Al pie del Tabernáculo
El lugar Santo (segunda parte)
-¡Buenos días niñas, ya es hora de levantarse! – anuncia la hermana celadora. La rutina diaria da comienzo. La ducha. El uniforme. El desayuno. Los libros. El camino al aula… y una visita poco común en el colegio de señoritas.
-Buenos días, hermana Lisia.
-Buenos días, Madre Superiora,¿qué se le ofrece?
-El padre Fernando Ridruejo, la esta esperando en la secretaría.
-(“Debe tratarse de un error se supone que Fray Fernando vendría por mi…”) – piensa Clarisa, sumamente extrañada.
-Enseguida voy, Madre. – la monja acude al despacho, nerviosa y sorprendida – buenos días, Fray Fernando.
-Buenos días, hermana Lisia.
-¿A qué debo el honor?
-Lamento interrumpirla en sus tareas, he venido a retirar por el resto del día a la niña Suárez Ripoll, mi protegida, como usted ya sabrá.
-¡Oh, no tenia idea! ¿Ha firmado usted el permiso?
-Sí, aquí tiene.
-Bien, aguarde unos minutos, por favor. – la religiosa apríeta el paso y regresa al aula - ¿Suárez Ripoll?
-¿Si, hermana?
-Prepárese para salir.
-De inmediato. – Clarisa, a toda velocidad, guarda sus libros y acompaña a la hermana Lisia – (“Burocracia… ¡Hhhh! ¡muero de nervios!...”) ¡Fray Fernando!
-¡Clarisa!
-¿Ya nos vamos?
-¡Por supuesto! – una lujosa limousine blanca los conduce al Vaticano. Con una mezcla de orgullo y emoción, el fraile presenta a la cazadora ante el tribunal más severo de la Tierra. Tratando en lo posible de no intimidarla, van formulándole diferentes preguntas acerca de su vida y específicamente, se dedican a interrogarla refiriéndose a Joel. Todo queda registrado en las actas de la Casa Pontificia. A mediodía, luego de un frugal almuerzo, Fray Fernando le permite a Clarisa visitar la Biblioteca Vaticana. Clarisa hace un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre los libros.
-(“¡Esto es el paraíso!... creo que hoy tendré que comprarme ojos nuevos…”) – piensa mientras sus dedos se deslizan por los anaqueles. Tal como lo tiene previsto Fray Fernando, la niña más que interesarse, se obsesiona por los libros a cerca de la angelología y la demonología, la mayoría de los cuales están escritos en latín y griego. Las horas se le pasan a Clarisa con una velocidad poco usual, a tal punto, que no se da cuenta en qué momento anochece… y esa noche sería para ella realmente inolvidable.
Recorre uno de los anaqueles con los más pesados tomos. Separa uno de ellos… sin advertir que del otro lado, alguien está utilizando exactamente la misma colección y se dispone tomar el libro de al lado… de repente, los brillantes ojos negros de la joven cazadora se encuentran frente a frente con un par de tiernos y sabios ojos azules, acompañados por una encantadora sonrisa de abuelo mimador…-¡Oh, Dios mío!... ¡Su Santidad! – alcanza a susurrar la joven, entre lágrimas de emoción. El Santo Padre da la vuelta a la estantería y va al encuentro de Clarisa.
-Buenas noches, jovencita… Clarisa. – saluda el Papa, leyendo la tarjeta de identificación de la Cazadora.
-¡B-buenas noches! – la niña, devotamente, besa el anillo Papal.
-No son horas de que una niña como tú, esté despierta…
-Lo siento, es que estaba tan absorta en mi lectura, que no miré el reloj.
-Estás disculpada… ¿Lees Latín?
-Y Griego, Su Santidad… también quiero aprender algo de Lenguas Muertas…
-Gustos poco comunes para tu edad.
-Eso dicen todos… ¡pero me apasionan!
-Lo imagino… Fray Fernando estaba buscándote, debes regresar al internado.
-Lo sé… creo que por hoy es suficiente.
-Yo también voy de salida… ¿te molestaría?
-¡Será un placer! – Clarisa le brinda su brazo al Santo Padre, para juntos abandonar la Biblioteca...
-Mañana es sábado… ¿Qué tan madrugadora eres?
-Lo que sea necesario…
-¿Me acompañarías en las oraciones de la mañana? Estaré en mi Jardín privado.
-Seré puntual.
