodía.
(Continurará)
Convento de San Francisco. Esa misma noche.
La biblioteca permanece en silencio. Desierta. En los pasillos aledaños, nadie a la vista. La soberbia figura avanza con paso firme. Sin encender las luces, abre las puertas, ingresa al recinto y allí se encierra solitario. De niño nunca le tuvo miedo a la oscuridad, su abuela decía que tenía ojos de gato. Sigilosamente, toma una linterna, la enciende y se dirige al archivo. Nunca antes ha estado allí, pero se maneja como si esa fuera su casa. Extrae de su bolsillo una vieja y ennegrecida llave de hierro. Sus ojos, cargados de temprana sabiduría, recorren el antiguo y pesado mueble, buscando el único anaquel no identificado, y a su vez, el más abandonado. Ese que el bibliotecario nunca limpia, y hasta se diría que le tiene miedo. Lo abre con dificultad. De allí, extrae una llave mucho más grande, tallada por completo en oro Rosado.
-(“¡Ésta es! Los códices la describen con exactitud... de metal noble... con la forma de una cruz, ornamentada con rosas sin espinas... con un rubí en el centro, trabajado con el Corazón coronado de espinas... ha esperado aquí durante siglos… la limpiaré... ¡es bellísima!... algo me dice que el falso obispo no ignoraba su existencia, por alguna razón este sitio está tan descuidado... debo lustrarla entonces, con Agua Exorcizada... ¡Fantástico!... ¡reluce de manera increíble! La leyenda dice, que ella me guiará hacia el pasadizo secreto que conduce al patio de entrenamiento de las Cazadoras... Parece que es por aquí... el rubí ha comenzado a titilar... debe ser uno de esos libros antiquísimos, el que abra el acceso... este no... Éste tampoco... ¡Eureka!”) – una pared completa giró sobre su centro, dejando ver un tenebroso pasillo, plagado de ratas, arañas y murciélagos – (“¡Hmmm!... ¡Ahora veo por qué los viejos códices exhortan al intercesor a no separarse de los óleos, ni del ritual de exorcismos! Es a las claras más que obvio, que el lugar está maldito... Bueno... Al menos, los nuevos centinelas no lo han descubierto... pero de todos modos, necesita una bendición...”) – reflexiona el sacerdote, gran amigo de Fray Fernando. Con calma, recorre todo el recinto dejando que las señales sobrenaturales atraviesen su cuerpo, sin perturbar su mente, ni su corazón. Ha leído a cerca del sitio en el que se encuentra en ese momento, en un vetusto manuscrito, cuya restauración se le había encargado como primer trabajo en la Compañía de Jesús. Tiene conciencia del peligro, pero no siente miedo. Es Jesuita, Licenciado en Teología y Doctor en Demonología. Exorcista consumado, desde poco después de su Ordenación. Un hombre de fe, por sobre todos sus títulos, no tiene nada que temer. Por el contrario, este tipo de misiones, rechazadas por casi todos sus compañeros, son su gran pasión. Ahí está, frente a una más que probable infestación maligna. Así se lo indica un fuerte dolor de cabeza y una serie de profundas palpitaciones. No tiene que pensarlo demasiado. Su propio maestro, ni más ni menos que el Papa, habría procedido del mismo modo. Coloca su maletín en el suelo y a su lado, la linterna. Lo abre y de él toma un pequeño recipiente con tapa de marfil, del que saca un envase plateado, en el cual guarda la mezcla de agua, sal y aceite exorcizados. Levemente se humedece los dedos en la sacramental sustancia. Pequeñas llamas doradas rodean su cuerpo. Automáticamente, las antorchas se encienden. La suciedad desaparece, por debajo de las paredes. Los murciélagos huyen, con la clara luz de la presencia de Dios.
Paralelamente, en la oficina privada del Obispo.
