Al pie del Tabernáculo

13 – El lugar Santo

Roma. Convento de Santa Clara. Dos días más tarde.
Llueve. La tormenta asusta a las niñas internas del colegio. Las monjas rezan con ellas en los dormitorios. La acústica del lugar hace que por momentos, los truenos sean ensordecedores. El agua cae como el Diluvio. Son más de las diez de la mañana, y parece casi de noche. No se puede salir a los jardines. Algunas alumnas juegan en los pasillos y patios internos.
El desconocido uniforme incomoda un poco a Clarisa, quien con un libro en las manos, se dedica a mirar tristemente por una de las ventanas de la portería, el cercano río Tiber y a lo lejos, la imponente cúpula del Vaticano. Hoy es la fecha estipulada para la excursión a la Basílica de San Pedro, pero el clima no ha mejorado desde que ella llegó a Roma.Tiene que seguir esperando.
El nuevo colegio, el nuevo idioma, las nuevas compañeras, no cubren del todo las expectativas de la niña, que inquieta, ya ha recorrido las instalaciones, una y otra vez. Ya las conoce de memoria, y tampoco eso es suficiente. Finalmente, le da la espalda a los empañados cristales y se deja caer en el suelo. Abre el libro, y se pone a estudiar. Las horas pasan lentamente. La lluvia sigue cayendo. Es hora de volver a las aulas. Por supuesto, Clarisa es la primera en llegar. Provisoriamente, le han asignado una intérprete, hasta que su italiano mejore.
Clase de informática. Clase de aburrimiento. Todo lo que las monjas enseñan en esa semana, ya lo sabe. Levanta la mano.
-Hermana, ¿podríamos tener acceso a Internet?
-El servidor aún no está conectado.
-Yo podría arreglar eso… tengo mi propio servidor… la escuela puede tener el acceso gratis…
-¿De verdad?
-En casa me dedico a eso, en mis ratos libres…
-¡De acuerdo!
-¡Bravo! – el grito resonó en todo el edificio.
Esa noche, Fray Fernando la llama por teléfono.
-¡¿Clarisa?!
-¡Fray Fernando, por fin!
-¡Lo mismo digo! ¿Cómo estás?
-Aburrida…
-¡¿Con todo lo que tienes que hacer?!
-El mal tiempo hizo que al instructor de Artes Marciales se le estropeara el coche. Navegué toda la tarde en la red, charlé con Pam durante dos horas, y luego, tuve que cortar por la tormenta.
-¡Oh!
-Si continúo así, me volveré una ostra…
-¿Por qué no vienes a visitarme?
-¡Me encantaría! Pero, ¿cómo hago?
-Hay una puerta secreta de acceso al convento de los Capuchinos, en la Capilla del Santísimo.
-¡Debí imaginar algo así!
-Escúchame bien: al pie del Tabernáculo, hay un mosaico con la escena de la Aparición de los Estigmas de San Francisco, tiene el tamaño de las limosneras que están en las dos filas de bancos de madera de la capilla. Sobre el ala derecha del querubín del diseño, hay un orificio como de tres por tres centímetros, en el que cabe un zafiro que debes retirar de la tapa de la Biblia que está en el atril al costado del Altar, coloca la piedra en su lugar y la compuerta se abrirá, encontrarás una escalera caracol, baja por ella, y sigue la estructura del laberinto, te será asombrosamente familiar.
-Está bien. ¿A qué hora?
Luego de la última clase, cuando las niñas se dirijan a la sala de recreación.
-¡Perfecto!
-Te estaré esperando.
-Seré puntual, como siempre.
-Adiós, linda. Bendiciones.
-¡Igualmente! – la niña, cerró la comunicación.
-¿Con quién hablabas? – pregunta Sara, una de sus compañeras de curso.
-Con mi tutor legal.
-¿Tus padres no viven aquí?
-No, están en España.
-¿Cómo conseguiste que te dejen hablar por teléfono a estas horas?
-No lo sé, simplemente, me comunicaron, es todo.
-¡Qué suerte! – las niñas regresan a los dormitorios.

