Al pie del Tabernáculo
Interrogantes (segunda parte)
Seminario Mayor. Uno de los tantos patios internos del predio.
-¡Perfecto! ¡Ya podemos ir a la galería de arte que tanto me recomendaste, Pam!
-¿Caminamos o conduces?
-Tú eres la que sabe dónde queda, ¡el asiento del piloto, es tuyo!
-¡Gracias!
-¡Bueno, ya vámonos! – las dos se dirigieron al centro de la ciudad. Recorrieron varias calles pobladas de lujosas tiendas, hasta dar con la que estaban buscando.
-¡Aquí es!
-Estaciónate y ayúdame a elegir algo original.
-De acuerdo.
-¡Hmmm! Se ve muy interesante… mira eso… parece tan real, casi es fotográfico.
-Tienes razón. Me gustan los ojos de esa pantera negra.
-¡Y a mí me gustan éstos ojos de pantera negra! – exclamó el artista, de pie junto a Clarisa, a quien acababa de besarle la mano.
-¡Gracias! Vamos… a seguir recorriendo la muestra… ¡con su permiso! – las chicas casi huyeron de él.
-¡¿No te gusta que te piropeen, Clarisa?! – preguntó Pam.
-No es eso…
-¿Entonces?
-No lo sé… algo en… la forma en que me dijo lo que me dijo, hizo que me alejara de inmediato…
-Como cuando sientes que algo anda mal, ¿verdad?
-¡Muy parecido a eso!
-Deberías consultarlo con Fray Fernando.
-Sólo si vuelve a suceder. Últimamente, sé que ha estado muy ocupado.
-Pero él siempre tiene tiempo para ti…
-No esta vez, Pam.
-¿Tan importante es lo que los ocupa, que no puede hablar contigo?
-Me temo que sí.
La recámara Episcopal tiene más lujos de los necesarios, según la opinión de su actual ocupante, pero los acepta sin protestar, es muy poco el tiempo que pasa en ella, a veces piensa que demoran más las mucamas en mantenerla impecable, que las horas de descanso que se toma él. En esta ocasión, no está allí para descansar: el material traído por la Señora Llobet lo tiene muy preocupado, y lamentablemente, no es el único.
-Me temo que sí, Fray Fernando. Hay que elevar el caso al Vaticano, lo antes posible. ¡Las imágenes hablan por sí solas!... Fray Fernando, ¿está usted escuchándome?
-¡Oh, sí, Monseñor, desde luego! Es que algo en esa habitación, me ha llamado poderosamente la atención. ¿Quiere usted retroceder un poco la cinta?
-Claro…
-Ahí, ¡detenga la imagen! Observe ese estante cerca del equipo de sonido… ese muñeco… ¿Lo ha visto antes?
-¡Por supuesto!
-Vudú o tal vez Obeah.
-Eso pensé.
-¿Cuándo haremos el envío?
-Lo llevaré personalmente, mañana mismo. En cuanto llegue a Roma, me aguarda una audiencia con el Santo Padre.
-¡Gracias a Dios!
-¿Llamará usted ahora mismo a la señora Llobet?
-¡Sí, claro!
-¡Sí, claro! ¡Vas a decirme que no es atractivo! No has hecho más que vigilar por si nos seguía. – insinuó Pamela, mientras ambas se detenían en un bar cercano, dentro del centro de compras a tomar una taza de café.
-¡No me gusta que me persigan, es todo!
-Si fuera Richie Sotomayor, ¡no dirías lo mismo!
-¡No vas a comparar! Fuera de broma… vivo a la defensiva, desde que me ocurrió lo que me ocurrió…
-Entiendo… Ese pastel de chocolate se ve muy tentador… ¿caemos en la “tentación”?
-Hmmm… ¡el sábado nos confesamos!...
-Está dibujando algo…
-Al menos eso lo mantendrá ocupado.
-¿Te decidiste por algún cuadro o algo?
-Es que no hay nada que ya no tenga en casa, o que no haya traído de Italia…
-¿Señorita? – interrumpió un camarero.
-¿Algún problema, camarero?
-El caballero de la tienda de en frente le envía este obsequio – respondió el mozo, entregándole un retrato en Carbonilla, de ella misma, al que estaba adosada una tarjeta personal.