-(“Monseñor Pujol dijo que las traducciones y los fragmentos de los manuscritos estaban a salvo en su caja fuerte... y que podría consultarlos cuando fuese necesario... Ahora es necesario... Clarisa es aún una niña, ¡no debe quedarse sin defensas en este momento!... El hermano David, en este mismo instante debe estar rehabilitando el patio secreto de entrenamiento... ése que sólo usó la Primera Generación de Cazadoras de Vampiros... el que quedó maldito, por la dureza de corazón y mente del cónclave cardenalicio de su época... Si como espero, consigo la autorización Episcopal para adelantar la Primera Comunión de Clarisa, el tiempo libre que le quede por sus clases de catecismo, lo ocuparemos en los esbozos de un entrenamiento espiritual en el Refugio... Vamos a ver... ¡Aquí los tengo!... con cuidado... encenderé la lámpara... bien... es mucho material y muy complicado... y desde luego, también terminantemente prohibido... tiene que haber algo... estoy seguro de eso... Hmmm... este dibujo... es realmente muy extraño... parece inconcluso... la figura angélica es lo único claro... un momento... el pergamino está roto... le falta una parte... la buscaré entre los otros fragmentos... ¡Ajá!... otro dibujo... veré si coincide con la primera pieza... Hmmm... sigue faltando material... lo cual me lleva a pensar en que la imagen... debió ser dividida intencionalmente... luego los escribas, desarrollaron sus textos en la cara opuesta... necesito más espacio físico, para que el puzzle no se siga estropeando... en el suelo... no... si alguien entra, podría pisarlo... ¡la sala de embalsamados!... la mesa de disección es lo bastante amplia... si no recuerdo mal, esta habitación tiene un pasadizo secreto que lleva a los laboratorios... cerraré bien la caja fuerte... así... ahora... tengo que recordar en qué lugar de este despacho estaba... no... tras ese mueble... hay una puerta hacia la Capilla del Santísimo... en el vestidor... un corredor hacia el patio interno en medio del cual aún permanece ese objeto maldito, que ningún exorcista ha podido encontrar... bajo el escritorio... veamos... un golpe seco... ¡sí, suena hueco! ¡ése debe ser!... correré la silla... la mesa de roble forma parte del piso... Humm... debe haber una palanca en alguna parte... ¡aquí está!”) – con sumo cuidado, manipula una anilla de bronce oxidada, y tal como lo imaginara, una amplia escotilla se abre ante sus ojos, con ruido de goznes enmohecidos... Inmediatamente debajo de la abertura, se puede ver una escalerilla que desciende a uno de los sótanos del edificio, está hecha de pequeños bloques de piedra blanca cubiertos ahora de telaraña. Fray Fernando recoge sus escritos en un maletín, y lentamente desciende por los peldaños. Está oscuro, cuando finalmente echa pie a tierra. Junto al final de la escalera encuentra otra anilla de bronce y cerca de esta, una antorcha que enciende antes de cerrar la entrada. El camino se le hace lentamente familiar. Tiene la sensación de haberlo recorrido antes, al menos una vez. Le sorprende no perderse en ese enorme laberinto, que une el convento de San Francisco, el Colegio Santa Clara, la Catedral y el palacio Episcopal, supone que es porque tiene la misma estructura edilicia que las construcciones anteriores.
En pocos minutos, llega a una nueva escalera, esta vez de mármol en forma de caracol, al final de la cual se halla la salida de servicio del laboratorio del Convento de San Francisco. Conoce la sala a la perfección. En la vida real, y en sus pesadillas. Allí había nacido su verdadera misión. Los maestros fallecidos le habían enseñado casi todo lo que ahora sabía. No le correspondía la tarea directa del combate cuerpo a cuerpo, por una cuestión de natural debilidad. De memoria conocía las leyendas a cerca de las seductoras hembras, que se llevaban a los jóvenes a lugares fantásticos y desconocidos, con el fin de perderlos... aprendió que las más indicadas a lo largo de la Historia, para la cacería de no vivientes, siempre fueron las mujeres. Pasó toda su juventud, y parte de su vejez, buscando una Cazadora que cumpliera con todos los requisitos que los antiguos libros prohibidos exigían: joven, fuerte, hábil, de fe probada, y virgen. Recién ahora, está completamente seguro de haberla encontrado, pero aún no está lista, es demasiado joven y vulnerable, su deber es protegerla del Supremo a toda costa... y su avanzada edad juega en su contra. Sólo lamenta no estar aún autorizado para revelar a la pequeña Clarisa, tan importante secreto. Enciende las luces. Rápida y cuidadosamente, extiende los pergaminos sobre la enorme mesa de acero inoxidable. Poco a poco, el misterioso rompecabezas va tomando forma y asombrando al fraile en la misma medida.
-(“Esto tiene que verlo el hermano David... es la misma criatura angélica en todos los cuadros... en una, emerge del pecho de la doncella, en otra... de una pintura en una pared... en otra de la llama de un cirio... y finalmente de una pira bautismal... no se le ven cambios físicos... tiene que ser... ¡Joel!...”) – el fraile enciende las lámparas quirúrgicas, para observarlo mejor – (“Ya no hay lugar para ningún tipo de dudas... es él... ¡estoy seguro!... ¡Aquí está la solución al problema!... Pero, ¿cómo llego a ella?... tal vez exista en los escritos, una invocación específica para liberar esos poderes del Custodio... tal vez... invirtiendo los papiros... y ordenándolos como es debido... ¡sí!... latín antiguo y griego... dos lenguas con las que no tengo dificultades... tomaré nota...”) – de inmediato, Fray Fernando se da a la tarea de la traducción, la que le llevará el resto de la noche.
