Maggie Mae

36 - LA ADORABLE Y TRAVIESA RITA

Febrero 21. 5:30 a.m.

Rita, sin dormir, sentada sobre una de sus maletas, suspira.

-(“Anoche, casi me besa en público... es la segunda vez desde que nos conocemos que sucede lo mismo... sólo que ahora los dos estamos decididos... George... George Harrison... tengo que hacer algo… siento que mi plan está incompleto... si Laura me acompaña... la policía podría sospechar... más aún, si Lucille va también incluída en la estrategia... ella llega en unas horas... vamos a ver... ¡piensa, piensa, piensa!... maquillaje artístico... y el traje de viuda... ¡Hmmm!... Sí... funcionaría... y nadie vería mal que Laura estuviese conmigo... especialmente, si soy una viejecita, ¡muy despistada!... en ese caso... hasta la vigilancia del aeropuerto me ayudaría... sólo tengo que hallar a la persona indicada... ¡Hhhhhhhhhhhhh!... ¡Hmmm!... el equipaje... debe irse antes... Lucille se lo puede llevar... el tío Al me conseguirá el uniforme de azafata... si es que lo hace... y con su amigo Sean, piloteando el avión, todo tiene que salir a pedir de boca... aunque no puedo asegurarme de nada... de todos modos, si algo surge de manera imprevista, o sea, si el tío trata de detenerme, veré la forma de neutralizarlo antes de cambiarme la ropa... ¡Hhhhhhhh!... Trataré de dormir un poco...”)

-(“Trataré de dormir un poco... ¡aunque quisiera estar con ella en este momento!... anoche dijo que no pensaba venir al aeropuerto... no le gustan las despedidas, desde que su tío Al se fue de su casa... la entiendo... ¡pero será una tortura no ver su rostro mezclado entre la gente!...”) – George, aún tiene la luz encendida.

Nueva York.

7:45 a.m. Convento de las Clarisas.

Sor Alexia golpea con ansiedad la puerta del despacho de la Madre Superiora.

-¡Adelante! – se oye desde dentro. La joven monja ingresa al lugar, sumamente inquieta.

-(“¡Dios mío, esta vez, tiene que escucharme!”)

-¿Qué se le ofrece, Sor Alexia?

-Necesito su ayuda, y su consejo, Madre...

-Tome asiento, por favor, hermana.

-Gracias.

-Y, ¿bien? ¿Cuál es ese problema que le ha quitado el sueño esta vez?

-Uno muy grave, Madre... ¿Recuerda usted a la pequeña Margaret Mae?

-¡Por supuesto! Una niña adorable, con una historia patética...

-Que aún no termina...

-¿No?

-No. Su madre quiere obligarla a casarse arbitrariamente... o tomar los hábitos...

-¡Dios Santo!

-Pero eso, no es lo más grave... lo peor... es que durante la ausencia de su hija, la señora Mae... ha vuelto a beber...

-La historia se repite...

-Así parece...

-¿Ha usted hablado con esta mujer?

-Anoche mismo, vino a verme... estaba ebria...

-¡Por Dios!

-Temo por la seguridad de la niña, ¡apenas tiene catorce años!

-La comprendo perfectamente, Sor Alexia... Sus miedos, esta vez, están justificados... La pequeña Rita fue pupila desde los tres hasta los once años... yo en ese entonces, fui su primera maestra... la que la recibió, llorosa y con los brazos y piernas, cubiertos de golpes y heridas cortantes... ¡era un cuadro lamentable... tanto su padre, como su madre, la maltrataban sin piedad... ahora, es una mujercita... muy hermosa... tal vez demasiado... ¡Sólo Dios sabe del sufrimiento que le espera si no hacemos algo por ella!

-¡Sabía que lo entendería!

-¿Pensó usted en algo?

-Sí... es un poco loco... y hasta quebranta las normas del internado... pero me pareció lo más adecuado...

-Eso lo decido yo. Por favor, continúe.

-Bien... Crearemos una vacante ficticia en el internado... Rita estudiaría durante el día en las aulas de las pupilas... podría dormir en mi misma celda, eso no representa un problema... la dejaríamos ir a practicar deportes y reunirse con sus otras compañeras... y saldría del convento cuantas veces lo necesitara... Y obviamente, algún otro familiar deberá estar al tanto de su verdadera situación...

