Libro 2 - Al Pie del Tabernáculo

2 - MÍSTICA

El despertador sonó a las 06:00hs de la mañana. Clarisa saltó de la cama, temiendo haberse quedado dormida. Miró la hora. Más tranquila, se higienizó y se vistió. Bajó corriendo las escaleras, y salió al jardín a contemplar el amanecer.
-(“¡Dios, qué belleza!... Creo que nunca me cansaré de mirar este grandioso espectáculo...”)
-¡Buenos días, niña Clarisa!
-¡Buenos días, José, ¿qué sucede?!
-Tiene una llamada telefónica. - anunció el mayordomo, trayéndole el receptor inalámbrico.
-(“¡Debe ser Pam!”) Gracias... ¿Hola?
-¡Buenos días, Clarisa, ¿cómo amaneces?!
-¡Muy bien, aunque, sorprendida, señor Sotomayor, gracias! (“¡Cariño, estoy a punto de morir!”)
-¡Por favor, llámame Richie!... ¿Qué estás haciendo?
-Estoy sentada en el jardín, viendo la salida del sol.
-¡Qué romántico!... ¿Llamó... tu novio?
-No, aún no lo ha hecho, cosa que me extraña, porque generalmente suele despertarme antes de que suene la alarma del reloj. (“Obsesivo crónico, clase uno.”)
-Seguramente se quedó dormido...
-Lo dudo, madruga aunque sea domingo... ¿te preparas para salir a navegar?
-Efectivamente, estoy en el puerto, entreno para la Copa del Rey de vela.
-Espero que tengas una buena jornada, al menos el viento parece acompañar...
-A veces creo que lo hace a propósito, justamente cuando no estamos listos, tenemos los mejores vientos, y cuando salimos a altamar, ¡sorpresa, ni la más mínima brisa!
-¡Son gages del oficio, uno en la vida, no puede tener todo lo que quiere! (“¡Mírame a mí, yo te quiero a ti y no te tengo.”)
-Es verdad... Linda, me temo que ya tengo que dejarte o mis compañeros, van a protestar.
-Comprendo.
-Te llamaré otra vez, en cuanto pueda. (“Para ti, ¡siempre puedo!”) Adiós.
-Adiós. - Clarisa dejó a un lado el teléfono - (“¡Hhh!... ¡No lo puedo creer!... ¡Esto ya es demasiado!... No ha pasado un día entero desde que nos vimos por primera vez, y ya consiguió mi número telefónico... Javier sería capaz de cualquier cosa, si se enterara... Me parece que iré a la Catedral caminando, tendré tiempo para reflexionar... hay demasiadas cosas en mi cabeza…”) - se puso de pie, recogió el teléfono y volvió a entrar en la casa.
-¿Necesita algo, niña? – preguntó el Mayordomo.
-De momento,nada, José, gracias.
-¿Vuelve a la ciudad?
-Voy a la iglesia.
-Salúdeme a Fray Fernando, por favor.
-¡Claro que sí, José! - dijo, antes de salir.

