Al pie del Tabernáculo

Signos del Cielo del Infierno (tercera parte)

Marruecos. África.
Ha nacido una niña. Morena y con ojos claros. Su nombre será Pamela. Su padre es español, y su madre, marroquí. El trabajo de ambos escasea y pronto regresarán a las islas Baleares, casi con seguridad a Mallorca. Por el momento, la recién nacida es prioridad uno. Y no solo para sus padres.

-LA PRINCESA DE PIEL OSCURA... TIENEN QUE LOCALIZARLA YA MISMO... NO LA DAÑEN, SÓLO VIGILEN SU CRECIMIENTO, TAL COMO LO INDICAN LAS ANTIGUAS PROFECÍAS.

Aún no amanece. El silencio sólo es roto por el canto de los grillos. Una suave brisa veraniega corre por los campos y la huerta. El lucero de la mañana comienza a dibujarse. No hay nubes. Promete ser un día muy caluroso. El gallo, puntual, se sube a su poste para despertar al resto de los animales. Dentro del claustro, el inconfundible aroma del pan recién horneado recorre ya todos los ambientes. El hermano panadero y sus novicios ayudantes se han ganado un merecido descanso. Nadie se puso a contar la prodigiosa cantidad de columnas del convento. Es un edificio muy firme. Silencioso. Bello. Misterioso. Silencioso, porque allí nadie hace uso de palabras inútiles. La oración del corazón es el lenguaje reinante. Bello, lleno de mármoles y esculturas por dentro, rodeado de inmensos jardines por fuera, y bien provisto de una fértil huerta. Misterioso, a cerca de él se tejen incontables leyendas, que van desde la visita de Santos, pasando por la posesión de sus reliquias y llegando finalmente a los milagros, sin contar con los abundantes casos - confirmados oficialmente – de exorcismo. Todo eso se debe, en particular, a la intrincada forma de la construcción del Claustro. Éste, forma parte de la conjunción de cuatro edificios interconectados a través de numerosos pasillos y sótanos. En el mismo terreno, convergen la Catedral, la curia, el convento de San Francisco y el Colegio de Señoritas Santa Clara de Asís.
Pero no todas son rosas, en esa Casa de Dios. Las vocaciones son pocas y han aumentado peligrosamente las deserciones. Esto no deja dormir a los Superiores y obviamente a Fray Fernando.
-Ya son cinco, en lo que va del año... es para preocuparse, Fray Fernando. – observó el Obispo.
-Lo sé, Monseñor, trabajo en eso.
-Pues, hasta el día de hoy, no he notado absolutamente ningún progreso... ¡Quiero hechos, no palabras, Fray Ridruejo!
-También lo sé, y lo lamento, Excelencia. Pero tengo la firme esperanza de que este tiempo de aridez en las vocaciones, muy pronto pasará, se avecinan cosas maravillosas...

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