-Parece una buena solución... ¿lo ha hecho antes?

-Sí, Madre... Por eso fui trasladada a Nueva York, desde Roma...

-Hmmm...

-¿Lo aprueba?

-Comuníquese con la niña hoy mismo, de ser eso posible... el resto de los trámites burocráticos estará en mis manos... Y ocúpese de conseguir el legajo completo de esta joven, incluyendo los informes forenses que están en manos de la policía.

-¡De acuerdo! – Sor Alexia se pone de pie.

-Y, por favor, ¡no olvide incluir a toda su familia en sus oraciones!

-¡Ni lo mencione!

-Una cosa más...

-¿Sí, Madre?

-Envíela a mi despacho en cuanto se reincorpore a sus clases.

-¡Así lo haré, Madre Superiora!

Miami. 3:30 p.m.

Lucille y Laura coinciden en uno de los pasillos del hotel.

-¿Tienes todo preparado? – pregunta Lucille.

-Todo en orden.

-¿Pudiste hacerla desistir?

-¡Imposible! Está dispuesta a todo, ¡ya no hay modo de detenerla!

-Al menos, nadie podrá llamarla cobarde...

-Eso sí...

-Bien. Iré por las maletas de ustedes dos y luego a cargar combustible, ¿necesitas algo del centro comercial?

-Rita me encargó maquillaje artístico de alguna tienda de disfraces.

-¿Qué se trae entre manos?

-¡Una dulce, tierna y despistada viejecita!

-¡Esto va a ser muy divertido!

-¡Ya lo sé!

-¡Ya lo sé, John! ¡No podré cambiar las cosas, sólo protestando o deprimiéndome! ¡Pero, ¿qué más voy a hacer?!

-Dile la verdad...

-Eso intenté, pero no pude...

-Prueba una vez más...

-¿Tienes idea de dónde está?

-Creo que bajó a la recepción a esperar a la hermana de Laura...

-Entonces, la buscaré allí. – Harrison abre la puerta y sale. Se asoma por el parapeto de la escalera, y la ve bajar corriendo con una bolsa en la mano. Intrigado, toma el ascensor, para alcanzarla más rápido. Cuando baja, no ve a la niña por ninguna parte.

-(“¿Dónde se metió esta vez?”) – piensa. Detrás de él, Rita lo sorprende.

-¿Se te perdió algo?

-¡Rita!

-No me respondes...

-Sí, casi te me pierdes tú...

-Bueno, ya me encontraste...

-Eso veo... ¿Vamos a caminar un rato?

-¿Por qué no? – los dos, de la mano, recorren las instalaciones, por última vez.

-No quiero irme... – murmura George.

-Es extraño...

-¿Por qué?

-Se supone que debes estar habituado a cambiar de ciudad continuamente... Quiero decir.... Esto no debería sucederte... Como a los gitanos...

-Y no me sucede... Esta es la primera vez que siento que voy a echar de menos un determinado país... – se sienta en el brazo de un sillón, jugueteando con la punta de los dedos de las manos de la joven – tal vez porque me he sentido como en casa... o porque... aquí he conocido gente muy especial... – atrae a Rita hacia sí y la sienta sobre sus piernas – sobre todo, una mujer a quien amo... esa mujer eres tú... – sus labios estaban a milímetros de rozarse con los de la niña, cuando la airada voz de Brian los interrumpe.

-¡George!... ¡¡George!!... ¡¡¿En dónde demonios se supone que estás?!!... ¡¡¡Uf!!! ¡¡Debí imaginarlo!!... ¡¡Ve inmediatamente a empacar, eres el único que todavía no lo ha hecho!!... ¡¡¡Vamos date prisa, no tenemos todo el día!!!

-(“¡TE ODIO!”) ¡Ya voy, ya voy! – de pésima gana, sin soltarle la mano a Rita, lo sigue.

Nueva York.

Casa de la familia Carter.

-No, Sor Alexia. Las niñas aún no regresan.

-¿Tiene algún teléfono donde localizarlas?

-Me temo que tendré que buscarlo, hermana.

-Es que debo comunicarme en forma urgente con Rita...

-¿Ha ocurrido algo grave?

