Al pie del Tabernáculo
El Rosal (parte 2)
-¡Una oportunidad más antes de ver a un médico, Rodrigo! ¡Eso es todo lo que te pido! – suplicó Encarnación Ripoll, con sus negros ojos llenos de lágrimas.
-Está bien... será esta noche. Pero de todos modos, pide el turno para el especialista en fertilidad. – respondió Rodrigo Suárez Puig, cerrando su maletín. Los dos salieron de la oficina, apenas tomados de la punta de los dedos. Abordaron el ascensor. El imponente edificio construido en la afueras de la ciudad era de estilo modernista, de concreto y vidrios espejados. Constaba de catorce pisos, el último de los cuales era la vivienda del matrimonio. Las oficinas correspondientes a la presidencia de la empresa ocupaban la planta inmediatamente inferior. El despacho de Rodrigo estaba pegado al de su esposa, por éste tenía que pasar para acceder al elevador. Continuando con todo el lujoso estilo de las oficinas, estaba ricamente alfombrado, con espejos en las paredes y relucientes pasamanos de bronce, sobre uno de los cuales cayó una salada y discreta lágrima, junto a los guantes apretados en la mano derecha de Encarnación.
-Ya no llores, mi reina. Podemos adoptar un niño del orfanato, si tantas ganas tienes de ser madre...
-¡Ese no es el punto!
-¡¿Entonces?!
-¡Hhhhh! Es que... ya todas mis amigas casadas han tenido hijos... He quedado última... ¡Yo, que fui siempre primera en todo!
-¡Linda!... – respondió Rodrigo, reprimiendo un gesto de fastidio, ante el casi infantil auto reproche de su mujer - ¡Si te angustias, no mejorarás tu situación!... Mira... ¿Qué tal si suspendo mi reunión de esta tarde, y nos vamos tú y yo a dar un paseo por la ciudad, o al cine o quizás a la plaza a tomar sol?
-¡De acuerdo!
-¡De acuerdo, de acuerdo Fray Felipe! Saldré hacer ese pedido de Biblias para los novicios...
-Le hará bien un poco de aire fresco, Fray Fernando.
-¡Ya, ya! – protestó Fray Fernando.
-Lo hacemos por su bien, Fray Fernando… no podemos verlo así de desmejorado… ya no sabemos qué más podemos intentar para que se recupere.
-Lo sé, hijo mío. Ustedes son jóvenes y no tienen la culpa de lo que a mí me sucede… volveré en unos minutos. – concluyó el fraile, antes de que la enorme puerta se cerrara tras él. Cruzaba la plaza de regreso al claustro, cuando entre las encinas divisó a la pareja. Caminaban despacio, como distraídos, tristes, casi ajenos el uno del otro. La misma sensación que percibió esa mañana cuando su rosal floreció, se repitió en el mismo instante. El sacerdote, sin entender demasiado por qué lo hacía, apuró el paso hacia ellos. La dama iba vestida de impecable lino blanco. Radiante. Pero algo le sucedía, el sacerdote podía sentirlo; estaba relacionado con sus pesadillas, y Fray Fernando iba dispuesto a averiguarlo.
-(“Es una hermosa mujer... hmmm... ¿Qué es esa mancha roja en su vientre?... No, no... no es una mancha... es... ¡Por el rosario de Santa Clara!... ¡una rosa!... ¡Un… capullo de rosa roja!”) – en ese preciso instante, un rayo de sol atravesó las ramas de los frondosos árboles, y fue a posarse sobre la falda de la señora, confirmando la visión del cura...
-¡Buenas tardes, padre! ¡Su bendición! – rogó Encarnación.
-¡Que el Señor te bendiga y te guarde, te muestre su Rostro, tenga Misericordia de ti y te conceda la paz!
-¡La paz! ¡No quiero la paz! ¡Quiero concebir un hijo! – respondió la mujer, rompiendo a llorar.