La Catedral quedaba a varios kilómetros del lugar. No era raro que la niña los hiciera a pie. Durante el trayecto, recogía a varios integrantes del coro, y a algún que otro seminarista o Diácono transeúnte. En esta ocasión, prefirió no hacerlo. Había salido demasiado temprano, inconscientemente, para evitar contestar la segura llamada de Javier. Necesitaba con urgencia un consuelo que él no estaba dispuesto a darle, tal vez por su declarado ateísmo. Ese consuelo, casi siempre lo conseguía en sus largas charlas con los frailes del convento o con algún sacerdote de la Catedral. Justamente, esa mañana no contaría con ninguna de las dos posibilidades; pero sabía que podría contemplar desde el principio la Exposición del Santísimo Sacramento.
-(“Las 07:00hs... Ya quedan pocas manzanas... La casa de Pam parece vacía... es raro... ¿estará despierto el Obispo?... Seguramente... Se levanta muy temprano para la Liturgia de las Horas... ¡Hhhh!... ¡Llegó el gran día!”) - atravesó la enorme reja negra de la entrada al Templo, y se dirigió hacia uno de los pasillos laterales. Tímidamente, golpeó la primera puerta de la derecha.
-¿Monseñor? - llamó. El prelado, casi en seguida, la atendió.
-¡Oh, Clarisa! ¡¿Cómo está «mi mejor alumna»?!
-Muy bien, Monseñor. Su bendición. - el obispo le impuso la diestra sobre la cabeza, y le marcó la cruz en la frente. Era un hombre joven y agraciado, de profunda fe y gran carisma, acostumbrado al trato con la juventud, que paradójicamente, escaseaba en su comunidad.
-Has madrugado más que de costumbre...
-Casi no he dormido pensando en este día, Monseñor.
-Lo imaginé: sé que esperas con mucha ansiedad tu graduación. Fray Fernando me ha hablado mucho de tus esfuerzos por adelantar las entregas de tus trabajos... También me comentó lo de tu noviazgo.
-Lo supuse. Es más celoso que mi padre.
-Ven, acompáñame, voy a exponer el Santísimo.
-¡Será un placer! - los dos caminaron a través de la casa parroquial, hasta llegar a la Capilla del Santísimo. La añeja puerta de roble crujió ruidosamente. A pocos metros, podía verse la aún más añeja antorcha encendida junto al Sagrario. El Obispo extrajo unas llaves de su bolsillo, para abrir la dorada puertecita, luego de lo cual, se arrodilló devotamente. Gruesas y cálidas lágrimas cayeron por las rosadas mejillas de Clarisa, a la vista del Copón Con las Hostias Consagradas.
-(“¡Buen día, Mi Señor!”) - pensó.
-Clarisa, ¿quieres traer la Custodia, por favor? Está en el primer estante del armario de la Sacristía.
-Sí, Monseñor. - la niña salió, obediente. Regresó en breves minutos.
-Pequeña, está sonando el teléfono en mi despacho y debo atenderlo. Voy a darte mi autorización para que tú lleves la Custodia hasta el Altar Mayor. - el Obispo, con mano temblorosa, cerró el Sagrario. La contemplación de la Única Razón de su Vida, tal como lo llamaba él, tenía un efecto arrollador en su persona, comparable al de un seglar profundamente enamorado de su esposa, lo cual explicaba perfectamente la falla de su pulso en ese instante. Clarisa inclinó la cabeza, para que el prelado le impusiera las manos. Su corazón latía fuertemente... El Obispo salió hacia su despacho.
-(“¡Ocho largos meses, esperando este momento!... El Señor Sabe para qué se hace esperar...”) - pensó, poniéndose la blanca capa, con cuyos extremos, tomó la Custodia y volvió a ingresar al Templo - (“¡Señor, por fin puedo abrazarte!... Tú conoces todo lo que siento en este momento... ¡Ayúdame a tomar la decisión correcta!... ¡Hoy, sólo quiero vivir para Ti!”) - con una radiante sonrisa, dejó el Santísimo Sacramento, entre dos cirios, sobre el mantel del Altar Mayor, de inmediato, cayó de rodillas sobre las gradas de mármol.
Por uno de los ventanales, se filtró un rayo de sol que se reflejó sobre el cristal de la Custodia, haciendo centellear las piedras preciosas que la ornamentaban. Clarisa permaneció inmóvil, hasta que todos sus compañeros llegaron al atrio. Un joven sacerdote, sin hacer el menor de los ruidos, salió a abrir las puertas de la Catedral.
-¡Padre Ignacio, ¿cómo está?! - preguntó uno de los jóvenes.
-¡Muy bien, gracias a Dios!
-¿Ha llegado Clarisa?
-Sí, está en oración ante el Santísimo, no he querido interrumpirla.
-¡Es tan tierno verla así! - suspiró una de las guitarristas.
-Cierto... vayan ubicándose y templando los instrumentos. - concluyó el cura. Los chicos obedecieron. El sonido de las guitarras sacó a Clarisa de su intenso arrobamiento. Lentamente, se puso de pie, luego de signarse.
-¡Clary! - exclamó una de las chicas.
-¡Deny, viniste! - Clarisa la abrazó.
-¡No iba a perderme semejante acontecimiento!
-¡Te lo agradezco!
-No tienes por qué. Vamos a ensayar lo que quedó pendiente la semana pasada.
-Laura, ¿hiciste los arreglos que te pedí?
-Sí, aquí están.
-¿A ver? - Clarisa tomó la hoja pentagramada que tenía su compañera, y la solfeó - ¡Genial!... Bien... ¡Todo listo!... Un momento, ¿dónde está Pam?
-No quisimos hablar antes, para no preocuparte... - comenzó a decir Dennisse.
-Sí, es que tú siempre estabas tan atareada con tus exámenes - siguió Laura.
-Chicas, por Dios, ¡hablen de una vez! (“¡Nunca sospecho en vano!”)
-Pamela, se peleó con su madrastra...
-(“¡Oh, no!”)
-Y no ha vuelto a su casa desde entonces...
-¡Oh, Cielos! (“Esto cada vez me gusta menos…”)- suspiró Clarisa.
-Eso no es todo. - agregó Deny - últimamente, han estado sucediendo cosas muy extrañas y desagradables.
-¿Cómo qué?
-Numerosa gente joven aparece muerta, más precisamente, desangrada...
-¡Dios Santo!... Pero no creo que Pam esté en peligro, la conozco muy bien, es una persona juiciosa y prudente... Si las cosas son como ustedes dicen, debe haberse refugiado en la Casa del Árbol, solíamos ir allí de pequeñas, especialmente después de alguna rabieta... La buscaré allí después de misa... ¡Ahora, pongámonos a trabajar! - concluyó Clarisa, aunque en su interior, seguía preocupada.
Ella y Pamela eran amigas de la infancia, se separaron cuando Clarisa ingresó al colegio de monjas, pero mantenían esa amistad a través de Internet. Habían llegado a pasar noches enteras en la Casa del Árbol, incluso siendo adolescentes. Hasta que conocieron a Javier. El noviazgo hizo que ellas comenzaran a distanciarse... Pamela, en silencio, se había enamorado perdidamente del novio de su mejor amiga...

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