-Surgió imprevistamente una situación sumamente delicada... ¿puedo confiar en usted, señora Carter?

-Por supuesto que sí, Sor Alexia.

-La señora Mae... Ha reincidido en su adicción al alcohol...

-¡Oh, no!

-Ha pedido que a su hija se la interne primero pupila, y luego... novicia.

-¡No puede ser!... Escuche, hermana, ¡ya mismo busco el número del hotel! ¡La llamaré en cuanto lo encuentre, o le avisaré si ellas llegan a telefonear a casa!

-¡De acuerdo! ¡Hasta luego y perdón por la molestia!

-¡Fue un placer haberle sido útil, Sor Alexia! ¡Hasta pronto! – la madre de Laura, consternada por la noticia, cuelga el receptor y se seca una lágrima. Así la sorprende su marido.

-¡Cariño, ¿qué sucede?!

-Malas noticias. Era la Hermana Alexia... Necesita el número del hotel de Miami, para comunicarse con Rita... Al parecer, la señora Mae... es alcohólica, y pretende encerrar a la niña en el convento... Debe estar haciendo los trámites a sus espaldas...

-¡Hay que detenerla! ¡Vamos a la habitación de Laura, te ayudaré a buscar!

Miami. 6:50 p.m. Camino al aeropuerto.

-¡Rita, es una locura! ¡No lo hagas, podrían arrestarte!

-¡Laura, cálmate! ¡Sé que todo saldrá perfectamente bien!... ¡Además, nadie le pondría esposas a una dulce ancianita que sólo se extravió buscando el tocador de damas!

-¡Está bien! ¡Cuando se te mete una idea en la cabeza, no hay modo de obligarte a retroceder! – se rinde Laura.

-Sujeta el espejo.

-Bien.

-Eso es... muchas arrugas... y manchas seniles... la peluca está en su lugar... el sombrero... ¡O. K.!

-¡No olvides el bastón y los guantes!

-¡Por nada del mundo!

-¡Chicas, ya llegamos! – exclamó Lucille.

-¡Gracias!... Acompáñame, Laura, eso despistará a los guardias.

-Perfecto. – las dos se dirigieron al interior del aeropuerto.

Nueva York. Convento de las Clarisas.

Sor Alexia y la Madre Superiora, revisan el expediente personal de Rita.

-Es un caso muy difícil, Madre.

-Lo conozco desde el inicio...

-¡Dios! ¡¿También fue abusada sexualmente por su padrastro?!

-Así fue...

-Ahora, todo encaja mucho mejor... Con el debido respeto, realmente, la señora Mae debería ir a dar a un manicomio...

-¿Lo cree así, Sor Alexia?

-O al menos, consultar a un buen psiquiatra... Está culpando a su hija, por algo que no hizo... una niña de once años, no pudo provocar sexualmente a un hombre que pasó los cuarenta... pero a los catorce, con el cuerpo mucho más desarrollado, sí puede hacerlo con un joven de veinte o más... ¡Los Beatles!

-Explíquese mejor, por favor... – golpean la puerta - ¡Adelante!

-Con permiso, Madre Superiora... Han dejado un mensaje en la portería, para Sor Alexia.

-¡Oh, gracias, hermana portera! Entréguelo y retírese, estamos muy ocupadas.

-De inmediato, Madre. – la monja entregó el pequeño papel a Sor Alexia, y volvió a su puesto de trabajo. Los ojos de la directora espiritual de Rita se iluminaron.

-¿De qué se trata la carta?

-Es el número del teléfono del hotel en donde Rita está hospedándose... y también, el número particular de su tío Alexander en Miami.

-¡Excelente información! ¡Llámela de inmediato!

-¡A eso voy, Madre! – Sor Alexia marcó el primer número.

-Hotel Deauville, buenas tardes, ¿en qué puedo servirle?

-Soy la Hermana Alexia, del Convento de Santa Clara de Asís, de Nueva York, quisiera comunicarme con la habitación de la señorita Margaret Mae...

-Aguarde un momento, por favor hermana, ya la comunico...

-Gracias. – Sor Alexia esperó unos instantes, que se le hicieron eternos.