-El chofer nos llevará al colegio, dale mis saludos a la Madre Superiora… y entrégale este libro… dile que me gustó mucho, y que disculpe la demora en devolvérselo.
-Lo haré, Su Santidad, ¡hasta mañana! – Clarisa se queda de pie en el umbral del colegio, viendo alejarse al lujoso vehículo y el flamear de las pequeñas banderas papales.
Hace sonar el timbre.
-¡Estas no son horas de llegar, Señorita Suárez! La Madre Superiora, la está esperando.
-Eso me ahorra un pedido de audiencia, con su permiso, hermana portera.
-Adelante.
-Gracias. – la joven cazadora, a toda prisa, se dirige al despacho de la autoridad máxima del colegio. Se hace anunciar por la hermana secretaria.
-La alumna Suárez Ripoll, Madre.
-Hágala pasar.
-De inmediato. – la niña ingresa a la temida oficina con el libro entre las manos.
-Con su permiso, Madre Superiora…
-Adelante, adelante, alumna Suárez Ripoll, tome asiento.
-Gracias, Madre Superiora.
-Y bien, ¿qué tal le ha ido, en su prolongada visita al Vaticano?
-Maravillosamente, Madre.
-Me alegro, pero la próxima vez, por favor, respete el horario escolar.
-Realmente lo lamento, Madre, pero no pude evitarlo, me quedé toda la tarde en la biblioteca… creo que perdí la noción del tiempo…
-Comprendo, conozco su debilidad por los libros.
-Hablando de libros… éste le pertenece, Madre…
-¡Oh, por Dios! ¿Dónde lo encontró?
-Supe que se lo prestó hace años… al Cardenal Vojtyla… hoy Juan Pablo II… Acabo de entrevistarme con él… Me pidió que le ofreciera disculpas por demorar tanto en regresarle su libro, por cierto, le ha gustado mucho.
-¡Aún me recuerda!
-Tiene muy buena memoria.
-¡Ya lo creo!
-Bueno, he cumplido con su pedido, no quisiera robarle más tiempo.
-Está bien, puede retirarse. Dígale a la hermana cocinera, que le sirva un refrigerio, ¡acuéstese de inmediato!
-¡Sí, Madre Superiora! – sonriente, Clarisa abandona el lugar a la carrera.
-¡Buenos días niñas, ya es hora de levantarse! – anuncia la hermana celadora. La rutina diaria da comienzo. La ducha. El uniforme. El desayuno. Los libros. El camino al aula… y una visita poco común en el colegio de señoritas.
-Buenos días, hermana Lisia.
-Buenos días, Madre Superiora,¿qué se le ofrece?
-El padre Fernando Ridruejo, la esta esperando en la secretaría.
-(“Debe tratarse de un error se supone que Fray Fernando vendría por mi…”) – piensa Clarisa, sumamente extrañada.
-Enseguida voy, Madre. – la monja acude al despacho, nerviosa y sorprendida – buenos días, Fray Fernando.
-Buenos días, hermana Lisia.
-¿A qué debo el honor?
-Lamento interrumpirla en sus tareas, he venido a retirar por el resto del día a la niña Suárez Ripoll, mi protegida, como usted ya sabrá.
-¡Oh, no tenia idea! ¿Ha firmado usted el permiso?
-Sí, aquí tiene.
-Bien, aguarde unos minutos, por favor. – la religiosa apríeta el paso y regresa al aula - ¿Suárez Ripoll?
-¿Si, hermana?
-Prepárese para salir.
-De inmediato. – Clarisa, a toda velocidad, guarda sus libros y acompaña a la hermana Lisia – (“Burocracia… ¡Hhhh! ¡muero de nervios!...”) ¡Fray Fernando!
-¡Clarisa!
-¿Ya nos vamos?
-¡Por supuesto! – una lujosa limousine blanca los conduce al Vaticano. Con una mezcla de orgullo y emoción, el fraile presenta a la cazadora ante el tribunal más severo de la Tierra. Tratando en lo posible de no intimidarla, van formulándole diferentes preguntas acerca de su vida y específicamente, se dedican a interrogarla refiriéndose a Joel. Todo queda registrado en las actas de la Casa Pontificia. A mediodía, luego de un frugal almuerzo, Fray Fernando le permite a Clarisa visitar la Biblioteca Vaticana. Clarisa hace un gran esfuerzo para no abalanzarse sobre los libros.