Amanece. Finalmente, la tormenta cede el paso a un espléndido, aunque frío día en el Vaticano. La Plaza de San Pedro comienza a llenarse de turistas. La Guardia Suiza hace su cambio de turno. Las campanas repican. Una interminable procesión de sotanas y sobrepellices adorna el paisaje, poblado de mármoles, palomas e Historia. Un agradable y poco habitual perfume a rosas de Castilla supera al del tradicional Incienso de la primera misa matutina. El Colegio de Cardenales se halla reunido con Fray Fernando Ridruejo. Deliberan. Discuten. Por las manos del más exigente tribunal sobre la tierra pasan las fojas del Legajo de Clarisa Suárez Ripoll. Las caras de asombro son unánimes. Constatan por sí mismos que se trata de algo más que una niña precoz. Cada hecho extraordinario de sus escasos trece años de vida es examinado con creciente interés. Particularmente, se hace hincapié en su Custodio, del que van a pedir una prueba tangible. El cardenal camarlengo, con una afable sonrisa, se acerca al fraile.
-Deseamos concertar una entrevista con esta joven, lo más pronto posible, Fray Ridruejo.
-Se lo comunicaré hoy mismo, Su Eminencia.
-Puede retirarse.
-Gracias, Su Eminencia.
Está hecho. No existen trabas para comenzar con la siguiente etapa del entrenamiento de Clarisa. Fray Fernando confía ciegamente en el buen resultado del encuentro de Clarisa con los Cardenales. Sabe que todo está en sus manos. Con la capucha puesta, corre bajo el cegador sol hacia el auto que lo llevará de regreso al convento. Son casi las tres. La Cazadora no tardará en llegar.

Recreo. Bullicio. Gritos. Las alumnas dejan aun lado sus libros, y se dirigen a la carrera a la sala de recreación. Hoy verán una película que esperan hace semanas. Clarisa, por supuesto, ya la vio en el cine, con su amiga Pamela. Buena excusa para quedarse sola. Sola. La puerta de la capilla está abierta. Nadie cerca. Las monjas están ocupadas en sus trabajos manuales. Los profesores acompañan a las internas, en la sala de recreación, que queda en el extremo opuesto. Es el momento. Ingresa y se sorprende. En los días previos, no había podido acceder al lugar, ya que se encontraba bajo llave, por reparaciones. Fray Fernando, una vez más, tiene razón. El ambiente es absolutamente familiar.
-(“¡Es igual a la Capilla de mi colegio, en Mallorca!... El Sagrario es como el que está en el taller secreto de Fray Fernando… Bien… tendré que asegurarme de que no venga nadie… cerraré la puerta con llave… eso es… la Biblia sobre el atril… ¡vaya que es grande!... y antigua… supuestamente, tiene un zafiro, en alguna parte… pero no recuerdo dónde… no cuelga del señalador… tal vez en la tapa… sí, éste debe ser… lo intentaré… el mosaico… el querubín… su ala derecha… ahí está el orificio… no pasa nada… tal vez haya que moverlo… ¡Eso es!... ¡Wow!... ¡Comienzo a sentirme como en casa!”) – la estructura completa del Tabernáculo gira en el sentido de las agujas del reloj y se desplaza hasta dejar ver la sinuosa e impecable escalera de mármol negro, perfectamente iluminada. Clarisa, sin miedo, desciende por los peldaños. Una vez que está abajo, la compuerta se cierra y el zafiro cae a sus pies. Prudentemente, lo recoge y lo guarda en el bolsillo de su chaqueta – (“Hmmm… a la izquierda… es bastante más largo que el otro, no llegaré nunca caminando… ¡Hey! Hay un deslizador en el techo… se ve alto… ¡ningún problema! Un poco de gimnasia, bastará…”) – la joven Cazadora toma impulso… y luego de una serie de veloces ejercicios, alcanza ambas manijas del deslizador y se lanza hacia donde el riel la conduce. Cae hábilmente sobre sus pies y consulta su reloj – (“Un minuto para las tres.”)