-Lo siento, hermana, llama usted un poco tarde, la señorita Mae abandonó el hotel hace un par de horas, regresaba a Nueva York, con dos amigas.

-¡Oh! Está bien, intentaré ubicarla en otro sitio, gracias. – cortó y enseguida llamó a Alexander - ¡Cielos!...

-¿Qué ocurre, Sor Alexia?

-No contestan, Madre. Parece no haber nadie...

-Vuelva a intentarlo más tarde.

-Eso haré.

Miami. 7:05 p.m.

En el sector de los cortejos fúnebres, Alexander, aguarda impaciente a las dos niñas.

-(“¡Ya deberían haber llegado!... Espero que no las hayan detenido... Lo peor es que no puedo salir a buscarlas, no sé por dónde vienen... debo permanecer aquí y esperar... ¡Uf!... ¡Era tiempo!... ¡Diablos!... ¡es increíble!... ¡No sólo no la arrestaron, sino que además, ¡viene del brazo de un oficial!!... Definitivamente, ¡es lo opuesto a su madre!... Consigue siempre lo que quiere, sale bien librada, y no hay apuesta que pueda llegar a perder...”) – piensa Alexander, oculto en un rincón. Efectivamente, Rita y Laura vienen escoltadas por un obeso policía, que las «guía» hacia el tocador de damas.

-¡Hasta aquí llegamos, señoras! – exclama él.

-¡Oh, muchas gracias, hijito! ¡Tenga unos dulces, para su pequeño hijo! – Rita le entrega un paquete con caramelos.

-¡Oh, no tenía que hacerlo!

-¡Ya, ya, no sea quisquilloso! ¡Vamos, querida! – las niñas ingresan al toillette.

-¡Hhhh! ¡Qué encantadora anciana!... ¡Es tan dulce!... ¡Debería presentársela a mi abuelo! – suspira el oficial y se aleja lentamente.

Alexander aguarda unos segundos, hasta perderlo de vista y luego ingresa al cuarto de baño.

-¡Aquí estoy!

-¡Hola, tío Al! ¿Trajiste todo?

-Todo, ¡hasta una credencial con tu foto!

-¡Excelente!

-Ten mucho cuidado.

-¿Avisaste a tu amigo, el piloto?

-Temí que hicieras esa pregunta...

-¡¿Qué cosa?!

-No será él quien pilotee ese vuelo...

-¡Oh, Cielos!... Eso lo complica todo...

-No podrás abordar... pero te acompañaré a la sala VIP, en cuanto ellos lleguen...

-¡Olvídalo! ¡Subiré a ese avión a despedirme de ellos! ¡¡Como sea!!

-¡Rita, es una locura! ¡No puedo permitírtelo, tu madre me mataría!!

-¡¡Pues, no te daré oportunidad de contárselo!! – exclama Rita, realmente dispuesta a todo - ¡¡Socorro!!... ¡¡¡Policía!!...

-¡¡Rita, por Dios!!

-¡¡¡Auxilio!!! ¡¡¡Alguien que me ayude!!! ¡¡¡Hay un depravado en el baño de damas!!! ¡¡¡SOCORRO!!! – los gritos de la niña, llegan a oídos del mismo oficial que las había acompañado. Ya el público cercano le había advertido.

-¡¿Qué sucede aquí?!

-¡Atrevido!... ¡¡Mal hombre!!... ¡¡¡Degenerado!!!... ¡¡¡¿Cómo se atreve?!!! – Rita le pega a Alexander con su cartera de mano y con el bastón.

-¡Bien, bien! ¡Un momento, señora, cálmese! ¡No haga justicia por mano propia!... ¡Y usted, contra la pared!... – el policía palpa de armas a Al, lo esposa y se lo lleva luego de leerle sus derechos. Las niñas, entre asustadas y divertidas, lo miran irse.

-¡Rita, no debiste!

-Hice lo correcto. No podía permitir que le fuera con el cuento a mi mamá... ¡Por favor compréndeme, Laura, ¡sé que me espera el convento, después de este viaje Miami!! ¡¡Creo que es bastante castigo!!

-¡¿De veras, tu mamá haría algo así?!

-¡¡No la conoces!!... ¡Ahora démonos prisa! ¡No hay tiempo que perder!