-¡Gracias!
-¡Clarisa, es hermoso! ¡Qué romántica forma de conquistar a una mujer!
-Supongo que debería sentirme halagada…
-¡Y lo haces, no me mientas, admítelo!
-¡Odio decirlo, pero es cierto!
-¿Lo llamarás?
-No lo sé… realmente, no tengo mucho tiempo.
-¿Haces algo esta noche?
-Acompaño a mi papá a una cena de negocios… cóctel, aburrimiento y miradas de viejos babosos…
-¡Te compadezco!
-Supongo que una vez que me acostumbre, no será tan grave… ¡Hey, mira!... Creo que encontré algo… está por allí, sígueme… ¡Sí!... es un auténtico espejo de plata… quedará excelente en mi dormitorio…
-¡Pero tienes cientos de ellos!
-Ninguno aún en mi futura casa de la playa…
-Podría comenzar con el diseño, mientras te arreglas o te bañas…
-¡Desde luego! Además, el paquete se verá muy pesado, tendrás que ayudarme a subirlo a mi cuarto.
-¡Estupendo!
-¡Estupendo, Rosario! El vestido ha quedado como nuevo.
-Es una pena no haberle podido quitar esta extraña mancha en el pecho…
-A ver… podremos disimularla con algo… justamente, según me contó una vez mi suegro, esta mancha estaba ya en el vestido, en el momento de hacer la pintura y tuvieron que cubrirla con un ramo de rosas, ya que al mismo tiempo, también la retrataba un fotógrafo.
-Probablemente entonces, haya que hacer lo mismo en esta ocasión.
-Bien, Rosario, lo dejaremos sobre la cama de Clarisa. – las dos mujeres, regresaron a sus quehaceres. Cinco minutos más tarde, Pamela y Clarisa, ingresaban el pesado espejo de plata a la habitación.
-¡Sólo unos pasos más, Pam! ¡Ya está!
-¡Estoy muerta!
-¡Yo también! ¡Pediré algo fresco!... ¿Rosario?
-¿Sí, mi niña?
-Por favor trae unos refrescos a mi dormitorio.
-De inmediato, mi niña.
-Te lo agradezco.
-¡No hay por qué!
-Bien… ¿Qué esperas? ¡Enciende la máquina!
-¡Ya!... ¡Bajaste el programa de Arquitectura!
-¿Sabes usarlo?
-Sí, claro, mi hermano lo tiene… es casi como un juego…
-Me gusta ese estilo… mucho mármol y columnas.
-¡Clásico!
Casa de la Familia Llobet. En ese mismo instante.
Nada raro ocurre, pero el ambiente se torna pesado. Sólo se encuentran en la casa, la abuela y su nieto. Desde afuera, se comienza a escuchar una acalorada discusión. Los vecinos se han asomado a las puertas de sus hogares, extrañados por el poco usual escándalo. Hasta hace poco menos de dos meses, Jordi y su abuela eran inseparables. Tanto que ella solía contar con orgullo a sus amigas, que su hermoso nieto, todas las mañanas le preparaba el desayuno y se lo servía en la cama, con toda clase de atenciones y mimos. Con mayor razón, no pueden creer lo que escuchan.
-¡Clásico!... ¡Ahora vas a pedirme que sea un buen niño, me peine con gomina, use pantalón corto y vaya todos los domingos a misa!... ¡Vieja perra, déjame en paz!... ¡No te necesito! ¡Nadie te necesita! – la cavernosa voz se siguió oyendo desde la calle, esta vez, sumada a un estruendo de cristales rotos… luego todo pasó demasiado rápido para la señora Llobet. Cuando abrió los ojos, estaba en el hospital y no se sabía si iba a quedar parapléjica.
Mansión Suárez.
Anochece. Las luces del gran jardín principal destacan la belleza y el colorido de los rosales. Dos grandes reflectores iluminan el frente del antiguo edificio, dándole un tono rojizo. Detrás, la mole de acero y cristal se yergue como un gigantesco custodio. Es hora de partir, y Clarisa no baja. Sus padres comienzan a inquietarse.
-Clarisa, ¿ya estás lista? – preguntó su madre, desde la puerta de la suite.