-(“Un minuto para las tres… Fray Pietro demora con el té… Clarisa estará aquí de un momento a otro.”) – Fray Fernando mira ansioso el reloj de pared sobre el crucifijo del muro opuesto a la biblioteca, cuando ésta gira sobre su centro y deja pasar a la Cazadora.
-¡Fray Fernando!
-¡Clarisa! Veo que encontraste bien el camino.
-¡Fue divertido!
-Busqué la forma de que no perdieras tiempo. Ven, siéntate. Tengo grandes noticias para ti.
-Escucho.
-Mañana mismo, visitarás el Colegio de Cardenales. ¡Quieren conocerte!
-¡¿En serio?!
-Les llevé tu legajo, están interesados en hacerte unas pruebas y algunas entrevistas. Te anticipo que será agotador.
-¡Pero lo haré con gusto!
-Con permiso, Fray Fernando. El té… y las confituras que pidió están listos.
-Adelante, Fray Pietro… Por cierto, ella es la niña Clarisa Suárez Ripoll… Clarisa, él es Fray Pietro Vagni, mi secretario personal.
-Mucho gusto. – saludó ella.
-Es un placer conocerla. – el fraile italiano le extiende la mano, que la niña besa devotamente. Y algo ocurre. El inocente beso en la blanca piel de aquél hombre de Dios deja una marca roja en forma de cruz sobre el dorso de la mano.
-¡Asombroso!
-Nunca antes había pasado esto Fray Fernando… ¿Qué crees que signifique?
-No es una buena noticia, Clarisa… según mis conocimientos… estas cosas suceden cuando los enemigos de la humanidad han penetrado los lugares sagrados.
-No entiendo…
-Ven, mira este libro… con cuidado…
-Es muy pesado…
-Una primera traducción completa de los Manuscritos del Mar Muerto. Trata sobre los Papiros del Antiguo Testamento.
-¡Cielos!
-Señorita Suárez, su té se enfría…
-¡Cierto! ¡Gracias! ¡Esto es tan fascinante!... La marca… hace a su portador libre de toda influencia del enemigo: hechicería, invocación de espíritus, opresión demoníaca y distintos tipos de posesión espiritual… ¿hay espiritistas en Roma?
-Todo parece indicarlo, pequeña.
-Habrá que descubrirlos, entonces. Si usted quiere, puedo dedicarme a eso los fines de semana…
-Estarás demasiado ocupada. Ya veremos cómo resolverlo. En cuanto a la marca de Fray Pietro… ¡servirá para impartir bendiciones!
-¡Buen punto!
-Puede retirarse, Fray Pietro.
-Gracias, Fray Fernando. – el capuchino sale del despacho.
-Su Biblioteca es magnífica, Fray Fernando.
-Una bagatela, comparada con la Pontificia Biblioteca de Ciudad del Vaticano.
-¡Lo imagino!
-Con esta credencial de identificación tendrás acceso libre a ella, cada vez que lo necesites. – dice Fray Fernando, entregándole una pequeña tarjeta plastificada, provista de un clip de acero.
-¡Fantástico!
-Bien… Mañana a primera hora de la mañana, te retiraré del colegio e iremos al Vaticano.
-¡Inmejorable!
-Ahora, será mejor que regreses por donde viniste, antes de que las hermanas necesiten utilizar la capilla y noten que fue cerrada por dentro.
-¿Cómo abro de nuevo la escotilla?
-Sube hasta el último escalón. Notarás que el techo te queda demasiado bajo. Exactamente sobre tu cabeza encontrarás un ladrillo de oro, presiónalo primero, y luego empújalo hacia la izquierda. Verás un espacio libre con la forma adecuada, coloca el zafiro allí, suelta el ladrillo y aguarda unos instantes. La puerta se te abrirá y hallarás la piedra nuevamente en el mosaico del piso de la base del Tabernáculo.
-Entendido.
-Tercer libro, segundo estante…
-¡Bien! – sonrió Clarisa, siguiendo las instrucciones de Fray Fernando - ¡Nos veremos mañana, Fray Fernando!