-¡Démonos prisa! ¡No hay tiempo que perder! – exclama Mal Evans, bajando del auto, al llegar al aeropuerto.

-¡Bien! – responden ellos. Es inútil la advertencia del guardaespaldas. La multitud de adolescentes al borde del colapso les impide avanzar. Tardan mucho más de lo planeado en llegar a la sala VIP.

-¡Uf! ¡Por fin! – suspira Paul.

-¡Qué cansancio! – se queja Ringo.

-¿George?... ¡¿George?!... ¿Estás bien?! – pregunta John.

-Sí... Estoy bien... Sólo me preocupa Rita...

-Sabíamos que esta vez no vendría, amigo – afirma Ringo – No soporta las despedidas...

-Lo sé... ¡Yo tampoco! – Harrison tiene un nudo en la garganta.

-¡George! – John lo abraza para consolarlo - ¡Todos vamos a echarla de menos!

-¡Pero ninguno de ustedes la ama como yo! – suspira George.

-¡En eso, no podemos contradecirte! – afirma Paul.

-¡En eso, no puedo contradecirte!

-¡Obvio!... Bien... Plánchame un poco el uniforme, mientras me quito esta cosa de la cara.

-Ya.

-Hmmm... un poco de crema... listo...

-El uniforme, ya está.

-Perfecto, iré a ponérmelo, prepara peines, cepillos y maquillaje.

-Correcto. – Rita ingresa en un retrete individual, para mudar de ropa.

-¿Te dijeron a qué hora salía el vuelo?

-Supuestamente, a las 8, pero lo demoraban, si era necesario...

-¿Qué hora es?

-Las siete y diez...

-Ajá... – sale nuevamente – Manos a la obra... hazte cargo del peinado...

-Me sentaré en el mármol...

-Como te parezca mejor... ¡Date prisa con ese rodete, tenemos poco tiempo!

-Tu cabello es demasiado largo, si me apresuro, se soltará...

-¡Uf!

-¡Ahora sí! Trata de no mover la cabeza.

-¡Genial! ¡Maquíllame!

-¿Estilo Brigitte Bardot?

-¡Siempre!

-De acuerdo... ¡Comencemos!... ¡Eso es!... Vamos a delinear...así... ¿te gusta?

-¡Más cargado!

-Bien... ¿Ahora?

-¡¡Más cargado!!

-¡Tu cara será todo ojos!

-¡Esa es la idea!

-¡Como quieras!

-¡Eso es!

-Los labios, ¿qué color?

-Hmmm... Si uso ese rojo... Se notará el beso... ¡Mejor el rosa!

-¡¿De veras vas a hacerlo?!

-¡Por supuesto!

-¡Estás loca!

-¡Lo estoy!

-¡Y ya estás lista!

-Bien...

-Te esperaremos en el estacionamiento... el resto, ¡depende de ti! ¡Buena suerte, amiga! – las dos se abrazan. Rita sale corriendo y sujetándose el rodete. Llega a la pista. A pesar de la oscuridad, desde lejos, los ve subir al aparato.

-(“¡Ahora es cuando!... Con mirar a los ojos al Capitán, será más que suficiente... ¡Bueno!... ¡Aquí voy!”) – la joven asciende por la escalerilla.

-¡De prisa! ¡Llega tarde! – exclama el Capitán.

-¡Lo siento! ¡Usted sabe, hay situaciones que las mujeres, aunque lo intentemos, no podemos remediar! – los ojos de Rita, le quitan la respiración al prepotente Comisario de Abordo.

-B-Bien... ¡Ocúpese de las bandejas!

-¡Enseguida! (“¡Fabuloso!... Por un momento, pensé que no resultaría... ya se fue... una rosa roja... y la tarjeta... ¡Listo!... Bien, Rita, ¡respira hondo!... párate derecha... ¡Ahora o nunca!”) – no tiene nada que perder. Interiormente, ella se pregunta si la reconocerán. No importa. Ya está allí. Y está decidida. Avanza con paso firme y elegante.

Los cuatro están distraídos. John duerme. Paul lee el periódico de Londres. Ringo escucha música por los auriculares. George mira tristemente hacia la ventanilla. Intenta no llorar.