Mansión Suárez. Domingo. 8:30 de la mañana.
-¡Mamá!.. ¡¿Mamá?!...¡¿estás despierta?!
-¡Clarisa, hija! ¡¿Cómo te sientes?!
-Bien. ¡Y con prisa!... ¡Levántate o llegaremos tarde a la Iglesia!
-¡Ya voy! – la pequeña, ya vestida, corre al ascensor y baja inmediatamente, para quedarse en la limousine, aguardando a su madre. Ese día es muy especial. Padres y alumnas del Colegio Santa Clara de Asís se congregan para una jornada completa de espiritualidad, como preparación de las niñas para la recepción del Sacramento de la Reconciliación. Clarisa permanece silenciosa durante el trayecto hacia la Catedral. De pronto, una descomunal encina llama su atención.
-Mamá, ¡mira el tamaño de ese árbol!
-Sí, es enorme.
-¿Crees que pueda caber una casa en él?
-No lo sé... tal vez quitándole algunas ramas…
-Quisiera tener una casa en un árbol así de grande...
-Las casas sobre los árboles son para muchachos…
-¿Tu crees?
-Por lo general, es así.
-Pues yo quiero una casa en un árbol. Pero una casa de verdad.
-¿No como la de los muchachos?
-De verdad, con cocina baño y esas cosas.
-¿Con tele?
-También.
-¿Para jugar?
-Bueno, no siempre.
-¿Qué mas puedes hacer?
-La tarea.
-¿Tan lejos de casa?
-Sin miedo.
-¿No te gusta la ciudad?
-Sí, claro que me gusta la ciudad... solo quiero algo diferente...
-Hmmm... lo pensaré... a tu papá puede gustarle la idea... y quizás la puedas tener para tu Primera Comunión.
-¡Pero tendré que esperar casi un año! Eso no es justo, ¡yo la quiero ahora!
-Uno en la vida, no puede tener todo lo que quiere y en donde quiere...
-¡Oh!
-Ya llegamos. – madre e hija descienden del vehículo y cruzan la plaza hacia la Catedral.
Capilla del Santísimo.
El imponente sonido del órgano tubular llena el Templo. La puerta lateral se abre silenciosa. Monseñor Pujol se sienta en el primer banco a orar. Está tranquilo. La llegada providencial del hermano David ha sido un gran alivio para sus gastados nervios. En verdad, se siente muy solo guardando este secreto, muy a pesar de la compañía y confianza de Fray Fernando. Le parece que la dura realidad lo supera por una buena distancia. Por momentos, se resiste a creer. Los hechos sobrenaturales, empero, abundantes en los últimos días, le dan suficientes razones para continuar.
Dos esbeltas figuras, pasan cerca suyo y toman asiento una a cada lado del clérigo.
-¿Alguna novedad?
-El centro de entrenamiento está limpio y listo para ser consagrado en forma preventiva. – informa el hermano David.
-Al término de la Misa de Mediodía, estaré allí.
-Le esperaremos en oración.
-Bien... ¿Fray Fernando?
-Trabajo en la respuesta a un enigma gráfico, aparentemente, se trata de una ceremonia sacramental, para pedir la intercesión permanente del Custodio sobre la Cazadora.
-¿Dificultades idiomáticas?
-Algunas.
-Hermano David, ¿puede aportar algún dato?
-Literatura profana, pero útil.
-La examinaremos los tres, junto con los manuscritos... ¿Y ese perfume?
-Rosas.
-Clarisa está aquí, es su «tarjeta de presentación».
-Es bueno saberlo.
-También es signo de buena salud.
-¿Concelebra con nosotros, hermano David?
-Lo siento, debo regresar a mi retiro espiritual. Estaré aquí a Mediodía.
-Vaya con Dios.
-¡Vaya con Dios! – se enoja Clarisa, al ingresar por la puerta principal.
-¿Qué sucede? – pregunta Encarnación.
-No hay coro...
-¡Oh!
-Habrá que soportar una misa aburrida.
-Creí que te aburrían todas las misas.
-¡¿A mí?! ¡No, por supuesto! El problema es la gente que no viene nunca.
-No entiendo.
-Es algo muy molesto.
-¿Molesto?
-Sí. Es que se ponen a hablar de cualquier cosa o a saludarse en mitad de la ceremonia, a veces creo que hacen menos ruido, cuando van al cine.
