Al pie del Tabernáculo

Paráclito (segunda parte)
-¡Por Dios, el tiempo no pasa! ¡Creí que Clarisa llegaría temprano!
-¡No vendrá eres una mentirosa y ella una cobarde, ya te lo he dicho!
-La llamaré… ¿Clary?
-¡Pam! ¿Ya llegaste?
-Hace diez minutos.
-¿Están todas?
-Sí, y me molestan por tu tardanza.
-Cálmate, estoy muy cerca.
-¿Cuánto?
-Más de lo que crees – Clarisa había arribado en un helicóptero, y en ese mismo instante atravesaba la puerta de los competidores, de espaldas a la tribuna. Sus compañeras la vieron llegar, pero no Pam, pues se había apartado del grupo, para poder hablarle por teléfono. Sigilosamente, se acercó a su amiga por detrás – gírate.
-¡Clary!
-¡Sorpresa, sorpresa! ¡Te dije que llegaría a tiempo!
-¡¿En dónde te habías metido?!
-Debía concurrir a los pesajes de categoría y esas cosas.
-¡Me da gusto que estés aquí!
-¡Lo imaginé! Mi coach está ocupado, ¿me ayudas con el equipo?
-¡Será un placer! – las dos caminan hacia el tatami que le fue asignado a Clarisa.
El torneo se desarrolla con normalidad.
Las alumnas del Colegio Santa Clara no dan crédito a lo que ven sus ojos. Clarisa es una campeona, por donde se la mire. En rotura, formas y lucha, obtiene los puntajes más altos.
Cuando sale de los vestuarios, las chicas hasta le piden autógrafos.
-Gracias, Clary. Con esto, me dejarán en paz.
-¡O les espera una paliza!
-¡Ya lo creo!
-Aún hay una cosa más… Ten, es para ti…
-¡Oh, por Dios!
-Tiene todo lo necesario para que estemos en contacto por Internet. No te preocupes por los gastos, estarán en mi cuenta.
-¡Eres genial!
-¡Ni tanto! Sólo quiero que estés bien.
-¡Lo estaré!
-¡Oye, Pamela, qué buena laptop! ¡¿La robó uno de tus parientes?! – exclama Amalia Martorell.
-Me la acaba de regalar Clarisa.
-¿Es la última que salió a la venta?
-No. – responde Clarisa, fastidiada – Es la que se envía a las grandes empresas, antes de que el modelo salga a la venta.
-¿Cómo así?
-Mi padre es el dueño de la firma, mi madre la Vicepresidente, y tu mamá… su secretaria. ¿Algún problema con eso?
-¡No, ¿cómo crees?! – Amalia, prácticamente huye de su presencia.
-¡Y me esperan cinco años de eso!
-¡No los pasarás tan mal, te lo aseguro!
-Espero que no te equivoques.
-¿Vamos a la Casa del Árbol?
-¡Vamos! – las dos amigas, abordan la limousine que las está aguardando - ¡Y, ¿esto?!
-Una revista… debió dejarla mi madre… siempre se olvida algo en los autos…
-¡Hey! ¿Quién es ese chico tan guapo? – exclama Pamela, hojeando el semanario.
-¿A ver?... ¡Hmmm!... Lo conozco… Sí, es Ricardo Sotomayor. Mi padre conoce a su familia.
-¿Lo viste personalmente?
-Sólo una vez. Hizo conmigo la Primera Comunión.
-¡Y es así de guapo, ¿o la foto está trucada?!
-Honestamente… ¡esa foto, no le hace justicia!
-¡Ya llegamos, niña Clarisa! – anuncia el chofer.
-¡Gracias! Lo llamaré para que recoja a Pamela.
-Entendido, mi niña.
-Adiós.
-¡Date prisa, Clary!
-¡Ten cuidado con la computadora!
-No la romperé… ¡Hmf!... ¡Hhhh!... ¡Por fin!
-¡No veía la hora de llegar!
-¡Yo tampoco!
-¡Cuéntame lo de Ricardo!
-No hay mucho de qué hablar. Simplemente, me tropecé con él en la procesión de la entrada, le devolví su rosario y me disculpé.
-¡¿Nada más?!
-¿Qué otra cosa podía pasar?
-No sé… una sonrisa… un piropo…
-Ahora que lo mencionas… sí, hubo algo de eso…
-¡¿Qué cosa?!
-Una mirada… cuando le regresé el rosario… casi se le vuelve a caer, se me quedó mirando sin pestañear… y me siguió mirando todo el tiempo, hasta antes de entrar a la Catedral…
-¡Entonces, le gustaste!
-¡Sólo fue una vez! Y yo tenía nueve años…
-Siempre aparentaste más edad de la que tienes… y estás más desarrollada que muchas de nosotras.
-Bueno, eso es cierto…
-¡Y también es cierto, que el muchacho Sotomayor está muy guapo!