-(“Bien... Ya no se puede volver atrás... ¡Y se ve tan apesadumbrado!... ¡es hora de cambiar eso!...”) – serenamente, Rita deja la bandeja en la mesa rebatible delante del asiento de Harrison. Gira sobre sus talones... y su rodete no sobrevive a esa velocidad... George destapa la bandeja.

-(“¿Una flor?... ¡Un mensaje!... «No mires hacia atrás, ya sabes que odio las despedidas.»...”) – lee. Al mismo tiempo, una suave brisa sopla cerca de su oído... la conoce perfectamente. – (“¡Rita!”) ¡No puede ser! – susurra y se pone de pie. La misteriosa y joven azafata se aleja y su largo cabello platinado se libera, provocando exclamaciones de asombro. El cortinado oculta su silueta. Como hipnotizado, George camina detrás de ella. En un rincón, en penumbras, Rita lo aguarda. Tiemblan ambos. George no sale de su asombro. Ni puede articular palabra. Lucha con su respiración agitada.

-¡Princesa! – susurra. Rita, algo temerosa, avanza unos pasos. George no puede gobernar su cuerpo. Las miradas le agregan el toque indispensable de luz a la escena. En un abrir y cerrar de ojos, Harrison se encuentra besando larga y apasionadamente a esa niña... que se ha convertido en mujer...

-¿En dónde está George? – pregunta Brian – El avión despegará en cualquier momento.

-Iré a buscarlo... – Paul se levanta y se dirige al lugar en el que se encuentra la pareja. Extrañamente, se detiene...

-(“¡Hmmm!... ¡No puedo estar equivocado!... Lo conozco demasiado bien... es el perfume de Rita... Ella está aquí... Entonces... Creo que sé lo que le pasa a George... “) – con sumo cuidado, corre la cortina... y los ve besarse... cierra los ojos... sonríe, vuelve a cerrarla y espera. Harrison, muy a pesar suyo, lentamente se detiene. La mira a los ojos... está llorando.

-¡Hhhh! – suspira.

-¡Sabías que esto pasaría!

-Desde que te vi de pie, en aeropuerto de Nueva York, sosteniendo la corona... ¡Y ahora, no sabré vivir sin ti!

-¡Lo peor es que no podremos evitarlo!... ¡Hhh!... ¡Sólo vuelve pronto! ¡Te esperaré!... ¡Eres todo lo que tengo! – la joven corre por la escalerilla, dejando solo al músico.

Nueva York. Convento de las Clarisas.

-(“¡Dios!... Hace horas que llamo y nadie me responde... ¿Habrá pasado algo grave?... ¡No Dios mío, por favor! ¡Esa niña tiene ya bastantes problemas!... Intentaré una vez más... ¡Nada!”) – Sor Alexia llama a casa de Alexander, por enésima vez – (“¡Espero que todo esté bien!”)

Miami.

-¿George? – pregunta Paul - ¿Todo está bien?

-¡No!

-¿Era Rita?

-¡Y acaba de matarme!

-¡Hhhh! ¡Finalmente sucedió!

-¡Déjame solo unos minutos, ¿quieres?!

-De acuerdo. – McCartney regresa a su asiento. Harrison clava sus ojos en la patética imagen, que jamás olvidará.

Corre... Llora... No quiere pensar en lo que acaba de ocurrirle. Prefiere convencerse de que todo fue un sueño. Despertaría en la mañana y tendría que volver al colegio. Ni siquiera ve que Lucille y Laura la están siguiendo.

-¡Rita, por aquí!... ¡Rita!... ¡Oh, Cielos! ¡Lucille, creo que se va a desmayar!

-¡Vamos por ella!

-¡Ya! – las dos hermanas corren hacia la muchacha - ¡Rita! ¡Detente!

-¡Laura! – la abraza.

-¡Ya, Rita! ¡Todo está bien!... ¡Cálmate!

-¡No puedo!...

-¡Tienes que hacerlo!... Eso es... Subamos... Tranquila... Respira hondo... ¡Lucille, vámonos! No soportará un minuto más en este sitio...

-¡Ya mismo! – finalmente, parten rumbo a Nueva York. Como si le estuviesen pasando una película delante de los ojos, Rita vuelve a vivir cada segundo junto a George... callada. Cierra los ojos. Su pesadilla acaba de comenzar...

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