-(“¡Esto es el paraíso!... creo que hoy tendré que comprarme ojos nuevos…”) – piensa mientras sus dedos se deslizan por los anaqueles. Tal como lo tiene previsto Fray Fernando, la niña más que interesarse, se obsesiona por los libros a cerca de la angelología y la demonología, la mayoría de los cuales están escritos en latín y griego. Las horas se le pasan a Clarisa con una velocidad poco usual, a tal punto, que no se da cuenta en qué momento anochece… y esa noche sería para ella realmente inolvidable.
Recorre uno de los anaqueles con los más pesados tomos. Separa uno de ellos… sin advertir que del otro lado, alguien está utilizando exactamente la misma colección y se dispone tomar el libro de al lado… de repente, los brillantes ojos negros de la joven cazadora se encuentran frente a frente con un par de tiernos y sabios ojos azules, acompañados por una encantadora sonrisa de abuelo mimador…-¡Oh, Dios mío!... ¡Su Santidad! – alcanza a susurrar la joven, entre lágrimas de emoción. El Santo Padre da la vuelta a la estantería y va al encuentro de Clarisa.
-Buenas noches, jovencita… Clarisa. – saluda el Papa, leyendo la tarjeta de identificación de la Cazadora.
-¡B-buenas noches! – la niña, devotamente, besa el anillo Papal.
-No son horas de que una niña como tú, esté despierta…
-Lo siento, es que estaba tan absorta en mi lectura, que no miré el reloj.
-Estás disculpada… ¿Lees Latín?
-Y Griego, Su Santidad… también quiero aprender algo de Lenguas Muertas…
-Gustos poco comunes para tu edad.
-Eso dicen todos… ¡pero me apasionan!
-Lo imagino… Fray Fernando estaba buscándote, debes regresar al internado.
-Lo sé… creo que por hoy es suficiente.
-Yo también voy de salida… ¿te molestaría?
-¡Será un placer! – Clarisa le brinda su brazo al Santo Padre, para juntos abandonar la Biblioteca...
-Mañana es sábado… ¿Qué tan madrugadora eres?
-Lo que sea necesario…
-¿Me acompañarías en las oraciones de la mañana? Estaré en mi Jardín privado.
-Seré puntual.
-El chofer nos llevará al colegio, dale mis saludos a la Madre Superiora… y entrégale este libro… dile que me gustó mucho, y que disculpe la demora en devolvérselo.
-Lo haré, Su Santidad, ¡hasta mañana! – Clarisa se queda de pie en el umbral del colegio, viendo alejarse al lujoso vehículo y el flamear de las pequeñas banderas papales.
Hace sonar el timbre.
-¡Estas no son horas de llegar, Señorita Suárez! La Madre Superiora, la está esperando.
-Eso me ahorra un pedido de audiencia, con su permiso, hermana portera.
-Adelante.
-Gracias. – la joven cazadora, a toda prisa, se dirige al despacho de la autoridad máxima del colegio. Se hace anunciar por la hermana secretaria.
-La alumna Suárez Ripoll, Madre.
-Hágala pasar.
-De inmediato. – la niña ingresa a la temida oficina con el libro entre las manos.
-Con su permiso, Madre Superiora…
-Adelante, adelante, alumna Suárez Ripoll, tome asiento.
-Gracias, Madre Superiora.
-Y bien, ¿qué tal le ha ido, en su prolongada visita al Vaticano?
-Maravillosamente, Madre.
-Me alegro, pero la próxima vez, por favor, respete el horario escolar.
-Realmente lo lamento, Madre, pero no pude evitarlo, me quedé toda la tarde en la biblioteca… creo que perdí la noción del tiempo…
-Comprendo, conozco su debilidad por los libros.
-Hablando de libros… éste le pertenece, Madre…
-¡Oh, por Dios! ¿Dónde lo encontró?
-Supe que se lo prestó hace años… al Cardenal Vojtyla… hoy Juan Pablo II… Acabo de entrevistarme con él… Me pidió que le ofreciera disculpas por demorar tanto en regresarle su libro, por cierto, le ha gustado mucho.
-¡Aún me recuerda!
-Tiene muy buena memoria.
-¡Ya lo creo!
-Bueno, he cumplido con su pedido, no quisiera robarle más tiempo.
-Está bien, puede retirarse. Dígale a la hermana cocinera, que le sirva un refrigerio, ¡acuéstese de inmediato!
-¡Sí, Madre Superiora! – sonriente, Clarisa abandona el lugar a la carrera.
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