-¡Sólo dame cinco minutos más, mamá! ¡Tengo un problema con el cierre del vestido! – gritó ella, luchando con la cremallera trabada en la mitad de su espalda.
-¿Puedo ayudarte?
-¡Sí, por favor! ¡Pasa!
-¿A qué hora se fue tu amiga? – ante la pregunta, el humor de Clarisa comenzó a cambiar, se daba cuenta de que la ayuda con su vestuario era una excusa.
-Hace unos minutos, ¿por qué?
-No quiero que entre a esta casa, y lo sabes…
-¡Mamá, ¿cuándo vas a cambiar?! ¡Pamela es mi amiga, más allá de todo! ¡Más allá de su posición económica! ¡Más allá de lo que opinen tus amigas del Jet Set! ¡Y por sobre todas las cosas, ¿más allá del color de su piel!!
-¡¡No sé a quién sales con ese carácter!!
-¡¡A mi abuela Clara!! – en ese mismo instante, el cierre de su nuevo vestido se rompió con un ruido seco.
-¡Oh, mira lo que has hecho! ¿Qué te pondrás ahora?
-¡No lo sé! ¡Pero no voy a dejar plantado a papá, así que si me disculpas, voy a volver a cambiarme! – Clarisa, sin remordimientos, le cerró a su madre la puerta en la cara - ¡Uff! ¡¿Por qué se pondrá así con Pamela?!... (“¡Cielos! Los años no han cambiado ese aspecto negativo de mi madre… se diría que ahora está aún peor que antes de que yo viajara a Roma… y creo que no cambiará jamás… ¡Hey! ¡El vestido de la abuela! ¡Quedó precioso!... veré si tengo zapatos blancos… ¡Sí!... Ahora… al menos la abotonadura es más sencilla que el cierre y no llega tan arriba… Juraría que estaba manchado hace un momento… ¡mejor entonces!... ¡Ay, mi cabeza!... me sentaré a descansar…”) – de pronto, alguien le tocó el hombro, e hizo que se le ericen los vellos de la nuca - ¡¿Abuela Clara?!
-¡Clarisa!... ¡Eres tan hermosa, como valiente y fuerte! Has heredado lo mejor de mí… y serás todo lo que yo no pude… ¡Y más! Vas a cumplir la misión para la cual naciste, con mi ayuda…
-¿Misión? ¿Cuál misión?
-Se te revelará a su debido tiempo. Sólo puedo adelantarte que la clave para vencer el peor peligro, se encuentra en las páginas de mi diario.
-Pero, no encontramos la llave…
-Me fue arrebatada… pero tienes lo necesario para recuperarla… ahora, ponte mis alhajas y ve con tu padre… ¡Trata de que no se desmayen con nuestro parecido, ¿quieres?!
-Lo veo un poco difícil, ¡pero lo intentaré!
-¡Recibe mi bendición! ¡Y sé totalmente feliz, mi querida! – la abuela Clara desapareció en el reflejo del espejo de plata.
-¡Oh, Dios mío!... Tiene que ser este… ¡compré el espejo robado de la abuela Clara!... ¡Tengo que hablar con Fray Fernando!
-¡Clarisa, hija, es hora de bajar!
-¡Ya voy, papá! (“¡Ni modo, lo veré mañana de todas maneras!”) – Clarisa abrió la puerta - ¿Estás listo para esto, papá?
-¿Para qué?
-¡Para algo muy fuerte!
-¿Qué tan fuerte?
-¿Alguna vez has visto un fantasma?
-Creo que no…
-Bueno, entonces, ¿estás bien parado?
-Eso supongo, linda ¡ya basta de juegos, ¡compórtate de una vez y baja!!
-De acuerdo, ¡pero no vayas a decir que no te lo advertí! – la joven apareció al pie de la escalinata de mármol. En ese preciso instante, a Rosario se le cayó la bandeja de las manos: no había diferencia entre la pintura de Clara y la silueta deslumbrante de Clarisa.
-¡Por Dios Santo! – exclamó la anciana, que había crecido con la abuela de Clarisa.
-¡Es increíble! – susurró Encarnación.
-¡Oh, mi preciosa! – Rodrigo Suárez tomó la mano de su hija, y la besó - ¡Eres el reflejo de tu abuela en el espejo! ¡Sólo mírate! ¡Estoy asombrado!
