Maggie Mae
1 - ELLA ES UNA MUJER
Nueva York.
Enero de 1964
Rita todavía duerme. Descansa de una semana dura, que aún no termina. En estos últimos días, prácticamente se ha hecho cargo por completo de su casa, y además, está estudiando.
Su habitación es pequeña, ideal para una hija única: en ella caben una cama de bronce, antigua, pero muy bien cuidada; un escritorio con su silla, en el que puede verse un retrato de ella y su madre en el campo; una mecedora con un enorme oso de peluche, regalo de su tío Al; un perchero del que cuelgan dos abrigos, un bolso, un impermeable amarillo, un paraguas rojo y un sombrero de ala ancha con mucho tul y cintas de raso, que era de su abuela, pero sólo está allí para adornar; el enorme guardarropas y muchos, muchísimos almohadones.
La habitación tiene tres pequeñas ventanas con cortinas pintadas a mano por la propia Rita, dan a un patio interno, de modo que no goza del mejor paisaje cuando se levanta por las mañanas, sólo ve una gran pared gris y aburrida.
De los muros repletos de posters y recortes de revistas de vez en cuando cuelgan muñecas de satín, un espejo y las gastadas zapatillas de punta de la época juvenil de su madre.
Pero lo realmente llamativo está en un rincón. Se trata del regalo de toda su familia por su Confirmación: una Rockola. En ella, escucha todos los discos que puede conseguir.
Es un ambiente que casi obliga a pensar en que su dueña, aún no se resigna a dejar a un lado la infancia, para asumir el rol de una adolescente... muy bella.
Es viernes.
En el colegio hay examen de matemática, y el profesor no piensa apiadarse absolutamente de nadie... y siempre cumple con sus amenazas.
Es un viejo sacerdote, malhumorado casi siempre, demasiado exigente, que usa unos anteojos enormes y horribles, a veces da la impresión de que sin ellos no ve absolutamente nada.
Durante años ha sido el blanco de las peores bromas de todo el alumnado... Incluyendo a Rita.
La eterna pesadilla de no aprobar despierta a la adolescente con la respiración agitada y el sudor frío en la espalda.
-¡No!... ¡Hhhh! ¡Hhhh! – salta de la cama y mira el reloj - ¡Uf!... ¡Qué alivio!... todavía tengo tiempo de repasar esos ejercicios difíciles... (“las 07:00hs... Mamá ya está trabajando... veré qué hay para desayunar... ayer se terminó el cereal... queda poco pan negro... espero que mamá recuerde ir a la tienda, antes de que yo llegue de la escuela...”) – se calza las pantuflas, y se coloca la bata.
No le cuesta trabajo madrugar, una virtud que su madre valora extremadamente.
Rita es una joven de apenas catorce años, tímida, retraída, callada.
En clase, no es de las que más se destaca, aunque pone mucha dedicación en el estudio. Su carácter es tranquilo, agradable, aunque a veces prefiere definirse así misma como rebelde y moderna, una contradicción típica de su corta edad.
Físicamente, no aparenta los pocos años que tiene, su cuerpo atlético y delicado, con más frecuencia de lo que a sus compañeras de curso les resulta tolerable, roba las miradas, suspiros y requiebros masculinos.
Se puede decir que es una “mujer fatal”, con cara de ángel. Le gustan los trabajos manuales, en los que prácticamente derrocha todos sus ahorros: dibuja, pinta, esculpe, modela cerámica, cose, borda... hasta es maquilladora artística.
Es muy buena nadadora, cosa que a su madre le disgusta, ya que se aficionó a ese deporte por la insistencia de su tío Alexander, que es salvavidas. Tiene muy pocos amigos, quizás porque “carece del nivel económico necesario para eso”. Concurre a un colegio religioso, en el que los docentes y directivos han censurado la mayor pasión de su vida: LOS BEATLES.
-(“¡Condenados pingüinos!... ¡Cuando no es Elvis Presley, son los Beatles!... ¡¿Qué le ven de malo al Rock And Roll?!... no bailan... ¡de lo que se pierden!... será que ellas no pueden, ni deben mirar hombres... Y, ¡qué hombres!... ¡John, con esa sonrisa increíble!... ¡Paul y sus ojitos dormilones!... ¡un encanto!... George, ¡y sus miradas desafiantes!... ¡podría morir, si las dirigiera hacia mí!... Ringo, ¡y esa carita tan tierna!... ¡Hhhh!... ¡Imposible no amarlos!”) – pensaba Rita, preparando el café.
Encendió la radio.
Se escuchaba la dulce balada, en la voz de Paul, “Till there was you”.