-Dios contempla tu sufrimiento, hija... Calma... – el fraile la tomó de las manos y la miró fijamente a los ojos... por dentro, su corazón otra vez palpitaba enloquecido... sin saber cómo, se encontró profetizando – Es una niña... una hermosa niña... la veré dentro de un año... Acuérdate de Santa Clara de Asís al bautizarla...
-¡¿Tendré una hija?!
-Si Dios quiere...
-¡¿Cómo puede asegurármelo?!
-Una rosa roja ha florecido en mi jardín, esta mañana, de repente. ¡Fue maravilloso! Así será tu parto... – sin más, Fray Fernando se alejó rumbo al convento. Encarnación Ripoll lo miraba asombrada.
-¿Qué día es hoy? – preguntó a su perplejo marido.
-Doce de Agosto…
-¡Doce de Agosto! No puede ser casualidad...
-¿De qué hablas?
-¡De Santa Clara de Asís! ¡Hoy es la solemnidad!
-¡Cielos!
-¿Vamos a Misa?
-¡Por supuesto!
Esa noche no celebraba misa Fray Fernando. Estaba con su rosa. La rosa de Santa Clara. La señal que había estado esperando por años. Sólo él podía entenderlo. Con sumo cuidado, se calzó los guantes y tomó las tijeras.
-(“Ven conmigo, hermosa rosa... esta noche dormiré en paz... libre de esas horrendas pesadillas...”) – susurró mientras con total delicadeza, cortaba la pequeña flor y la llevaba a su celda, para colocarla en un florero, junto a la imagen de la Virgen del Carmen. Y sí, esa noche, durmió en paz.
Tan bien descansó, que sus pupilos hasta lo vieron más joven... ¡y sonriente!
Un mes más tarde.
Consultorio del Doctor Repmann.
-Señora Suárez, por lo visto, no merece la pena que usted y su esposo inicien ningún tratamiento de fertilidad... más bien, le recomendaría que repose lo más que pueda... ¡porque usted, ya está encinta!
-¡¿Está seguro?!
-El análisis lo confirmará en unos días, ¡pero pongo en juego mi título a que es una niña!
-¡Mi marido prefiere un varón! Pero será lo que Dios quiera...
-¡Una oportunidad más antes de ver a un médico, Rodrigo! ¡Eso es todo lo que te pido! – suplicó Encarnación Ripoll, con sus negros ojos llenos de lágrimas.
-Está bien... será esta noche. Pero de todos modos, pide el turno para el especialista en fertilidad. – respondió Rodrigo Suárez Puig, cerrando su maletín. Los dos salieron de la oficina, apenas tomados de la punta de los dedos. Abordaron el ascensor. El imponente edificio construido en la afueras de la ciudad era de estilo modernista, de concreto y vidrios espejados. Constaba de catorce pisos, el último de los cuales era la vivienda del matrimonio. Las oficinas correspondientes a la presidencia de la empresa ocupaban la planta inmediatamente inferior. El despacho de Rodrigo estaba pegado al de su esposa, por éste tenía que pasar para acceder al elevador. Continuando con todo el lujoso estilo de las oficinas, estaba ricamente alfombrado, con espejos en las paredes y relucientes pasamanos de bronce, sobre uno de los cuales cayó una salada y discreta lágrima, junto a los guantes apretados en la mano derecha de Encarnación.
-Ya no llores, mi reina. Podemos adoptar un niño del orfanato, si tantas ganas tienes de ser madre...
-¡Ese no es el punto!
-¡¿Entonces?!
-¡Hhhhh! Es que... ya todas mis amigas casadas han tenido hijos... He quedado última... ¡Yo, que fui siempre primera en todo!
-¡Linda!... – respondió Rodrigo, reprimiendo un gesto de fastidio, ante el casi infantil auto reproche de su mujer - ¡Si te angustias, no mejorarás tu situación!... Mira... ¿Qué tal si suspendo mi reunión de esta tarde, y nos vamos tú y yo a dar un paseo por la ciudad, o al cine o quizás a la plaza a tomar sol?
-¡De acuerdo!
-¡De acuerdo, de acuerdo Fray Felipe! Saldré hacer ese pedido de Biblias para los novicios...