-¡El muchacho Sotomayor, está muy guapo!
-Si tú lo dices, Encarna…
-Es una pena que nuestra hija se marche ahora…
-Pero él también se marchará. A una academia militar…
-¿Cómo lo sabes?
-Un comentario que le hizo su padre a Zacarías…
-Interesante dato…
-¿Te ocupaste de dejar esa revista en la limousine?
-Por supuesto. A esta hora debe haber recortado la foto, para llevársela a Roma.
-¿Tan segura estás?
-Mujer que se precie, ¡no se resiste a esos ojazos azules!

-¡Mujer que se precie, no debería poder resistirse a esos ojos azules!
-¿Tú crees?
-¡¿Acaso no los viste tú misma?
-Son bonitos… profundos… parecen hablar…
-Te gusta, ¿verdad?
-No lo sé… nunca me fijé en un chico… tú tampoco.
-Sí, pero… siempre hay una primera vez… para todo…
-Y, ¿por qué tiene que ser ahora? Sobra tiempo.
-¿Cinco años?
-Tal vez… prende la tele…
-Ya… ¡mira! ¡Es él!
-¡No lo puedo creer!
-¡Graba la nota!
-¡Eso hago!... ¡Listo!
-¡Qué bueno que se nos ocurrió traer el vídeo!
-¡Lo mismo digo!
-¿Ya preparaste tu maleta?
-Está lista desde ayer.
-Tienes prisa.
-Siempre quise conocer el Vaticano.
-Te voy a echar de menos…
-¡Y yo a ti! No será lo mismo, aunque todo el tiempo descubra cosas nuevas… pero la beca es sólo para mí… y tú tienes que cuidar a tu mamá…
-¡Ni me lo recuerdes! Hoy estoy aquí, porque vino mi hermano.
-¿Qué dicen los médicos?
-¡Lo peor! Cáncer en la garganta.
-¡Con lo que a ella le gusta cantar!

-Con lo que le gusta a ella cantar, Fray Fernando, usted debería ocuparse de conseguirle un buen maestro, que le ayude a perfeccionar su técnica.
-Desde luego, Encarnación. En Roma no descuidará ninguna de sus actividades habituales.
-Es también muy metódica respecto a sus horarios y entrenamientos.
-Lo tendré en cuenta.
-No toma ningún tipo de medicación, ni le teme a las alturas, está habituada a los aviones desde pequeña.
-Es bueno saberlo… aquí tengo ya la documentación de la tutoría legal, sólo tienen que firmarla.
-Permítame… listo… Encarna…
-Ponemos la vida de nuestra hija en sus manos, Fray Fernando.
-Confíen en mí. La cuidaré muy bien. Seré un verdadero padre para ella.

-Fray Fernando te quiere como un papá, ¿verdad?
-Siempre fue así conmigo, desde que era un bebé recién nacido.
-Por eso te dejaron viajar con él…
-Sí.
-¿No se ponen celosos en tu familia?
-Si lo hacen, nadie me lo dice… es como de la familia.
-¿Igual que el Obispo?
-Algo por el estilo.
-¡Tienes mucha suerte!
-Eso creo… ¿Vamos a dormir?
-¡Vamos! – las niñas se acuestan sobre las colchonetas y se abrigan bien.
A la mañana siguiente, el timbre del celular de Clarisa las despierta.
-¿Papá?
-¡Hija, en media hora, Fray Fernando irá por ti en la limousine!
-¡Genial!
-Iréis directamente al aeropuerto. Les estaremos aguardando en el VIP.
-¡Ajá!
-¿Ya te despediste de Pamela?
-Aún no, ella está aquí conmigo, la llevaré a su casa camino al aeropuerto.
-De acuerdo.

-De acuerdo, hermano David. La niña y yo llegaremos esta misma tarde a Roma.
-Me alegra oír eso, pero lamentablemente, no podré conocerla. He sido trasladado a Nueva York, ocasionalmente podré viajar a la Casa Pontificia, pero temo, querido amigo, que esta es la despedida.
-¡Cuánto me apena esta noticia, hermano David!
-A mí, también.
-¡Es que es algo tan repentino!
-Contradictorio, estaba a punto de finalizar las traducciones, cuando me enteré.
-¡Hmmm!
-¿Sospechas?
-Algunas, aunque quisiera fundamentarme, antes de hablar.
-Veré qué puedo investigar.
-Se lo agradezco mucho.
-No es nada, hermano David. Ya casi estoy llegando a la Casa del Árbol, temo que debo cortar la comunicación.
-Estaremos en contacto.
-¡Siempre!
-Dios lo bendiga.
-¡Igualmente! – Fray Fernando cierra el celular y baja de la limousine, al mismo tiempo en que Clarisa lo ve llegar y baja de un salto directamente por la ventana.
-¡Fray Fernando!
-¡Pequeña!
-¡Estoy lista para viajar!
-¡Ya veo!
-Primero, tendremos que llevar a Pam a su casa.
-Perfecto, nos queda de paso.
-¡Aquí baja!
-Buenos días, Fray Fernando.
-Buenos días, Pamela.
-¿Nos vamos?
-¡Nos vamos! – los tres abordan el vehículo.

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