-¡Te lo dije!
-¡Estás preciosa, Hija!
-Supongo que eso no influirá ante los miembros del directorio de la empresa, ¿verdad, papá?
-No sabría decírtelo, hija. Sólo es un cóctel anual, el martes será tu primera participación activa, ¿has pensado en algo para tu presentación?
-¿Ha pensado en algo, para presentarle el caso a Su Santidad, Monseñor?
-No en este momento, aunque creo que las evidencias son muchas. Fray Fernando, ¿podría usted hacerme un gran favor?
-Lo que usted necesite, Monseñor.
-Quiero que averigüe, cuántas casas de oración del Movimiento de Renovación Carismática hay en la Diócesis y que envíe una carta a cada responsable de esos grupos, para que ya mismo inicien una cadena de oración por este pobre muchacho.
-Entendido. ¿Algo más?
-La Señora Llobet… ha sufrido un grave percance. Se encuentra ingresada en la clínica de la familia Suárez, quiero que la visite usted, lo más frecuentemente que le permitan los médicos.
-¿Sabe si le han administrado ya la Unción de los Enfermos?
-No la han pedido.
-Entonces, iré debidamente equipado… ¿es todo, Monseñor?
-Creo que sí… ¿Tiene alguna novedad a cerca de la Cazadora?
-Ha iniciado muy bien el curso de Ministro Extraordinario.
-¡Excelente!
-Cursa todos los días doble turno, los sábados por la mañana y los domingos por la tarde.
-¡Aceleradísimo!
-Es lo que urge, Monseñor.
-¿Me oculta usted algo, Fray Fernando?
-Será mejor que se lo diga ya: ha desaparecido un seminarista.
-¡Oh, Cielos!
-Es el primero, no quise dar la alarma, tal vez nos estemos apresurando, pero dadas las últimas noticias sobre las decenas de adolescentes que faltan en sus casas… y de la familia completa que fue hallada muerta una semana después de que el hijo mayor desapareciera…
-Comprendo.
-Es una pena que Clarisa no tenga aún las condiciones para entrar en acción de forma inmediata…
-Tome las medidas precautorias que considere necesarias.
-¡Desde luego!
Mansión Suarez.
Madrugada. Fin de fiesta. Demasiada formalidad, para el gusto de Clarisa, pero sabe que debe acostumbrarse a eso. Aunque para ser la primera vez, considera que no estuvo mal… al menos, no se quedó dormida, como su madre esperaba. Otra cosa que su madre esperaba mucho, era la repercusión del impacto que produciría la presencia de su única hija, entre los hijos de los miembros del directorio y de sus padres, que no tardaron en tomar nota de la soltería de la joven.
-¡Desde luego que hemos disfrutado la velada, Señor Suárez! – saludó uno de los miembros del directorio de la empresa.
-Tiene usted una hija muy completa: culta, inteligente, talentosa y sobre todo, ¡muy guapa! – hizo lo propio otro.
-Esa niña tiene algo… ¡angelical!... – Clarisa, a dos pasos de su padre, se limitaba a escuchar. De pronto, algo hizo que no pudiera quitarle a uno de los empresarios la vista de encima.
-(“No me gusta ese sujeto… no sé si es su mirada o su forma de dirigirse a la gente… ¡me choca!... Algo sucede con él… y me temo que no es nada bueno… tal vez… es posible que tenga que ver con mi pérdida de memoria, después del incidente de Roma…”) ¿Papá?
-¿Sí, hija?
-¿Quién es él?
-Arsenio Vilallonga, uno de mis asesores publicitarios… Por cierto, tendrás que tratar con él bastante seguido, porque voy a delegarte esa responsabilidad.
-Bueno, entonces si decidiste contar con mi creatividad…
-No exactamente, tú sólo deberás manejar los ordenadores, él te proporcionará las ideas.
-¡Hhhh!
-¡Clarisa!
-Está bien, papá, lo haré lo mejor posible.
-Aunque el señor Vilallonga no te caiga bien…
-¿Cómo lo sabes?
-Te pones pálida cada vez que te habla… como si te diera… ¡asco!
-Creo que me conoces bastante más de lo que pensé.