-No lo había notado.
-Porque eres como ellos... – la respuesta de la hija avergüenza a la madre. La niña de nueve años tiene toda la razón del mundo.
-Allí viene Fray Fernando a recibirnos.
-¡Clarisa!
-¡Fray Fernando! – la pequeña corre hacia el fraile y lo abraza... parándose sobre la alcancía de las limosnas...
-¡Hija, guarda la forma! – la reprende Encarnación.
-¡Lo siento! ¡Es que ya estoy muy pesada para que me sostenga en brazos, mamá!
-Descuide, Encarnación. Clarisa no se comporta así cuando tiene clases.
-¡Qué alivio!
-Necesito hablar en privado con ambas. ¿Me siguen a mi despacho, por favor?
-Sí, claro.
-¿Por qué no ha venido don Rodrigo?
-Está trabajando.
-¿Hoy domingo?
-Hasta Mediodía. Vendrá luego del almuerzo. Lo prometió.
-Me alegra saberlo. ¿Te sientes mejor, Clarisa?
-Mucho.
-Tenías razón, linda. En cuanto Monseñor Pujol llegó a su despacho anoche, fue informado del lamentable fallecimiento de la hermana María Sol.
-¡Oh, Dios mío! ¡Qué pena! Pero, ¿por qué no hubo velatorio, ni misa de cuerpo presente? Ni siquiera se oyó el toque de agonía.
-Lo ignoro y me extraña realmente.
-¿Quién va a reemplazarla?-pregunta Clarisa
-Todavía no lo han decidido. Pasen
-Gracias
-¡Monseñor Pujol!
-¡Clarisa! ¡Me tenias preocupado!
-Ya estoy bien.
-¡Me alegro! ¡Encarnación!
-Buenos días, Monseñor
-Tomen asiento...-el Obispo, con calma, se ubica detrás de escritorio.
-Pequeña...- comienza a decir Fray Fernando - tenemos una maravillosa noticia para ti...
-¡¿De qué se trata?!
-Algo muy importante, linda - responde Monseñor Pujol.
-Todos hemos estado de acuerdo en eso... vamos a adelantar tu Primera Comunión.
-¡¡Fantástico!!
-Pero, ¡faltan más de nueve meses! ¿Están ustedes seguros?
-Por completo, doña Encarnación - responde Fray Fernando, sonriente viendo saltar de alegría a la pequeña Clarisa.
-(“No debe quedarle a la familia la más mínima sombra de dudas, así como tampoco podemos permitir que sospechen nada comprometedor... habrá que ser sumamente prudentes...”)
-Casi desde que se inició el ciclo lectivo, hemos visto los notorios progresos de su hija en todas las asignaturas. Debo reconocer que es sumamente aplicada. Pero especialmente se ha destacado en materia de religión y prematuramente para su edad, en espiritualidad. La hermana Delia incluso, nos ha hablado muy bien de la conducta de Clarisa, en particular durante los primeros viernes de cada mes, cuando en la Capilla Privada se expone el Santísimo. Todos estamos muy satisfechos. Y hemos pensado en que la niña no necesita esperar un día más.- afirma el Obispo - La semana próxima treinta y tres niños de la Catequesis Parroquial van a recibir el Sacramento. Son un poco mayores que tú, Clarisa, pero estamos seguros de que te sentirás cómoda con ellos.
-¿Qué edad tienen?
-Entre doce y catorce años...
-¿Qué clase de gente es?
-Mayormente varones, lo cual resulta extraño. Todos de muy buena familia, candidatos a las academias militares. - responde el Obispo, viendo por la periferia de su ojo derecho, el espontáneo gesto de fastidio de Fray Fernando, comprensible para los adultos, pero que deja a Clarisa bastante intrigada, aún no comprende ese repentino interés de su madre.
-Si no les incomoda el poco tiempo para preparar al resto de la familia, el próximo sábado sería...
-¡No, no! ¡No creo que haya ningún problema! Pero, ante todo me gustaría que a la niña se le tome examen, antes de la ceremonia. Quisiera estar segura de que mi hija está lista para recibir el Sacramento.
-¡Desde luego! Hemos pensado en todo y si algo le sobra a estos dos inútiles siervos de Dios es tiempo; esta misma tarde la examinaremos al terminar lo ejercicios espirituales...
-¡Pero no estudié nada!
-No te preocupes, linda, sé que sabes lo necesario para responder a todas las preguntas que te haga.
-Ven conmigo, Clarisa, yo me encargaré de prepararte. – Fray Fernando toma a Clarisa de la mano y con ella baja las escaleras exteriores del convento, atraviesa el jardín, los pasillos de los dormitorios y llega a un aparente callejón sin salida. El sitio no es desconocido para ella, en absoluto.