–(“¡Hhhh!... ¡Qué romántico!... ¡Los transistores se van a llenar de miel!... ¡Hmmm!... ¡Paul!... ¡Cielos!... ¡Cuánto desearía que esas palabras, de verdad fueran para mí!...”) – suspira frente al espejo – (“¡Y, ¿por qué no?!... He visto que los hombres en la calle me consideran guapa... Me miran... Me piropean más que a las chicas mayores... lo que por cierto a ellas no les cae nada bien... dicen que no saben qué es lo que me ven ellos para actuar así... ¡no lo soportan!... y el espejo no me engaña... Mi tío Al dice que me parezco a Brigitte Bardot... Tengo un cabello bastante bonito... ¡natural, nada de tinturas, ni agua oxigenada, ni siquiera uso extracto de manzanilla!... ojos azules... mis piernas no son feas... son largas, pero no demasiado delgadas... tal vez, si usara minifaldas... podría... ¡¡Hhhhh!! ¡Las tostadas están listas!... ¡Uff! ¡Por poco se queman!... Bien... Vamos a ver... Ese teorema no me quedó muy claro... Hmjmm... Sí... Ahora entiendo... Todo es más sencillo, escuchando a los Beatles... Ya es hora... Será mejor que me vista, o llegaré tarde al colegio... Todo está en mi bolso... llevo la radio portátil... Estoy lista... ¡Por favor, Dios mío, tengo que aprobar, o no veré a los Beatles!”) – Rita jamás imaginó lo poderosa que sería esa breve oración.
El camino hacia la parada del autobús, es largo y aburrido, sobre todo si se lo recorre un viernes, repasando lecciones. A pocas cuadras, está la tienda de discos, la tentación es casi imposible de resistir, hace apenas unos días lanzaron a la venta el nuevo disco de los Beatles, y ella aún no lo tiene...
Lo piensa, se asoma por la puerta, duda unos instantes... pero está sobre la hora de entrar a clases, en fin, otra vez será. Recuerda entonces una de las tantas promesas de su madre: una A, a cambio de un disco...
La joven sube al vehículo, resignada. Allí coincide con algunas de sus compañeras de curso. No les habla, apenas un saludo, no se trata precisamente del grupo que la apoya. Su silencio provoca comentarios.
-¡Allí sube Rita! – avisa Rose.
-¡Rubia teñida! ¡Parece que se levantó temprano hoy! – se molesta Johanna.
-¡¿Le comieron la lengua los ratones?! – ironiza Irene.
-Como toda cobarde, ella sólo abre la bocota, respaldada por su grupo de tontas... – Rita toma asiento y se pone a mirar por la ventanilla, hace oídos sordos a las lenguas viperinas.
-(“Mamá dice que son envidiosas... creo que tiene razón... aunque no termino de entenderlas... creo no haber hecho nada para que me traten así...”).
La educación y las normas de vida que le fueron impartidas son la causa de sus frecuentes “dolores de cabeza”. Le cuesta comprender cómo es que el resto de las niñas del mismo colegio ni siquiera se molestan en obedecer las reglas del ideario del instituto, cuando para ella es casi una forma de vida.
No conoce la maldad, nunca insulta, si no es absolutamente necesario y nadie, jamás, la sorprendió en una mentira, ciertamente, es una buena chica. Todos sus profesores, opinan lo mismo. Ella sólo se limita a estudiar...
–(“¡Hmmm!... Todas están en la puerta... Tal vez necesitan reunir valor para presentarse al examen... Laura se ve tan nerviosa como yo... y se le dificulta el álgebra más que a mí... nos faltaron algunas horas más de repaso... ¡Hhhh!... ¡John, Paul, George y Ringo no tienen estos problemas! ¡Ellos ya no van al colegio! ¡Qué suerte!... Bien, por lo visto, ¡es hora de bajar!... ¡y un verdadero alivio!... ¡no tendré que seguir oyendo a esas idiotas!”) – saltó del autobús, para ir al encuentro de sus amigas.
-¡Rita! ¿Cómo estás? – preguntó Laura, su mejor amiga.
-Nerviosa.
-¿Estudiaste?
-Bastante, pero de todos modos, tengo miedo de olvidarlo todo, en cuanto los ejercicios estén delante de mi vista. ¡Es mi peor pesadilla!
-¡No sólo la tuya! Yo siempre sueño que no apruebo los exámenes... ¡o que no entiendo nada, aunque no siempre estoy dormida cuando eso sucede!
-¡Ja, ja! ¡Lo imagino! Entremos ya... – las horas y el frío de aquella última mañana de enero pasan con lentitud.
El timbre y la palabra “recreo”, nunca antes les parecieron tan deliciosamente dulces.
-¡Sí! – corrió a la puerta del aula.
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