-¡Por algo soy tu padre! – exclamó Rodrigo, acariciando la barbilla de su hija
Seminario Mayor. Uno de los tantos patios internos del predio.
-¡Perfecto! ¡Ya podemos ir a la galería de arte que tanto me recomendaste, Pam!
-¿Caminamos o conduces?
-Tú eres la que sabe dónde queda, ¡el asiento del piloto, es tuyo!
-¡Gracias!
-¡Bueno, ya vámonos! – las dos se dirigieron al centro de la ciudad. Recorrieron varias calles pobladas de lujosas tiendas, hasta dar con la que estaban buscando.
-¡Aquí es!
-Estaciónate y ayúdame a elegir algo original.
-De acuerdo.
-¡Hmmm! Se ve muy interesante… mira eso… parece tan real, casi es fotográfico.
-Tienes razón. Me gustan los ojos de esa pantera negra.
-¡Y a mí me gustan éstos ojos de pantera negra! – exclamó el artista, de pie junto a Clarisa, a quien acababa de besarle la mano.
-¡Gracias! Vamos… a seguir recorriendo la muestra… ¡con su permiso! – las chicas casi huyeron de él.
-¡¿No te gusta que te piropeen, Clarisa?! – preguntó Pam.
-No es eso…
-¿Entonces?
-No lo sé… algo en… la forma en que me dijo lo que me dijo, hizo que me alejara de inmediato…
-Como cuando sientes que algo anda mal, ¿verdad?
-¡Muy parecido a eso!
-Deberías consultarlo con Fray Fernando.
-Sólo si vuelve a suceder. Últimamente, sé que ha estado muy ocupado.
-Pero él siempre tiene tiempo para ti…
-No esta vez, Pam.
-¿Tan importante es lo que los ocupa, que no puede hablar contigo?
-Me temo que sí.
La recámara Episcopal tiene más lujos de los necesarios, según la opinión de su actual ocupante, pero los acepta sin protestar, es muy poco el tiempo que pasa en ella, a veces piensa que demoran más las mucamas en mantenerla impecable, que las horas de descanso que se toma él. En esta ocasión, no está allí para descansar: el material traído por la Señora Llobet lo tiene muy preocupado, y lamentablemente, no es el único.
-Me temo que sí, Fray Fernando. Hay que elevar el caso al Vaticano, lo antes posible. ¡Las imágenes hablan por sí solas!... Fray Fernando, ¿está usted escuchándome?
-¡Oh, sí, Monseñor, desde luego! Es que algo en esa habitación, me ha llamado poderosamente la atención. ¿Quiere usted retroceder un poco la cinta?
-Claro…
-Ahí, ¡detenga la imagen! Observe ese estante cerca del equipo de sonido… ese muñeco… ¿Lo ha visto antes?
-¡Por supuesto!
-Vudú o tal vez Obeah.
-Eso pensé.
-¿Cuándo haremos el envío?
-Lo llevaré personalmente, mañana mismo. En cuanto llegue a Roma, me aguarda una audiencia con el Santo Padre.
-¡Gracias a Dios!
-¿Llamará usted ahora mismo a la señora Llobet?
-¡Sí, claro!
-¡Sí, claro! ¡Vas a decirme que no es atractivo! No has hecho más que vigilar por si nos seguía. – insinuó Pamela, mientras ambas se detenían en un bar cercano, dentro del centro de compras a tomar una taza de café.
-¡No me gusta que me persigan, es todo!
-Si fuera Richie Sotomayor, ¡no dirías lo mismo!
-¡No vas a comparar! Fuera de broma… vivo a la defensiva, desde que me ocurrió lo que me ocurrió…
-Entiendo… Ese pastel de chocolate se ve muy tentador… ¿caemos en la “tentación”?
-Hmmm… ¡el sábado nos confesamos!...
-Está dibujando algo…
-Al menos eso lo mantendrá ocupado.
-¿Te decidiste por algún cuadro o algo?
-Es que no hay nada que ya no tenga en casa, o que no haya traído de Italia…
-¿Señorita? – interrumpió un camarero.
-¿Algún problema, camarero?
-El caballero de la tienda de en frente le envía este obsequio – respondió el mozo, entregándole un retrato en Carbonilla, de ella misma, al que estaba adosada una tarjeta personal.
-¡Gracias!