-Nos vemos mañana, niñas, estudien sus lecciones… - la hermana celadora aguardó a que las alumnas desalojaran la sala de recreación y seguidamente caminó hacia la capilla – (“¿La puerta está cerrada? ¡Qué extraño! Creí haberla dejado abierta desde temprano… tal vez fue el viento… bueno, prepararé todo para la celebración de la tarde… ¡oh, Cielos!... olvidé comprar cirios, tendré que ir primero al convento de los capuchinos, ¡y darme prisa!”) – la religiosa había estado a dos pasos de comprobar que la capilla estaba bajo llave, por dentro. Da media vuelta y camina hacia la portería, para luego tomar un taxi al convento franciscano. Ni bien traspone la puerta del colegio, Clarisa sale discretamente de la Capilla.
-¡Uf! Eso estuvo cerca… - suspira la Cazadora - ¡Qué cansancio!
-¡Clarisa! ¿Dónde has estado? – pregunta Ana Paula, una de sus compañeras.
-Me quedé en la capilla…
-Te ves pálida.
-¡Tengo frío!
-¿Por qué no te das un baño?
-Buena idea.
-Esa capilla es terriblemente fría y hace unos días que la caldera no funciona correctamente.
-¡No puede ser! Se lo comunicare a mi padre, el solucionará éste problema.
-¡¿A caso es Superman?!
-No pero es un empresario muy rico.
-El mío también, pero no se mete en estas cosas del colegio.
-Es extraño.
-Tal vez sea porque no se lleva muy bien con los curas o porque estudió en una academia militar.
-¡Eso lo explica todo! Papá en cambio estudió en un convento franciscano y luego siempre se interesó por ver que la congregación tuviera todo lo que necesitara.
-De modo que ayudar para él es una costumbre.
-Eso supongo. – Suben las escaleras y arriban a los dormitorios. Una noche completa de insomnio… ¡y nada que hacer! Las monjas no permiten tener la luz encendida después de la media noche. Comienza a echar de menos a Joel – (“Me pregunto si podré volver a verlo, sin estar precisamente en peligro… Joel…”)
-(“¿NO PUEDES DORMIR, CLARISA?”)
-(“¡Estás aquí!”)
-(“SABES QUE SIEMPRE PUEDES PEDIRME AYUDA”)
-(“¿Hasta cuando no puedo dormir?”)
-(“PUEDO AYUDARTE A DESCANSAR.”)
-(“¿Sabes inducir el sueño?”)
-(“ALGO POR EL ESTILO… NO TENDRÁS DEMASIADO TIEMPO PARA RECORRER EL VATICANO… ¿QUIERES QUE TE LO MUESTRE?”)
-(“¡Por supuesto!”)
-(“CIERRA LOS OJOS…UNO… DOS… TRES”)
-¡Genial! Es una pena que no se pueda ver de día, con tanta libertad.
-LO MISMO DIGO… SUBAMOS A LA CIMA DE LA CÚPULA… DESDE DENTRO…
-¡Como digas!... ¡fantástico!... creo que se me van a salir los ojos de la cara…
-RESÉRVALOS PARA MAÑANA, TE AGUARDA UNA DE LAS SORPRESAS MÁS GRANDES DE TU VIDA…
-¡¿Cuál?!
-SI TE LO DIGO, DEJARA DE SER SORPRESA…
-Tienes razón… y ya es hora de regresar… - en ese mismo instante Clarisa despierta con el primer rayo de sol.
(CONTINUARÁ)

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