-Le hará bien un poco de aire fresco, Fray Fernando.
-¡Ya, ya! – protestó Fray Fernando.
-Lo hacemos por su bien, Fray Fernando… no podemos verlo así de desmejorado… ya no sabemos qué más podemos intentar para que se recupere.
-Lo sé, hijo mío. Ustedes son jóvenes y no tienen la culpa de lo que a mí me sucede… volveré en unos minutos. – concluyó el fraile, antes de que la enorme puerta se cerrara tras él. Cruzaba la plaza de regreso al claustro, cuando entre las encinas divisó a la pareja. Caminaban despacio, como distraídos, tristes, casi ajenos el uno del otro. La misma sensación que percibió esa mañana cuando su rosal floreció, se repitió en el mismo instante. El sacerdote, sin entender demasiado por qué lo hacía, apuró el paso hacia ellos. La dama iba vestida de impecable lino blanco. Radiante. Pero algo le sucedía, el sacerdote podía sentirlo; estaba relacionado con sus pesadillas, y Fray Fernando iba dispuesto a averiguarlo.
-(“Es una hermosa mujer... hmmm... ¿Qué es esa mancha roja en su vientre?... No, no... no es una mancha... es... ¡Por el rosario de Santa Clara!... ¡una rosa!... ¡Un… capullo de rosa roja!”) – en ese preciso instante, un rayo de sol atravesó las ramas de los frondosos árboles, y fue a posarse sobre la falda de la señora, confirmando la visión del cura...
-¡Buenas tardes, padre! ¡Su bendición! – rogó Encarnación.
-¡Que el Señor te bendiga y te guarde, te muestre su Rostro, tenga Misericordia de ti y te conceda la paz!
-¡La paz! ¡No quiero la paz! ¡Quiero concebir un hijo! – respondió la mujer, rompiendo a llorar.
-Dios contempla tu sufrimiento, hija... Calma... – el fraile la tomó de las manos y la miró fijamente a los ojos... por dentro, su corazón otra vez palpitaba enloquecido... sin saber cómo, se encontró profetizando – Es una niña... una hermosa niña... la veré dentro de un año... Acuérdate de Santa Clara de Asís al bautizarla...
-¡¿Tendré una hija?!
-Si Dios quiere...
-¡¿Cómo puede asegurármelo?!
-Una rosa roja ha florecido en mi jardín, esta mañana, de repente. ¡Fue maravilloso! Así será tu parto... – sin más, Fray Fernando se alejó rumbo al convento. Encarnación Ripoll lo miraba asombrada.
-¿Qué día es hoy? – preguntó a su perplejo marido.
-Doce de Agosto…
-¡Doce de Agosto! No puede ser casualidad...
-¿De qué hablas?
-¡De Santa Clara de Asís! ¡Hoy es la solemnidad!
-¡Cielos!
-¿Vamos a Misa?
-¡Por supuesto!
Esa noche no celebraba misa Fray Fernando. Estaba con su rosa. La rosa de Santa Clara. La señal que había estado esperando por años. Sólo él podía entenderlo. Con sumo cuidado, se calzó los guantes y tomó las tijeras.
-(“Ven conmigo, hermosa rosa... esta noche dormiré en paz... libre de esas horrendas pesadillas...”) – susurró mientras con total delicadeza, cortaba la pequeña flor y la llevaba a su celda, para colocarla en un florero, junto a la imagen de la Virgen del Carmen. Y sí, esa noche, durmió en paz.
Tan bien descansó, que sus pupilos hasta lo vieron más joven... ¡y sonriente!
Un mes más tarde.
Consultorio del Doctor Repmann.
-Señora Suárez, por lo visto, no merece la pena que usted y su esposo inicien ningún tratamiento de fertilidad... más bien, le recomendaría que repose lo más que pueda... ¡porque usted, ya está encinta!
-¡¿Está seguro?!
-El análisis lo confirmará en unos días, ¡pero pongo en juego mi título a que es una niña!
-¡Mi marido prefiere un varón! Pero será lo que Dios quiera...
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