-¡Clarisa, es hermoso! ¡Qué romántica forma de conquistar a una mujer!
-Supongo que debería sentirme halagada…
-¡Y lo haces, no me mientas, admítelo!
-¡Odio decirlo, pero es cierto!
-¿Lo llamarás?
-No lo sé… realmente, no tengo mucho tiempo.
-¿Haces algo esta noche?
-Acompaño a mi papá a una cena de negocios… cóctel, aburrimiento y miradas de viejos babosos…
-¡Te compadezco!
-Supongo que una vez que me acostumbre, no será tan grave… ¡Hey, mira!... Creo que encontré algo… está por allí, sígueme… ¡Sí!... es un auténtico espejo de plata… quedará excelente en mi dormitorio…
-¡Pero tienes cientos de ellos!
-Ninguno aún en mi futura casa de la playa…
-Podría comenzar con el diseño, mientras te arreglas o te bañas…
-¡Desde luego! Además, el paquete se verá muy pesado, tendrás que ayudarme a subirlo a mi cuarto.
-¡Estupendo!
-¡Estupendo, Rosario! El vestido ha quedado como nuevo.
-Es una pena no haberle podido quitar esta extraña mancha en el pecho…
-A ver… podremos disimularla con algo… justamente, según me contó una vez mi suegro, esta mancha estaba ya en el vestido, en el momento de hacer la pintura y tuvieron que cubrirla con un ramo de rosas, ya que al mismo tiempo, también la retrataba un fotógrafo.
-Probablemente entonces, haya que hacer lo mismo en esta ocasión.
-Bien, Rosario, lo dejaremos sobre la cama de Clarisa. – las dos mujeres, regresaron a sus quehaceres. Cinco minutos más tarde, Pamela y Clarisa, ingresaban el pesado espejo de plata a la habitación.
-¡Sólo unos pasos más, Pam! ¡Ya está!
-¡Estoy muerta!
-¡Yo también! ¡Pediré algo fresco!... ¿Rosario?
-¿Sí, mi niña?
-Por favor trae unos refrescos a mi dormitorio.
-De inmediato, mi niña.
-Te lo agradezco.
-¡No hay por qué!
-Bien… ¿Qué esperas? ¡Enciende la máquina!
-¡Ya!... ¡Bajaste el programa de Arquitectura!
-¿Sabes usarlo?
-Sí, claro, mi hermano lo tiene… es casi como un juego…
-Me gusta ese estilo… mucho mármol y columnas.
-¡Clásico!
Casa de la Familia Llobet. En ese mismo instante.
Nada raro ocurre, pero el ambiente se torna pesado. Sólo se encuentran en la casa, la abuela y su nieto. Desde afuera, se comienza a escuchar una acalorada discusión. Los vecinos se han asomado a las puertas de sus hogares, extrañados por el poco usual escándalo. Hasta hace poco menos de dos meses, Jordi y su abuela eran inseparables. Tanto que ella solía contar con orgullo a sus amigas, que su hermoso nieto, todas las mañanas le preparaba el desayuno y se lo servía en la cama, con toda clase de atenciones y mimos. Con mayor razón, no pueden creer lo que escuchan.
-¡Clásico!... ¡Ahora vas a pedirme que sea un buen niño, me peine con gomina, use pantalón corto y vaya todos los domingos a misa!... ¡Vieja perra, déjame en paz!... ¡No te necesito! ¡Nadie te necesita! – la cavernosa voz se siguió oyendo desde la calle, esta vez, sumada a un estruendo de cristales rotos… luego todo pasó demasiado rápido para la señora Llobet. Cuando abrió los ojos, estaba en el hospital y no se sabía si iba a quedar parapléjica.
Mansión Suárez.
Anochece. Las luces del gran jardín principal destacan la belleza y el colorido de los rosales. Dos grandes reflectores iluminan el frente del antiguo edificio, dándole un tono rojizo. Detrás, la mole de acero y cristal se yergue como un gigantesco custodio. Es hora de partir, y Clarisa no baja. Sus padres comienzan a inquietarse.
-Clarisa, ¿ya estás lista? – preguntó su madre, desde la puerta de la suite.
-¡Sólo dame cinco minutos más, mamá! ¡Tengo un problema con el cierre del vestido! – gritó ella, luchando con la cremallera trabada en la mitad de su espalda.