-Hacía mucho tiempo que no usábamos «la puerta invisible», Fray Fernando.
-Tienes razón.
-¿Vamos a ordenar tu taller?
-No precisamente... siéntate aquí... ¿Recuerdas esto?
-Sí, es el Sagrario más escondido de toda la Orden.
-Aquí se guardan las reservas de Hostias consagradas. Últimamente, hay más de la cuenta.
-Las hermanas del colegio, antes de que terminaran las clases, se habían quedado sin Hostias... habían enviado a Sor María Sol, en busca de más... seguramente, nunca volvió... tuvo que atravesar el cementerio... era muy tarde... – el fraile, ante esa inequívoca alusión a los vampiros, palidece antes de preguntar.
-¿A qué te refieres?
-A los no vivientes.
-¿Qué sabes de ellos?
-Que matan gente durante la noche.
-¿Has visto cómo lo hacen?
-No. Nunca vi a ninguno de ellos.
-Eres muy pequeña, para saber ya estas cosas.
-Joel ha estado conmigo siempre.
-Lo sé.
-¿Te lo dijo?
-Por supuesto.
-¿Qué me va a preguntar el Obispo? Creí que me había contado ya todo lo que sabía...
-Cosas muy importantes.
-¿Difíciles?
-Para tus compañeras de curso sí, pero no para ti. Debes responder con el corazón.
-¿Cómo así?
-Serán preguntas, cuyas respuestas no están el los libros.
-¿Cómo voy a saber lo que los libros no enseñan?
-Tienes que mirar hacia tu interior. Busca el Amor de Dios en tu corazón y por sobre todas las cosas, invoca la Presencia del Espíritu Santo.
-¿El de la Señal de la Cruz?
-El mismo. Te dictará las palabras necesarias, si sabes escucharlo.
-¿Hay alguna oración para eso?
-No necesariamente. Sólo habla con Dios.
-¿Vas a estar conmigo?
-Sólo unos minutos, luego te dejaré sola.
-¿En dónde vas a estar?
-Con un sacerdote amigo, en un lugar secreto, aguardando al Obispo.
-¿Me lo mostrarás luego?
-¡Por supuesto!
-Bien.
-No perdamos más tiempo... Arrodíllate sobre el reclinatorio... eso es... – Fray Fernando toma la pequeña llave dorada que cuelga de la cúspide del Sagrario en su parte trasera, y abre la puertecita del Tabernáculo – Contempla a Jesús... piensa en que sólo siete días te separan de Él... Deja que le hable a tu corazón... nada de lo que aquí ocurra esta tarde debe darte miedo... aunque no puedas explicártelo... – se aleja unos pasos de la niña, y se tiende boca abajo, sobre el suelo desnudo. El silencio se hace cargo de la escena. Clarisa está inmóvil frente al Sagrario. Siempre comprendió el significado de lo que veían sus ojos, sólo que hoy, no era primer viernes del mes. El fraile no está demasiado seguro de los resultados de este primer ejercicio espiritual, dada la corta edad y escasa experiencia de la niña. Sin embargo, las dos condiciones a las que le teme resultan ser dos ventajas... Los ojos negros de la hermosa Cazadora, sin entender demasiado por qué, se llenan de lágrimas. Su corazón palpita con fuerza. Una luz, parece salir del interior del Copón abierto. Cálida y suave. Como una caricia.
Por un diminuto ventanal, llega una paloma blanca, resplandeciente. Se posa en el Sagrario, a la derecha del Copón. Mira a Clarisa a los ojos. La pequeña Cazadora llora silenciosamente. Su corazón sigue latiendo con furia. Su respiración se acelera al máximo. Fray Fernando, asombrado, se pone de pie, atento a la llegada de Joel, que es inmediata, y debida a la atracción ineludible del profundo estado de oración de la niña. Ninguno interrumpe el maravilloso silencio. Por encima de las cabezas de todos, se forma una pequeña nube, de la que manan unos rayos dorados, que caen sobre Clarisa, exactamente en su pecho. La Cazadora, por unos instantes levita en el centro del lugar a dos metros del piso. Finalmente, con suavidad, desciende sobre los fuertes brazos de Joel, que la tiende sobre la alfombra roja, con la cabeza sobre el almohadón del reclinatorio. Sin decir una sola palabra, el Custodio dirige su mirada hacia Fray Fernando. El fraile comprendió el mudo mensaje y casi corriendo, va a encontrarse con Monseñor Pujol, para concelebrar la misa de Mediodía.
(Continurará)
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