-¿Puedo ayudarte?
-¡Sí, por favor! ¡Pasa!
-¿A qué hora se fue tu amiga? – ante la pregunta, el humor de Clarisa comenzó a cambiar, se daba cuenta de que la ayuda con su vestuario era una excusa.
-Hace unos minutos, ¿por qué?
-No quiero que entre a esta casa, y lo sabes…
-¡Mamá, ¿cuándo vas a cambiar?! ¡Pamela es mi amiga, más allá de todo! ¡Más allá de su posición económica! ¡Más allá de lo que opinen tus amigas del Jet Set! ¡Y por sobre todas las cosas, ¿más allá del color de su piel!!
-¡¡No sé a quién sales con ese carácter!!
-¡¡A mi abuela Clara!! – en ese mismo instante, el cierre de su nuevo vestido se rompió con un ruido seco.
-¡Oh, mira lo que has hecho! ¿Qué te pondrás ahora?
-¡No lo sé! ¡Pero no voy a dejar plantado a papá, así que si me disculpas, voy a volver a cambiarme! – Clarisa, sin remordimientos, le cerró a su madre la puerta en la cara - ¡Uff! ¡¿Por qué se pondrá así con Pamela?!... (“¡Cielos! Los años no han cambiado ese aspecto negativo de mi madre… se diría que ahora está aún peor que antes de que yo viajara a Roma… y creo que no cambiará jamás… ¡Hey! ¡El vestido de la abuela! ¡Quedó precioso!... veré si tengo zapatos blancos… ¡Sí!... Ahora… al menos la abotonadura es más sencilla que el cierre y no llega tan arriba… Juraría que estaba manchado hace un momento… ¡mejor entonces!... ¡Ay, mi cabeza!... me sentaré a descansar…”) – de pronto, alguien le tocó el hombro, e hizo que se le ericen los vellos de la nuca - ¡¿Abuela Clara?!
-¡Clarisa!... ¡Eres tan hermosa, como valiente y fuerte! Has heredado lo mejor de mí… y serás todo lo que yo no pude… ¡Y más! Vas a cumplir la misión para la cual naciste, con mi ayuda…
-¿Misión? ¿Cuál misión?
-Se te revelará a su debido tiempo. Sólo puedo adelantarte que la clave para vencer el peor peligro, se encuentra en las páginas de mi diario.
-Pero, no encontramos la llave…
-Me fue arrebatada… pero tienes lo necesario para recuperarla… ahora, ponte mis alhajas y ve con tu padre… ¡Trata de que no se desmayen con nuestro parecido, ¿quieres?!
-Lo veo un poco difícil, ¡pero lo intentaré!
-¡Recibe mi bendición! ¡Y sé totalmente feliz, mi querida! – la abuela Clara desapareció en el reflejo del espejo de plata.
-¡Oh, Dios mío!... Tiene que ser este… ¡compré el espejo robado de la abuela Clara!... ¡Tengo que hablar con Fray Fernando!
-¡Clarisa, hija, es hora de bajar!
-¡Ya voy, papá! (“¡Ni modo, lo veré mañana de todas maneras!”) – Clarisa abrió la puerta - ¿Estás listo para esto, papá?
-¿Para qué?
-¡Para algo muy fuerte!
-¿Qué tan fuerte?
-¿Alguna vez has visto un fantasma?
-Creo que no…
-Bueno, entonces, ¿estás bien parado?
-Eso supongo, linda ¡ya basta de juegos, ¡compórtate de una vez y baja!!
-De acuerdo, ¡pero no vayas a decir que no te lo advertí! – la joven apareció al pie de la escalinata de mármol. En ese preciso instante, a Rosario se le cayó la bandeja de las manos: no había diferencia entre la pintura de Clara y la silueta deslumbrante de Clarisa.
-¡Por Dios Santo! – exclamó la anciana, que había crecido con la abuela de Clarisa.
-¡Es increíble! – susurró Encarnación.
-¡Oh, mi preciosa! – Rodrigo Suárez tomó la mano de su hija, y la besó - ¡Eres el reflejo de tu abuela en el espejo! ¡Sólo mírate! ¡Estoy asombrado!
-¡Te lo dije!
-¡Estás preciosa, Hija!
-Supongo que eso no influirá ante los miembros del directorio de la empresa, ¿verdad, papá?
-No sabría decírtelo, hija. Sólo es un cóctel anual, el martes será tu primera participación activa, ¿has pensado en algo para tu presentación?
-¿Ha pensado en algo, para presentarle el caso a Su Santidad, Monseñor?
-No en este momento, aunque creo que las evidencias son muchas. Fray Fernando, ¿podría usted hacerme un gran favor?
-Lo que usted necesite, Monseñor.
-Quiero que averigüe, cuántas casas de oración del Movimiento de Renovación Carismática hay en la Diócesis y que envíe una carta a cada responsable de esos grupos, para que ya mismo inicien una cadena de oración por este pobre muchacho.
-Entendido. ¿Algo más?
-La Señora Llobet… ha sufrido un grave percance. Se encuentra ingresada en la clínica de la familia Suárez, quiero que la visite usted, lo más frecuentemente que le permitan los médicos.
-¿Sabe si le han administrado ya la Unción de los Enfermos?
-No la han pedido.
-Entonces, iré debidamente equipado… ¿es todo, Monseñor?
-Creo que sí… ¿Tiene alguna novedad a cerca de la Cazadora?
-Ha iniciado muy bien el curso de Ministro Extraordinario.
-¡Excelente!
-Cursa todos los días doble turno, los sábados por la mañana y los domingos por la tarde.
-¡Aceleradísimo!
-Es lo que urge, Monseñor.
-¿Me oculta usted algo, Fray Fernando?
-Será mejor que se lo diga ya: ha desaparecido un seminarista.
-¡Oh, Cielos!
-Es el primero, no quise dar la alarma, tal vez nos estemos apresurando, pero dadas las últimas noticias sobre las decenas de adolescentes que faltan en sus casas… y de la familia completa que fue hallada muerta una semana después de que el hijo mayor desapareciera…
-Comprendo.
-Es una pena que Clarisa no tenga aún las condiciones para entrar en acción de forma inmediata…
-Tome las medidas precautorias que considere necesarias.
-¡Desde luego!
Mansión Suarez.
Madrugada. Fin de fiesta. Demasiada formalidad, para el gusto de Clarisa, pero sabe que debe acostumbrarse a eso. Aunque para ser la primera vez, considera que no estuvo mal… al menos, no se quedó dormida, como su madre esperaba. Otra cosa que su madre esperaba mucho, era la repercusión del impacto que produciría la presencia de su única hija, entre los hijos de los miembros del directorio y de sus padres, que no tardaron en tomar nota de la soltería de la joven.
-¡Desde luego que hemos disfrutado la velada, Señor Suárez! – saludó uno de los miembros del directorio de la empresa.
-Tiene usted una hija muy completa: culta, inteligente, talentosa y sobre todo, ¡muy guapa! – hizo lo propio otro.
-Esa niña tiene algo… ¡angelical!... – Clarisa, a dos pasos de su padre, se limitaba a escuchar. De pronto, algo hizo que no pudiera quitarle a uno de los empresarios la vista de encima.
-(“No me gusta ese sujeto… no sé si es su mirada o su forma de dirigirse a la gente… ¡me choca!... Algo sucede con él… y me temo que no es nada bueno… tal vez… es posible que tenga que ver con mi pérdida de memoria, después del incidente de Roma…”) ¿Papá?
-¿Sí, hija?
-¿Quién es él?
-Arsenio Vilallonga, uno de mis asesores publicitarios… Por cierto, tendrás que tratar con él bastante seguido, porque voy a delegarte esa responsabilidad.
-Bueno, entonces si decidiste contar con mi creatividad…
-No exactamente, tú sólo deberás manejar los ordenadores, él te proporcionará las ideas.
-¡Hhhh!
-¡Clarisa!
-Está bien, papá, lo haré lo mejor posible.
-Aunque el señor Vilallonga no te caiga bien…
-¿Cómo lo sabes?
-Te pones pálida cada vez que te habla… como si te diera… ¡asco!
-Creo que me conoces bastante más de lo que pensé.
-¡Por algo soy tu padre! – exclamó Rodrigo, acariciando la barbilla de su hija
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